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domingo, 16 de agosto de 2009

Libertad religiosa o promoción de la religión (A132)

El gobierno de San Luis y el Consejo Argentino para la Libertad Religiosa (CALIR) firmarán el próximo 19 de agosto “un acuerdo marco de cooperación con el objetivo de crear lazos recíprocos para mejorar y hacer más eficaces las libertades de pensamiento, religiosa y de culto”, según el sitio web oficial del Ministerio de Gobierno, Justicia y Culto de dicha provincia argentina.

El CALIR es un grupo de juristas y expertos en libertad religiosa que pertenecen “a distintas confesiones y tradiciones religiosas, aunque sin representarlas institucionalmente.” Entre sus objetivos está el de “promover la valoración positiva del hecho religioso”, lo cual hace obvio el hecho de que ningún ateo con sangre en las venas ha sido invitado a este augusto grupo.

El hecho religioso, sin más, no puede ser considerado positivo, porque si así lo fuera, habría que apreciar como cosas positivas los sacrificios animales, los exorcismos a homosexuales, la autoflagelación, y otras costumbres igualmente bárbaras. ¿O bien sólo debemos apreciar las partes bellas de la religión, como ese idealizado diálogo interreligioso en el que personas muy educadas que están de acuerdo de antemano sobre ciertos temas se reúnen para tirarse flores y firmar declaraciones, mientras sus correligionarios menos sofisticados se envían unos a otros a sus respectivos infiernos?

Es muy curioso que un gobierno provincial firme un acuerdo para promover la libertad religiosa sin que se especifique un motivo específico. La libertad religiosa no está amenazada en San Luis. No ha habido, que yo sepa, ningún incidente relacionado con el tema en esa provincia. Esto tiene todo el aspecto de tratarse de una iniciativa para transferir fondos de un gobierno a un grupo religioso bajo la apariencia de promover un derecho universal.

Irónicamente, parece ser que se quiere promover la libertad religiosa con más religión. Y eso cuando los mayores enemigos de la libertad religiosa y de pensamiento no somos los ateos, o los que no creemos a priori que religión equivale a amor y espiritualidad, sino los creyentes mismos. Los no creyentes defendemos la libertad de pensamiento, incluyendo la libertad religiosa, porque creemos (a diferencia de muchos creyentes) que las personas tienen el derecho de creer y de hacer cualquier cosa, por muy asquerosa o estúpida que sea, siempre que no perjudique a los demás, y en un terreno más pragmático, porque su alternativa más frecuente no es el ateísmo forzoso, sino la coerción ideológica.

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