“¿Y realmente se sacrificó Jesús en esa sangrienta cruz de muerte para que este descarado viejo fraudulento pudiera estar sentado allá en Roma como un adorno inútil y decirle a todo el resto del mundo qué cosas no está permitido hacer?”
—Pat Condell, sobre Benedicto XVI
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lunes, 30 de agosto de 2010
Pregunta retórica
domingo, 29 de agosto de 2010
Denuncias Educación Religiosa
Estoy siguiendo desde hace unos días el blog de Niflheim, que se llama Denuncias Educación Religiosa y cuyo lema es “El derecho a tener una escuela privada no te da la libertad de enseñar lo que se te de la gana”. Niflheim (que no usa su verdadero nombre porque es alumno de una de las escuelas privadas confesionales contra las que escribe) dice en su post de presentación, luego de explicar que no se identifica con la doctrina que le obligan a aprender en clase:
He creado este blog, para que todos los que estén en la misma situación, tengan un espacio para poder darle a conocer al resto del mundo, experiencias que les han parecido incomodas, porque todos necesitamos desahogarnos alguna vez, y a veces la impotencia nos hace sentir derrotados. Pero no lo estamos. Tenemos que estar unidos, todos los que queremos un mundo más laico, menos ignorancia, menos prejuicios y discriminaciones injustas y con más libertad de pensamiento.Normalmente no recomiendo otros blogs, porque los blogs ya reconocidos siempre tienen más tráfico que éste y no necesitan de mi recomendación, y los blogs nuevos estadísticamente son de muy mala calidad y además mueren pronto. Pero Niflheim me lo pidió, el blog está bueno, y esta iniciativa me pareció muy buena para difundir. Aquí hablamos con cierta frecuencia de la educación confesional (que no es otra cosa que indoctrinación); no hace mucho veíamos lo de la educación religiosa en las escuelas públicas de Salta, y no hace mucho tratamos el tema de la laicidad educativa, por no recordar el escandaloso uso que se hizo de los recursos de las escuelas católicas para hacer lobby contra el matrimonio homosexual. Pero nunca habíamos tratado el asunto desde adentro, escuchando lo que los niños y jóvenes piensan sobre la religión que les imponen. Espero que los que tengan algo que contar enfilen hacia Denuncias y lo hagan.
jueves, 26 de agosto de 2010
100 años de la Madre Teresa de Calcuta
Hoy se cumplen cien años del nacimiento de Agnes Gonxha Bojaxhiu, conocida gracias al marketing internacional como “Madre Teresa de Calcuta”, y a la espera de ser declarada santa por la Iglesia Católica. Defensora de la versión más extrema de la fe, amiga de la pobreza y del sufrimiento, sobre todo el ajeno (al que veía como algo bueno para el mundo), enemiga de los derechos sexuales y reproductivos, opuesta también al derecho de las parejas casadas a divorciarse (excepto en el caso de su famosa amiga y cuantiosa benefactora Diana Spencer, princesa de Gales), ella y la orden de monjas que creó para evangelizar a los moribundos han recibido tanto dinero de tantas personas, incluyendo el financista estafador Charles Keating y los Duvalier (la familia de sangrientos dictadores de Haití), que hubiera alcanzado para construir varios hospitales de alta complejidad, pero que fue empleada, según parece (porque la Orden no muestra sus libros contables) sólo para construir cientos de hospicios donde la gente pobre va, o es llevada, a morir, sin recibir cuidados médicos adecuados ni siquiera analgésicos, pero eso sí, rodeada de voluntarias católicas con buenas intenciones.
En fin, pocos han hecho tanto para disipar este mito —este horroroso figurín alimentado por la Santa Sede para elevar a una extremista religiosa con hambre de publicidad a ícono de la bondad y el desprendimiento incluso entre los no católicos— como el genial Christopher Hitchens. Hay un documental, Hell's Angel, y una larga entrevista que yo traduje hace dos años y que quizá muchos nuevos lectores de Alerta Religión no conozcan. A leer, entonces: Christopher Hitchens sobre la Madre Teresa, parte 1, parte 2, parte 3, parte 4, parte 5. También hay algo de cuando la Madre Teresa fue beatificada. En un mundo que sólo recuerda lo que le resulta placentero y que ama a sus ídolos falsos, no le debemos menos a la verdad histórica que estar informados.
En fin, pocos han hecho tanto para disipar este mito —este horroroso figurín alimentado por la Santa Sede para elevar a una extremista religiosa con hambre de publicidad a ícono de la bondad y el desprendimiento incluso entre los no católicos— como el genial Christopher Hitchens. Hay un documental, Hell's Angel, y una larga entrevista que yo traduje hace dos años y que quizá muchos nuevos lectores de Alerta Religión no conozcan. A leer, entonces: Christopher Hitchens sobre la Madre Teresa, parte 1, parte 2, parte 3, parte 4, parte 5. También hay algo de cuando la Madre Teresa fue beatificada. En un mundo que sólo recuerda lo que le resulta placentero y que ama a sus ídolos falsos, no le debemos menos a la verdad histórica que estar informados.
martes, 24 de agosto de 2010
El tesoro de la Iglesia
Ante esta confesión de amor al sufrimiento (ajeno), ¿qué podemos agregar?
“Un anciano o un enfermo puede hacer mucho más que lo que puede hacer un apóstol bueno y sano. Si se unen a la Cruz de Cristo pueden atraer enormes caudales de gracia no sólo para ustedes y sus familias, sino también para la Iglesia. La cama de un enfermo postrado se convierte en un altar donde podemos ofrecer al Señor Jesús nuestro sufrimiento.”
— José Antonio Eguren, arzobispo de Piura y Tumbes (Perú)
domingo, 22 de agosto de 2010
Objeción de conciencia o excusa para discriminar (A202)
Como sabemos, la Iglesia Católica se considera a sí misma por encima de la ley (Dios está por encima de los hombres, por lo tanto lo que Dios quiera vale más que lo que quieran los hombres; y como los únicos que saben lo que Dios quiere son ellos…). Ya no puede imponerse sobre el estado por la vía de la violencia, y la presión política directa está cada vez peor vista, así que ha intentado idear maneras de esquivar las leyes: sea llamando a la desobediencia civil o, en una forma más sutil, introduciendo la figura de la objeción de conciencia en donde no debe.
Así fue como, apenas derrotado el partido de Dios en la batalla legislativa por el matrimonio igualitario, surgieron voces pidiendo, no, exigiendo que se permitiera a los funcionarios públicos homofóbicos valerse de su pensamiento discriminatorio como escudo; un par de gobiernos provinciales fueron cómplices de esta estrategia, lo que les valió severas críticas. Lo mismo habían intentado hacer los seguidores del modelo patriarcal tradicional cuando se aprobó la ley de divorcio vincular (que, tal como denunció en su momento la Santa Madre Iglesia, desintegró completamente nuestra sociedad).
Los expertos dicen que no es válido para un funcionario público negarse a cumplir un deber administrativo aduciendo conflictos con sus convicciones o creencias. Por mi parte, como este tema es difícil y nuevo y yo realmente no sabía qué pensar, decidí documentarme un poco. Lo que saqué en claro fue:
La negativa de un funcionario público a realizar matrimonios entre personas del mismo sexo, además, es inadmisible porque el funcionario no es afectado personalmente por un contrato civil entre terceros y porque implica una discriminación penalizable por ley. La objeción de conciencia se acepta sólo para ciertas cuestiones precisamente porque su aplicación irrestricta daría lugar a discriminaciones de todo tipo: un juez podría negarse a casar a personas divorciadas, a personas de distinta etnia o religión, a personas que no sean vegetarianas… a cualquiera que su religión o fe íntima considere indignos.
La promoción y el recurso sistemático a la objeción de conciencia son un perverso modus operandi de la Iglesia. Con una legislación ambigua y jueces lentos o cómplices para decidir en estos casos, un pedido tras otro de excepción a la ley puede demorar, con gran daño, lo que debería ser un mero trámite. Y en los casos de localidades pequeñas o aisladas, un solo objetor de conciencia puede bloquear la aplicación de la ley indefinidamente: imaginemos que la única persona autorizada para realizar matrimonios civiles en un pueblo apartado tiene su reemplazo factible más cercano en una ciudad a cien kilómetros de distancia (situación no poco frecuente en un país como Argentina). Por eso tenemos el deber de estar informados: no existe ningún derecho a discriminar amparándose en las creencias o convicciones de nadie.
Así fue como, apenas derrotado el partido de Dios en la batalla legislativa por el matrimonio igualitario, surgieron voces pidiendo, no, exigiendo que se permitiera a los funcionarios públicos homofóbicos valerse de su pensamiento discriminatorio como escudo; un par de gobiernos provinciales fueron cómplices de esta estrategia, lo que les valió severas críticas. Lo mismo habían intentado hacer los seguidores del modelo patriarcal tradicional cuando se aprobó la ley de divorcio vincular (que, tal como denunció en su momento la Santa Madre Iglesia, desintegró completamente nuestra sociedad).
Los expertos dicen que no es válido para un funcionario público negarse a cumplir un deber administrativo aduciendo conflictos con sus convicciones o creencias. Por mi parte, como este tema es difícil y nuevo y yo realmente no sabía qué pensar, decidí documentarme un poco. Lo que saqué en claro fue:
- La objeción de conciencia se refería originalmente al derecho de pedir ser exceptuado del servicio militar obligatorio, o conscripción, por razones éticas o religiosas.
- La objeción de conciencia no es un derecho humano reconocido unánimemente. Está reglamentada en algunos países y para algunas cuestiones específicas, que varían de país a país y que suelen ser muy discutidas (por ejemplo, en algunos estados de Estados Unidos hay objeción de conciencia para los farmacéuticos que no quieren dispensar anticonceptivos).
- Como corolario de la libertad de conciencia y religión, la objeción de conciencia aparece limitada por los derechos de terceros (ver análisis).
La negativa de un funcionario público a realizar matrimonios entre personas del mismo sexo, además, es inadmisible porque el funcionario no es afectado personalmente por un contrato civil entre terceros y porque implica una discriminación penalizable por ley. La objeción de conciencia se acepta sólo para ciertas cuestiones precisamente porque su aplicación irrestricta daría lugar a discriminaciones de todo tipo: un juez podría negarse a casar a personas divorciadas, a personas de distinta etnia o religión, a personas que no sean vegetarianas… a cualquiera que su religión o fe íntima considere indignos.
La promoción y el recurso sistemático a la objeción de conciencia son un perverso modus operandi de la Iglesia. Con una legislación ambigua y jueces lentos o cómplices para decidir en estos casos, un pedido tras otro de excepción a la ley puede demorar, con gran daño, lo que debería ser un mero trámite. Y en los casos de localidades pequeñas o aisladas, un solo objetor de conciencia puede bloquear la aplicación de la ley indefinidamente: imaginemos que la única persona autorizada para realizar matrimonios civiles en un pueblo apartado tiene su reemplazo factible más cercano en una ciudad a cien kilómetros de distancia (situación no poco frecuente en un país como Argentina). Por eso tenemos el deber de estar informados: no existe ningún derecho a discriminar amparándose en las creencias o convicciones de nadie.
jueves, 19 de agosto de 2010
martes, 17 de agosto de 2010
Otto per mille — ¿y por casa cómo andamos?
Me han pasado un video promocional de una campaña lanzada en Italia para que el estado deje de mantener a la Iglesia Católica. Véanlo y luego seguimos:
El otto per mille (“ocho por mil”) es la porción del impuesto a las rentas de las personas físicas que el Estado italiano destina a variados fines, entre ellos el sostenimiento de la Iglesia Católica y otras confesiones. Aunque los números varían, últimamente la Iglesia viene llevándose, sólo por este medio, alrededor de mil millones de euros al año. El otto per mille no es todo para la Iglesia Católica, pero en 2004 ésta se llevó un 87,25% del total, en gran medida porque muchos fondos no asignados explícitamente por los contribuyentes fueron derivados a ella. Y la Iglesia le cuesta al Estado italiano mucho más, en total unos cuatro mil millones de euros anuales, por pago de profesores de religión, exenciones impositivas de toda clase y financiación de eventos turísticos religiosos.
La propuesta lanzada al aire por gente de un par de páginas de Facebook argentinas (ésta y ésta) es:
El otto per mille (“ocho por mil”) es la porción del impuesto a las rentas de las personas físicas que el Estado italiano destina a variados fines, entre ellos el sostenimiento de la Iglesia Católica y otras confesiones. Aunque los números varían, últimamente la Iglesia viene llevándose, sólo por este medio, alrededor de mil millones de euros al año. El otto per mille no es todo para la Iglesia Católica, pero en 2004 ésta se llevó un 87,25% del total, en gran medida porque muchos fondos no asignados explícitamente por los contribuyentes fueron derivados a ella. Y la Iglesia le cuesta al Estado italiano mucho más, en total unos cuatro mil millones de euros anuales, por pago de profesores de religión, exenciones impositivas de toda clase y financiación de eventos turísticos religiosos.
La propuesta lanzada al aire por gente de un par de páginas de Facebook argentinas (ésta y ésta) es:
¿Quién se anima a armar un primer video para la Argentina y postearlo acá?A este propuesta adhiero, a pesar de no contar con medios para grabar un video de esa clase. Estoy seguro de que unos cuantos de mis lectores sí están en condiciones de hacerlo. Está claro que de unos pocos miles de usuarios de Facebook, con más entusiasmo esporádico que otra cosa, no va a salir un movimiento nacional que revolucione la relación Estado-Iglesia en Argentina, pero por algún lugar debemos empezar. Nuestro país gasta una suma relativamente pequeña, aunque simbólicamente importante, en mantener a la jerarquía de la Iglesia y sus representantes en las fuerzas armadas, las zonas de frontera y los hospitales; además invertimos muchísimo dinero en financiar instituciones de indoctrinación religiosa. ¿Cuándo vamos a hacer algo?
domingo, 15 de agosto de 2010
Laicidad en la educación argentina (A201)
Como hablábamos de la educación católica cuasi-obligatoria que se está impartiendo en las escuelas públicas de Salta, se me ocurrió ahondar un poco en el tema de la laicidad educativa, que hemos tratado ya alguna que otra vez.
En Argentina la educación pública estatal es gratuita y, en principio, laica; ése es el espíritu de la famosa Ley 1420, que formalizó las ideas liberales de fines del siglo XIX. Pero la educación pública primaria es responsabilidad de los estados provinciales, por lo cual hay provincias donde la laicidad se respeta, y otras, como Salta, donde indoctrinar a los alumnos de las escuelas públicas en una religión es un mandato constitucional. La Constitución Nacional no es explícitamente laica: si una Constitución provincial dice que los niños deben ser “educados” en los “valores” del catolicismo tradicional, no hay forma de recusarla.
El problema se agrava porque incluso donde la educación pública es laica —con ocasionales lapsus menores—, los padres anotan cada vez más a sus hijos en escuelas privadas, que les garantizan (ésa es la percepción social común) una mejor calidad educativa. Los maestros públicos hacen huelgas; muchos de sus alumnos son pobres y tienen problemas de conducta; las escuelas no son administradas eficientemente ni mantenidas en buenas condiciones… La escuela pública argentina, que solía ser la Gran Igualadora, se ha venido convirtiendo en sinónimo de “escuela para pobres”.
La educación privada funciona bajo un régimen de subsidios estatales y cobro de cuotas. Por ley, una escuela privada puede cobrar a los padres de los alumnos una cuota mensual máxima con un monto inversamente proporcional al porcentaje de subsidios que recibe del estado para pagar los sueldos de sus maestros (el resto de los gastos de funcionamiento corren por cuenta de la escuela).
La Iglesia Católica tiene en la mira, por tanto, dos grandes premios: uno, las escuelas públicas, donde la mayoría de los alumnos concurre, mal que les pese a los padres, porque no pueden pagar una cuota; el otro, los subsidios a las escuelas confesionales. Es notable que no sabemos con seguridad cuántas escuelas son confesionales; por estimaciones se sabe que son la mitad, aproximadamente, de las privadas, y la inmensa mayoría son católicas.
Lo que ocurre en Salta, provincia con altos niveles de pobreza y desigualdad social, responde al primer punto: la Iglesia busca mantener como público cautivo a niños que no pueden ir a buscar educación secular a otra parte.
La disputa por el segundo punto se pudo observar recientemente cuando la provincia de Buenos Aires advirtió que iba a revisar los montos de los subsidios, causando una reacción furibunda del episcopado local. Buenos Aires invierte tres mil millones de pesos anuales en subsidiar a las escuelas privadas. El obispo Héctor Aguer se presentó ante el gobernador junto con veinte de sus colegas y pasó factura. El gobierno debió aclarar que sólo se distribuirán mejor los subsidios, privilegiando “a colegios con bajos aranceles y de barrios carenciados”.
Es obvio que el dinero que va a las escuelas privadas podría y debería ir a más y mejores escuelas públicas, pero el Estado hace tiempo que dio por perdida esa batalla. Se entiende como derecho de los padres el pedir que sus hijos reciban del Estado una educación que respete sus (las de los padres) convicciones religiosas; muchos no consideran que la indoctrinación deba ser un asunto privado; algunos sacan a relucir el asunto de los “valores”, como si no hubiera otra fuente de los mismos que la religión, o como si esos valores fueran otra cosa que repetición de prejuicios tradicionales.
En realidad la mayoría de los padres que envía a sus hijos a escuelas privadas lo hacen no por convicción religiosa sino para evitar las malas condiciones edilicias de las escuelas públicas y las frecuentes huelgas de maestros. Hace veinte años uno de cada siete niños iba a una escuela privada; hoy es uno de cada cuatro, y en la Ciudad de Buenos Aires, uno de cada dos.
Ese aumento constante alimenta la voracidad del lobby educativo eclesiástico. A nivel nacional se trata de una inmensa cantidad de dinero: miles de millones transferidos a instituciones excluyentes, que transmiten a los niños doctrinas y políticas de un estado extranjero (el Vaticano) que suelen estar en oposición directa con las políticas del estado argentino en cuanto a educación sexual, salud reproductiva y derechos humanos (por no hablar de la distorsión y desinformación en temas de biología e historia).
Y ese dinero no se vuelca sólo a la indoctrinación disfrazada de educación; de un uso más ruin fuimos testigos cuando la Iglesia Católica utilizó sus escuelas como bases para lanzar su campaña contra la ley de matrimonio igualitario, enviando cartas a los padres para que firmaran un petitorio contra el derecho de los homosexuales a casarse y liberando a sus alumnos para que asistieran a movilizaciones en lugar de ir a clases.
Es hora de volver a debatir si queremos una educación para todos, que forme ciudadanos, o un sistema perverso como el actual, que permite llamar “educación” a valores cuestionables y doctrinas falsas y arroja a millones de niños en brazos de una corporación religiosa.
En Argentina la educación pública estatal es gratuita y, en principio, laica; ése es el espíritu de la famosa Ley 1420, que formalizó las ideas liberales de fines del siglo XIX. Pero la educación pública primaria es responsabilidad de los estados provinciales, por lo cual hay provincias donde la laicidad se respeta, y otras, como Salta, donde indoctrinar a los alumnos de las escuelas públicas en una religión es un mandato constitucional. La Constitución Nacional no es explícitamente laica: si una Constitución provincial dice que los niños deben ser “educados” en los “valores” del catolicismo tradicional, no hay forma de recusarla.
El problema se agrava porque incluso donde la educación pública es laica —con ocasionales lapsus menores—, los padres anotan cada vez más a sus hijos en escuelas privadas, que les garantizan (ésa es la percepción social común) una mejor calidad educativa. Los maestros públicos hacen huelgas; muchos de sus alumnos son pobres y tienen problemas de conducta; las escuelas no son administradas eficientemente ni mantenidas en buenas condiciones… La escuela pública argentina, que solía ser la Gran Igualadora, se ha venido convirtiendo en sinónimo de “escuela para pobres”.
La educación privada funciona bajo un régimen de subsidios estatales y cobro de cuotas. Por ley, una escuela privada puede cobrar a los padres de los alumnos una cuota mensual máxima con un monto inversamente proporcional al porcentaje de subsidios que recibe del estado para pagar los sueldos de sus maestros (el resto de los gastos de funcionamiento corren por cuenta de la escuela).
La Iglesia Católica tiene en la mira, por tanto, dos grandes premios: uno, las escuelas públicas, donde la mayoría de los alumnos concurre, mal que les pese a los padres, porque no pueden pagar una cuota; el otro, los subsidios a las escuelas confesionales. Es notable que no sabemos con seguridad cuántas escuelas son confesionales; por estimaciones se sabe que son la mitad, aproximadamente, de las privadas, y la inmensa mayoría son católicas.
Lo que ocurre en Salta, provincia con altos niveles de pobreza y desigualdad social, responde al primer punto: la Iglesia busca mantener como público cautivo a niños que no pueden ir a buscar educación secular a otra parte.
(Sin un toque de humor, la situación es deprimente.) |
Es obvio que el dinero que va a las escuelas privadas podría y debería ir a más y mejores escuelas públicas, pero el Estado hace tiempo que dio por perdida esa batalla. Se entiende como derecho de los padres el pedir que sus hijos reciban del Estado una educación que respete sus (las de los padres) convicciones religiosas; muchos no consideran que la indoctrinación deba ser un asunto privado; algunos sacan a relucir el asunto de los “valores”, como si no hubiera otra fuente de los mismos que la religión, o como si esos valores fueran otra cosa que repetición de prejuicios tradicionales.
En realidad la mayoría de los padres que envía a sus hijos a escuelas privadas lo hacen no por convicción religiosa sino para evitar las malas condiciones edilicias de las escuelas públicas y las frecuentes huelgas de maestros. Hace veinte años uno de cada siete niños iba a una escuela privada; hoy es uno de cada cuatro, y en la Ciudad de Buenos Aires, uno de cada dos.
Ese aumento constante alimenta la voracidad del lobby educativo eclesiástico. A nivel nacional se trata de una inmensa cantidad de dinero: miles de millones transferidos a instituciones excluyentes, que transmiten a los niños doctrinas y políticas de un estado extranjero (el Vaticano) que suelen estar en oposición directa con las políticas del estado argentino en cuanto a educación sexual, salud reproductiva y derechos humanos (por no hablar de la distorsión y desinformación en temas de biología e historia).
Y ese dinero no se vuelca sólo a la indoctrinación disfrazada de educación; de un uso más ruin fuimos testigos cuando la Iglesia Católica utilizó sus escuelas como bases para lanzar su campaña contra la ley de matrimonio igualitario, enviando cartas a los padres para que firmaran un petitorio contra el derecho de los homosexuales a casarse y liberando a sus alumnos para que asistieran a movilizaciones en lugar de ir a clases.
Es hora de volver a debatir si queremos una educación para todos, que forme ciudadanos, o un sistema perverso como el actual, que permite llamar “educación” a valores cuestionables y doctrinas falsas y arroja a millones de niños en brazos de una corporación religiosa.
miércoles, 11 de agosto de 2010
Apoyo el Día del Orgullo Primate
Y no se trata meramente de un día de difusión de la teoría evolutiva, ni tampoco un día para comportarse como un mono. Permítaseme explicar lo que pienso.
Comparto con muchas personas el sentimiento de curiosidad, deleite y diversión al observar monos, sean monos sudamericanos con cola o chimpancés africanos, gorilas o titíes, los flacos y negros monos araña o los gordos orangutanes color naranja o canela, en vivo o por televisión. Yo sé lo que veo en ellos. Pero ¿lo saben los demás?
Para los europeos que los vieron por primera vez al colonizar África y América, deben haber sido toda una sorpresa. No puedo ni imaginar qué habrán pensado los primeros humanos modernos al (re)encontrarse con ellos. Antes de Darwin, el obvio parentesco que nos une debe haber sido inconscientemente suprimido por la necesidad de no vernos reflejados en los primates “inferiores”. En vez de ver nuestra ascendencia, veíamos en ellos un remedo de nosotros, amos del mundo y pináculo de la Creación. Entiendo que mucha gente, un siglo y medio después de El origen de las especies y aun en esta época de reveladoras secuencias de ADN, sigue viéndonos y viéndolos así. Y no hablo de esos obtusos de Dios, de los ignorantes de proporciones bíblicas, que vienen un poco de nuestro pasado católico integrista, otro poco del moderno fundamentalismo de exportación norteamericano.
Ocurre que la mayoría de los seres humanos no tienen mucha idea de lo que significa la evolución, y eso incluye a los que supuestamente sí saben de qué se trata y “están de acuerdo” y “creen” en la evolución (como si se pudiera estar en desacuerdo con la realidad). La culpa de esto la tienen tanto la educación como las limitaciones de la imaginación propias de cada uno. Por eso es importante este Día del Orgullo Primate.
Pariente lejano de quien escribe |
Ahora bien, el hecho de que esta herencia nos sea común con animales que muchos consideran bestias irracionales, movidas por el instinto, nos fuerza a admitir que nosotros, los Homo sapiens, no somos seres superiores, y que nuestra civilizada sociedad y nuestras costumbres más caras no son fruto del raciocinio puro. La novelista Ann Druyan (última esposa del difunto Carl Sagan) comentaba en 1997, al recibir un premio como “Heroína del Librepensamiento”:
¿Quién podría tomar en serio el derecho divino de los reyes después de observar la sociedad de los chimpancés y ver cómo todos los machos se humillan ante al macho alfa? […] La primera vez —después de que Carl y yo escribiéramos Sombras de antepasados olvidados, luego de años sumergiéndonos en la literatura científica sobre la organización social de los primates— que vimos un discurso sobre el Estado de la Nación, con el Presidente entrando y caminando por el pasillo y todos esos hombres tratando de que el Presidente los tocara, ¡[nos dimos cuenta de que] es exactamente la manera en que se comportan los chimpancés! Por eso es que la ciencia es tan subversiva…Este descubrimiento nos trae humildad, que no humillación: la humildad de saber cuál es nuestro puesto en el esquema de la naturaleza, una humildad que no excluye el orgullo sino que lo complementa, lo equilibra, y nos permite reconocer y reconciliarnos con nuestros errores, nuestra propia estupidez, nuestras debilidades.
La clase equivocada de orgullo, que sostienen los que creen que somos creaciones especiales de una divinidad que hizo todo el universo en nuestro beneficio, no puede resistir ante el conocimiento de nuestra ascendencia y nuestros lazos con su azaroso pasado. Pero nos queda el muy correcto orgullo de pertenecer a una estirpe que ha prosperado, que se ha diversificado y que ha producido, por primera vez en la historia (hasta donde sabemos) individuos capaces de reflexionar sobre su propio origen: una estirpe que ha logrado ponerse a sí misma en su lugar.
lunes, 9 de agosto de 2010
Escuelas públicas y católicas en Salta (A200)
Leopoldo van Cawlaert, Ministro de Educación de Salta |
El mandato de la Constitución provincial de ofrecer educación religiosa en las escuelas se ha transformado en la práctica, y como era de esperar, en adoctrinación católica cuasi-obligatoria. Los padres pueden pedir que sus hijos no sean “educados” de esta manera, pero no hay clases alternativas: es catolicismo o nada. Los niños que no asisten a su lavado de cerebro deben vagar por el patio o la biblioteca, y son discriminados por sus compañeros.
La ley que ha permitido este grosero despropósito está siendo denunciada por un grupo de madres en un pedido de amparo colectivo, auspiciado por la Asociación por los Derechos Civiles (ADC). Estaremos atentos para contarles las noticias.
jueves, 5 de agosto de 2010
El milagro argentino (A199)
Infografía de Clarín |
Hasta ahí los números. No hace falta decir (o sí, aunque no precisamente aquí) que la contrapartida de esa cifra de la credulidad argentina es un descreimiento bastante considerable, que a los diarios no se les ha ocurrido mencionar en sus titulares: tres de cada diez argentinos no creemos en milagros. Los titulares mediáticos deben transmitir información y, en esta era de sobreoferta informativa, intentar impresionarnos mostrándonos a primera vista algo nuevo, inesperado; sin embargo, no hay nada de eso en un titular que confirma que una mayoría de los ciudadanos de una cultura de matriz religiosa y extremadamente supersticiosa creen en milagros.
“Ninguna persona razonable puede creer en la religión cristiana sin un milagro”, como decía el filósofo J. L. Mackie, y eso hace que esos tres de cada diez sean una paradoja. Las encuestas suelen estar mal hechas; una variación en una palabra o en la formulación de una pregunta pueden destruir un resultado. Suponiendo que no ha ocurrido esto, resulta que casi 30% de los argentinos, entre los cuales sin duda hay quienes se profesan cristianos, no creen en la resurrección de Cristo, ni en el poder de la oración a Dios o la plegaria intercesoria (oración a los santos o a la Virgen María).
Si fuéramos al meollo del asunto con toda lógica, deduciríamos que ese 30% no cree en un dios creador del universo, ya que no hay milagro más grande y más inverosímil que la creación ex nihilo de todo lo que nos rodea por el simple acto de voluntad de una entidad invisible e indetectable…, pero es evidente que los creyentes abandonan la lógica mucho antes de ese punto.
Algo mucho más interesante es que la mitad de los encuestados dice haber estado alguna vez en presencia de un milagro, de manera que si se les preguntara las razones por las que creen, muchos probablemente dirían que es debido a esa experiencia de supuestos milagros. Sabemos que generalmente no es así: solemos aceptar como verdaderas las cosas que ya creemos de antemano, y somos más escépticos ante lo que no queremos aceptar. Primero creemos y luego racionalizamos. Si queremos ver un milagro, podemos verlo en prácticamente cualquier suceso no trivial. El escéptico “entrenado” conoce estas debilidades de su propia mente y busca contrarrestarlas, transformándose en “abogado del diablo” ante sus propios anhelos. Pero el creyente devoto también puede estar “entrenado” por su tradición y sus pastores; gran parte de los justificativos de la fe consisten en advertencias contra el descreimiento, contra la tentación de cuestionar y razonar más allá de los límites. Por eso es que, de ese 30% de los argentinos que no creen en los milagros, sólo una pequeña parte son verdaderamente escépticos.
Regocijémonos, de todas formas. De cada diez compatriotas, tres no creen que las leyes del universo son ideas pasajeras de un dios caprichoso que pueden suspenderse para beneficiarlos a ellos. En una sociedad que glorifica la irracionalidad y el voluntarismo, eso sí que es un milagro.
domingo, 1 de agosto de 2010
Hitchens: Videla, cristianismo y antisemitismo fascista
En lo que sigue, Christopher Hitchens habla con Hugh Hewitt sobre sus memorias, condensadas en su último libro, Hitch-22. Este hombre es increíble por lo que ha viajado y conocido. Lean lo que tiene que decir sobre un siniestro personaje latinoamericano y sobre las ideas que lo inspiraban. (La traducción del fragmento y los links son míos.)
Como dijo famosamente Hannah Arendt, puede haber un lado banal en el mal. En otras palabras, no se presenta siempre. Quiero decir que muchas veces lo que uno se encuentra es una persona muy mediocre. Pero sin embargo uno puede sentir una especie de halo de maldad en torno a ellos. Y la mejor combinación de esas cosas, creo, y lo describo en el libro, es/fue el general Jorge Rafael Videla, de Argentina, a quien conocí a fines de los ’70 cuando la guerra de los escuadrones de la muerte estaba en su pico máximo y sus conciudadanos estaban desapareciendo todos los días de las calles. Y él era, en algunos aspectos, extremadamente banal. Yo lo describo como algo parecido a un cepillo de dientes humano. Era una clase de oficial magro y almidonado con un bigote tonto y una facha muy estúpida, pero también un destello de fanatismo. Y si te dijera por qué está ahora bajo arresto domiciliario en Argentina podrías llegar a entender el horror que sentí mientras le hacía preguntas sobre todo esto. Está en prisión en Argentina por vender los hijos de las víctimas de violación, sus prisioneras privadas, a las que mantenía en una cárcel personal. Y no sé si he conocido alguna vez a alguien que haya hecho algo tan concentradamente horrible…
[Videla] es uno de los mejores amigos de Henry Kissinger. Kissinger fue su invitado personal durante la Copa del Mundo en Argentina. Era una figura muy protegida en la política exterior estadounidense en ese momento, incluso bajo la administración Carter, que creo que fue cuando lo conocí, de hecho. Y era, en el sentido original de la palabra, realmente, un fascista. Es decir, creía que había una conspiración judía internacional para apoderarse de Argentina. Admiraba a Mussolini, a Franco. Creía completamente en los Protocolos de los Sabios de Sión. Mi gran amigo el difunto Jacobo Timerman, que estuvo desaparecido por un tiempo considerable, un editor periodístico judío en Buenos Aires, dijo que cuando cuando lo torturaban en otra prisión privada sus interrogadores no paraban de decirle: “¿No entiendes quiénes son nuestros enemigos? Nuestros enemigos son Sigmund Freud, porque destruyó el concepto cristiano de la familia; Albert Einstein, porque destruyó el concepto cristiano del cosmos; y Karl Marx, porque destruyó la idea cristiana de la economía orgánica. ¿Y crees que es coincidencia que estas tres personas son judíos?”. El plan nazi fue muy intensamente revisitado en el subcontinente sudamericano.