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domingo, 30 de agosto de 2009

¿Una estatua de Juan Pablo II? (A134)

En Paraná, Entre Ríos, quieren erigir una estatua de Juan Pablo II que mediría 100 metros de altura y costaría unos 1,5 millones de dólares. El proyecto es del diputado provincial Jorge Cáceres, del Partido Justicialista, quien afirma contar con el apoyo del intendente, del gobernador, y del cardenal Estanislao Karlic (arzobispo emérito de Paraná).

Como otros ya han reportado este proyecto descabellado, innecesario y obscenamente caro en un país donde la misma Iglesia denuncia que hay un 40% de pobreza, me voy a abstener de remarcar estos asuntos, al igual que del oportunismo político, la farandulización de la figura de Juan Pablo II, y todo eso.

Mi análisis se refiere a la justificación del monumento como un homenaje a los valores que Juan Pablo II impulsó y que, según el diputado Cáceres, son compartidos por todos.

Para comenzar, diré que hay cosas rescatables de Juan Pablo II. En 1981, la mediación papal evitó una guerra entre Argentina y Chile. Y a nivel mundial, el papa se destacó por ser uno de los pocos líderes mundiales importantes que se opuso sin condicionamientos al ataque y la invasión de Iraq en busca de inexistentes armas de destrucción masiva.

Hecha esa salvedad, paso a lo nuestro, que es el tema de los valores compartidos.

La religión puede unir a un pueblo, pero generalmente lo hace a costa de excluir a otros; une contra, no a favor de. En el caso argentino, la religión católica es de contenido meramente formal, si acaso, para la mayoría, pero los "valores" por los que la Iglesia Católica se define no nos son comunes a todos, ni de cerca.

De Juan Pablo II se dice que fue un campeón del ecumenismo. Eso es cierto si se lo compara con sus antecesores y con su sucesor. Pero su inclusividad nunca se extendió más allá de lo superficial. Si algo fue el anterior papa es un maestro de las relaciones públicas, al cual le gustaban las manifestaciones multitudinarias de sus fans y las ceremonias interreligiosas. Pero cuando su Inquisidor en jefe, Joseph Ratzinger, le presentó la declaración Dominus Iesus, cuyo tema básico era cómo se irán al infierno la mayoría de los que no somos católicos apostólicos romanos (aunque en términos mucho más políticamente correctos), Juan Pablo II la firmó sin pestañear. El ecumenismo católico no pasa de la condescendencia de tratar a los creyentes de otras religiones como inmaduros y desorientados, que (por gracia de Dios) quizá encuentren su camino correcto antes de morir. En Argentina nos falta mucho para ser tolerantes y abiertos a todas las religiones, pero incluso así, a pocos les caería bien la Dominus Iesus (si la conocieran).

En cuanto a los ateos, Juan Pablo II no tuvo contemplaciones similares. En una conmemoración del Holocausto, dijo que “Sólo una ideología sin Dios puede planificar y ejecutar el exterminio de todo un pueblo”, desparramando una vez más la mentira de que el nazismo era un movimiento ateo (olvidando la divisa Gott mit Uns, “Dios con nosotros”, adoptada por la Wehrmacht, el Concordato firmado por la Santa Sede con Hitler, y la multitud de genocidas que fueron salvados del juicio que merecían gracias a los buenos oficios de la Iglesia que los ayudó a escapar). En Argentina hay más que unos pocos ateos, agnósticos y descreídos de toda clase, que no compartimos (supongo) la idea de que sólo una religión temerosa de Dios nos preserva de caer en la barbarie, entre otras cosas, porque ya hemos visto abundante evidencia en contrario.

El último pontífice del siglo XX no difería, tampoco, del actual en sus posiciones extremas con respecto a la anticoncepción hormonal y de barrera. Cuando se discutió la encíclica Humanae Vitae, que definió la doctrina católica actual sobre la reproducción y el control de la natalidad, el entonces cardenal Wojtyla fue defensor de las posturas más represivas, que fueron las que triunfaron. En Argentina, las leyes y los planes de salud reproductiva han sido repetidamente bloqueados por la influencia de la jerarquía católica y de los dirigentes políticos, pero el común de la gente cree que sus hijos deben saber de, y deben poder usar, los medios para evitar embarazos no deseados y para protegerse de enfermedades de transmisión sexual.

Ni qué decir tiene que las posturas católicas sobre el matrimonio y el sexo fuera de él son consideradas como mucho buenas ideas opcionales, y más generalmente visiones arcaicas y extremas, por la mayor parte de la población argentina.

Los "valores" representados por Juan Pablo II no difieren de los de la línea doctrinal tradicional de la Iglesia, y no son nuestros valores, si debemos juzgarlos por la realidad y no por las profesiones de fe. La mayoría de los argentinos nos reímos de las ideas católicas sobre sexualidad y reproducción, y nos horrorizamos ante su defensa de regímenes dictatoriales.

Si el argumento para gastar una gran cifra en construir una estatua no es el de homenajear a la persona, podemos aceptar que quizá sirva para promover el turismo, como el diputado Jorge Cáceres también explica. Es cierto que una estatua de 100 metros de altura de una figura mundialmente conocida es un hito difícil de ignorar para los folletos turísticos. Ahora bien, ¿no sería más provechoso gastarse el millón y medio de dólares en mejores servicios públicos, en remozar las calles, o en promover la instalación de ferias y atractivos para los visitantes?

El proyecto no tiene muchas chances de avanzar, menos en un contexto de crisis. Lo peor que podría pasar es que se aprobara, que se destinaran fondos, y que luego esos fondos se desperdiciaran en una construcción incompleta o se "perdieran" en los canales burocráticos habituales. Esperemos que gane la racionalidad.

3 comentarios:

  1. Además de que esto es ridículo ¿Con qué fondos? La provincia está en números rojos y tiene declarada la emergencia agropecuaria.

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  2. La idea me parece buena siempre que la pague una fundación, sin nada de dinero procedente de los impuestos.

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