lunes, 17 de febrero de 2014

Esos derechos humanos ajenos a la Iglesia

El pasado miércoles 5 de febrero el Comité de los Derechos del Niño de la Organización de las Naciones Unidas emitió un durísimo comunicado sobre la inacción del Vaticano ante los abusos sexuales cometidos por sacerdotes de la Iglesia Católica sobre niños a su cuidado y ocultados sistemáticamente por las autoridades de la misma.


El informe criticaba además la promoción, por parte de la Iglesia, de la discriminación a los homosexuales y de los roles de género rígidos, y su rechazo (con graves consecuencias) al reconocimiento del derecho a la anticoncepción y el aborto. Estas cuestiones quedaron, no obstante, opacadas por el tema de la pederastia sacerdotal, su encubrimiento y las medidas (no) tomadas para prevenirlo, ante el cual las autoridades eclesiásticas convocadas por la ONU a declarar respondieron con evasivas.

En un artículo publicado en el diario argentino Infobae, la periodista Claudia Peiró señala algo airadamente este hecho, haciendo suyas las palabras del vaticanista Sandro Magister al notar que el informe consta de 16 páginas y “a la pedofilia el documento llega en la página 9”. El resto parece, según Peiró, “la agenda de lo que ciertos grupos esperan que haga la Iglesia”, entre los que incluye “grandes ONG de derechos humanos”.

El tono que se puede percibir es de velada indignación, como si la ONU o las “grandes ONG de derechos humanos” no tuvieran derecho alguno a pedirle a una institución poderosa e influyente a lo largo del mundo que deje de infringir los derechos humanos. A la Iglesia se le puede reclamar por el abuso sexual de niños (pero con respeto, eh, y teniendo en cuenta que el papa actual es nuevo e inocente y no sabía nada de todo eso y además ¡es tan humilde…!) pero no por el abuso psicológico que representa decirle a millones de niños y jóvenes, cada día, que si les gusta una persona del mismo sexo tienen una enfermedad o que sus padres del mismo sexo no son una verdadera familia; se le puede reclamar (¡pero es cosa del pasado, mejor olvidémosla pronto!) que reconozca que durante décadas les quitó sus hijos a mujeres solteras o las tuvo virtualmente presas y en condiciones de trabajo esclavo, pero no se le puede reclamar por su actual propaganda en favor del modelo de mujer que sólo es moral si pasa de ser virgen a ser esposa sumisa y madre abnegada, con prescindencia de su salud mental y física; se le puede pedir a la Iglesia, en fin (¡pero amablemente!) que haga algún gesto por sus delitos más horrendos del pasado, pero no que cambie sus políticas que hacen daño hoy. Porque esas políticas, si hablamos de la Iglesia Católica, se llaman “doctrinas”, o “la Tradición”, o “las enseñanzas de la Iglesia”, y como tales son intocables.

Así lo dice Peiró:
Todo el tono del documento recuerda a la forma en que, tras la renuncia de Benedicto XVI y aun antes de la elección de Jorge Bergoglio, diversos analistas y lobistas, por lo general ajenos a la Iglesia, iban marcando la agenda de "modernización" que el nuevo Papa debería encarar.
(El énfasis es mío.) En algún punto de su nota a Peiró se le olvidó explicar por qué los que somos “ajenos a la Iglesia” no podemos “marcar agenda”, o hablando con propiedad, criticar y reclamar cambios. En buena parte del planeta es bastante difícil, si no imposible, ser verdaderamente “ajeno a la Iglesia”, porque la Iglesia gerencia las escuelas donde van nuestros hijos, pulula en los hospitales donde vamos a tratarnos, preside algunos de los eventos más importantes de la vida social, y tiene siempre un asiento libre en la mesa de los políticos que hacen nuestras leyes.

¡Qué más quisieran muchas mujeres, imposibilitadas de acceder a anticonceptivos hormonales y a la posibilidad de interrumpir un embarazo no deseado, ser “ajenas a la Iglesia”! ¡Cuántas personas que sufren terribles dolores por enfermedades terminales quisieran que la Iglesia fuera “ajena” a las leyes que les impiden acabar sus vidas dignamente! Pero la Iglesia se llama a sí misma Católica, que significa Universal, precisamente porque su objetivo es no ser ajena a nadie ni a ningún asunto en el mundo.

Esta pretensión de universalidad es la que pone en colisión a la Iglesia Católica con casi cualquier organización de derechos humanos que se precie de su nombre, ya que el catolicismo institucional ha estado y está en conflicto con casi todos esos derechos. La idea de los “magisterios no superpuestos” (non-overlapping magisteria, NOMA) con que Stephen J. Gould pretendió separar las competencias de la religión y la ciencia para negar su conflicto es tan falaz como su contraparte en el campo de lo político.

La Iglesia hace política. Los organismos de derechos humanos pueden muy bien “hacer doctrina”.

sábado, 15 de febrero de 2014

No les creemos

El embajador del Vaticano en la ONU, Silvano Tomasi (izquierda) antes de su comparecencia en ante el Comité de los Derechos del Niño. / FABRICE COFFRINI (AFP)

Sara Oviedo, Vicepresidenta del Comité de Derechos del Niño de la ONU, sobre la audiencia de los representantes del Vaticano ante el Comité para responder por los abusos sexuales a niños. Entrevista en el diario El País, 14 de febrero de 2014:
«La comparencia de ese día fue una suerte de sainete. Ellos plantearon que es un hecho que hay pederastas, que están muy avergonzados y que están haciendo una serie de medidas para evitarlo. (…) Nosotros insistíamos en conocer casos concretos y en decirles medidas que se deberían hacer. Ellos decían que sí, que hay que hacer cosas, pero no hechos concretos. No entregaron una lista de sacerdotes sacados del sacerdocio por pederastia. Como resumen, yo no les creo. O están haciendo muy poco o no están haciendo. (…)

»Yo advertí mucho miedo, la inseguridad propia de quien es cogido en falta y de quien sabe que está defendiendo lo indefendible. (…)

»Yo no creo que hayan mentido. Sí creo, como dicen, que están preocupados y que han tomado tibias medidas, pero el problema es ése, que creo que lo hacen para contentarnos y para que bajemos la presión. Usaron esa forma ambigua tratando de que nosotros cayéramos en el juego y que al final les dijéramos: “Qué bien que están pensando en todo eso y gracias”. Pero no caímos, les dijimos claramente que no les creíamos, con diplomacia y en buen ambiente, sin gritos: “No les creemos, no se ve lo que hacen. Las víctimas siguen esperando respuestas”

viernes, 14 de febrero de 2014

Abortofobia y zapatitos de bebé

«Un nuevo “delito” está a punto de ser inventado: la “abortofobia”», leo en un portal de noticias cuyo lema reza “Buscando la Verdad” (así con mayúsculas). La bajada del tremebundo titular se indigna: «Francia condena a un ciudadano de 84 años por dar un par de zapatitos de bebé a una mujer embarazada». El portal se llama Aleteia, es católico y la noticia me llega vía InfoCatólica. Ah, suspira el lector, eso explica todo.

Como los católicos mienten pero no inventan tanto (obispos defensores de pederastas aparte), trato de desentrañar qué hay de cierto. Resulta que un tal Xavier Dor, activista “pro-vida” que a sus 84 años no se ha cansado aún de joder la vida al prójimo, fue declarado culpable de interferir con la decisión de una mujer de interrumpir su embarazo. Dor irrumpió, según parece, en una clínica donde se practican abortos, donde nada tenía que hacer, para “ofrecer” sus ideas sobre el aborto (reforzadas con un par de zapatitos alusivos al ”bebé”, que probablemente no era más que un embrión del tamaño de una castaña de cajú) a quienes se encontraban esperando su turno. La ley que lo condenó castiga precisamente esta clase de presión psicológica sobre mujeres que con frecuencia se encuentran muy vulnerables a la presión en ese preciso momento. Roberta Sciamplicotti, la cronista, lo explica así:
El paladín de los derechos de los abortistas parece ser Francia, donde la ley Weil, de 1975, creó el “delito” de obstrucción del aborto”. Quien comete ese “delito”, el de obstaculizar el aborto, puede ser considerado un “abortofóbico”.
Naturalmente, la última frase es de su cosecha, al igual que las comillas en torno a la palabra “delito”. Lo que la ley penaliza es delito, sin comillas.
Una nueva medida legal propuesta en Francia, contraria a quien está contra el aborto, incluye dos artículos de extraordinaria gravedad: el primero altera la ley actual, que ya permite el aborto para las mujeres “en situación de dificultad”. (…) Aún así, el texto será alterado y la nueva ley dirá que el aborto está permitido para las mujeres “que no desean llevar a cabo el embarazo a término”. (…)

La segunda alteración en la legislación francesa prohíbe obstaculizar el aborto no sólo físicamente, lo que ya estaba en vigor, sino también psicológicamente. La lectura de los trabajos preparatorios revela que la intención del legislador es prohibir que en los hospitales las mujeres sean informadas sobre las alternativas al aborto; prohibir, también, que los voluntarios de los centros de apoyo a la vida circulen por los hospitales; y prohibir, incluso, aun fuera o en la proximidades de los hospitales que haya protestas o divulgación de informaciones pro-vida a las mujeres.
Es seguro que la ley no propone “prohibir que en los hospitales las mujeres sean informadas sobre las alternativas al aborto”. La única alternativa al aborto es el curso natural de la gestación y eventualmente el parto, y las mujeres ya la conocen.

Es debatible si en un estado de derecho se puede prohibir la protesta o la divulgación de “informaciones” (pasemos por alto la exactitud de esa información y el interés detrás de su divulgación) en torno a determinados lugares, sin infringir inadmisiblemente las libertades ciudadanas. Mucho menos debatible es que en el interior de un hospital se prohíba la circulación de personas dedicadas a convencer a las pacientes de que la labor del hospital es inmoral y criminal, proclamando que la intervención que la paciente desea realizarse tiene efectos secundarios terribles o buscando que renuncien a ella con promesas de asistencia material (para dar un ejemplo). Si las “informaciones” que los “pro-vida” reparten en sus giras por hospitales y en sus protestas callejeras es la misma que circula en sus sitios web y en sus materiales para consumo interno, uno debe preguntarse si el legislador no debería ser incluso más duro en la prohibición.

¿Y quién es Xavier Dor, el pobre anciano multado por dar un simple par de zapatitos a una mujer que quería asesinar a su bebé? Dice la Wikipedia en francés que Xavier Dor es uno de los iniciadores de los “comandos anti-aborto” y que al mando de su organización SOS Touts-Petits solía irrumpir, hace años, en hospitales y clínicas (incluyendo áreas restringidas de los mismos), para montar un espectáculo piadoso, rezando en voz alta hasta que la policía se lo llevaba. Los susodichos “comandos” estuvieron muy activos entre 1987 y 1995, y obtuvieron explícito apoyo de la jerarquía de la Iglesia Católica, que se preocupó de remarcar su carácter “no violento”.

Violento o no violento, y aunque sea un ancianito con un par de zapatitos de bebé, Xavier Dor es la clase de persona que la ley debe mantener alejada de decisiones que no le conciernen. Cuando más pronto dejemos de tolerar a los intolerantes como estas pandillas de luchadores contra los derechos de los demás, mejor.

martes, 11 de febrero de 2014

El sufrimiento es una oportunidad

Un poster “motivacional” de la American Life League (ALL), una ONG católica dedicada a quitarle a la gente la libertad de morir dignamente (entre otras cosas):

EL SUFRIMIENTO ES UNA OPORTUNIDAD LLENA DE GRACIA DE PARTICIPAR EN LA PASIÓN DE JESUCRISTO. LA EUTANASIA [NOS] ROBA EGOÍSTAMENTE ESA OPORTUNIDAD.

EL SUFRIMIENTO ES UNA OPORTUNIDAD
LLENA DE GRACIA DE PARTICIPAR
EN LA PASIÓN DE JESUCRISTO.
LA EUTANASIA [NOS] ROBA
EGOÍSTAMENTE ESA OPORTUNIDAD.

ALL no sólo buscar obstaculizar el derecho humano a una muerte digna y sin sufrimiento innecesario. Contra la práctica del “testamento vital” y las “directivas anticipadas” (requerimientos de una persona contra el encarnizamiento terapéutico y la preservación de la vida más allá de cierto punto), ALL promueve algo llamado “loving testament” o “testamento de amor” que no es más que un pedido explícito de prolongar el sufrimiento y la continuidad de los procesos biológicos sin límite, y aconseja:
Nunca firmes una tarjeta de donante de órganos o una directiva anticipada (incluso de una organización pro-vida) que autorice que se tomen tus órganos vitales para trasplante.
Esto es tan malo, o peor, que la negativa a la muerte digna: es un consejo basado en una fantasía mórbida que alimenta el que quizá sea el más enraizado de los miedos del público con respecto al trasplante de órganos, el de ser despojado de partes del propio cuerpo mientras uno todavía está vivo. Lo primero es promover el sufrimiento propio; sobre eso, además, privar a quien lo necesita de un órgano vital. La religión lo envenena todo.

lunes, 10 de febrero de 2014

Ya vuelvo


¡Hola a todos! Volví de vacaciones hace más de dos semanas pero, como habrán podido ver, no he publicado nada desde entonces. Entre las olas de calor que han azotado mi lugar de residencia, más la vuelta (¡ay!) al trabajo, más la placentera tarea de seleccionar y editar mis fotos del viaje, no he tenido mucha cabeza para ponerme a pensar en Alerta Religión. Sólo quiero decir que espero remediar eso muy pronto. ¡Saludos!