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Un tema bastante amplio es lo que sugiere el título de
Religión, política y sociedad, libro del filósofo y teólogo José Pablo Martín publicado en septiembre de 2009 y que todavía no he leído, pero del que me enteré por un artículo aparecido en
Crítica en el cual se trata de
la relación del gobierno argentino con la Iglesia en tiempos recientes.*
El artículo es una entrevista a
Juan Cruz Esquivel, uno de cuyos trabajos (sobre el gobierno de Carlos Menem) está incluido en el libro. Esquivel es sociólogo e investigador del CONICET, especializado en asuntos como la relación iglesia-estado y la laicidad; fue el coordinador de la primera
encuesta sobre actitudes y creencias religiosas en Argentina. Su opinión es que, por más que el kirchnerismo haya sostenido conflictos puntuales con la Iglesia Católica (como el
caso Baseotto o la controversia por la propuesta del divorciado
Alberto Iribarne como embajador), no se ha avanzado en lo esencial:
Con el gobierno de Néstor Kirchner hubo un punto de inflexión que desplazó a la Iglesia católica de ese lugar de interlocutor privilegiado al momento de definir políticas de sensibilidad eclesiástica. Sin embargo, el matrimonio no avanzó en aspectos legislativos que rubriquen esta nueva modalidad de la relación. […] [H]ay una batería de leyes que datan de la dictadura o antes que reflejan la posición privilegiada del cristianismo en relación con otros cultos. […] Un nuevo gobierno que quiera reestablecer el vínculo simbiótico tradicional no va a necesitar sancionar ninguna legislación, tiene los recursos jurídicos para hacerlo.
En otras palabras: se ha tratado de tironeos de poder y peleas verbales entre los Kirchner y el Episcopado, pero no de una verdadera ofensiva contra los privilegios de la Iglesia, que es lo que muchos esperábamos hace casi siete años, cuando Néstor Kirchner asumió el poder.
Hace menos de dos años Esquivel se lamentaba de que el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner
no hubiera seguido adelante con la proyectada cancelación del Te Deum tradicional que se celebra en cada aniversario de la Revolución de Mayo, y su reemplazo planeado por una ceremonia interreligiosa, que pusiera en pie de igualdad a todas las creencias que cohabitan en Argentina (¡era mucho pedir que se tuviera en cuenta también a los no creyentes!). No se trata simplemente de una cuestión de laicidad sino del simbolismo de poner a los representantes máximos electos del pueblo bajo el púlpito, sometidos a la mirada y la crítica de funcionarios de una facción religiosa particular, como si los gobiernos necesitaran la legitimación de la Iglesia.
Unos meses antes Esquivel había marcado el mismo punto en un artículo,
La Iglesia católica y sus tensiones, preguntándose:
¿En qué fuentes deben buscar su legitimidad los funcionarios de un gobierno y los demás actores del sistema político en el marco de un régimen democrático?
Queremos creer que una mayoría de la gente respondería a esta pregunta diciendo: la legitimidad viene del pueblo, y también viene de los principios tomados como universales por casi todos los pueblos, lo que llamamos “derechos humanos”. Pero a juzgar por los estudios que se han hecho, resulta que está naturalizado el que un gobernante pida consejo, si no (extraoficialmente)
permiso a las autoridades de la religión mayoritaria, antes de tomar medidas controvertidas; y esto a pesar de que se ha mostrado claramente que la gran mayoría de los creyentes de esa religión lo son apenas de nombre, o no están de acuerdo con ninguna de las doctrinas represivas que su cúpula defiende e impone donde puede.
Para los argentinos, que estamos viviendo una transición política complicada luego de las últimas elecciones legislativas, es importante pensar en lo que Esquivel señala sobre el kirchnerismo, movimiento que se autotitula progresista:
El Frente para la Victoria es un espacio diverso […]. El peronismo tradicionalmente está vinculado al catolicismo y el kirchnerismo es una expresión del peronismo. Muchos de sus dirigentes fueron peronistas antes de Kirchner y lo serán después del kirchnerismo, por lo que sus vínculos con la Iglesia van más allá del actual gobierno.
En este marco es fácil entender la
reticencia de los legisladores kirchneristas a dar quorum para el tratamiento del proyecto de ley que permitiría los
matrimonios entre personas del mismo sexo, reticencia que enfureció comprensiblemente a los activistas en favor de la igualdad de derechos tanto o más que el
paso en falso del Jefe de Gobierno de Buenos Aires, Mauricio Macri, que primero sorprendió a todos (especialmente a sus seguidores en la derecha dura) negándose a obstaculizar el matrimonio civil entre dos hombres, y luego permitió que un juez (ilegalmente) lo suspendiera.
Nadie quiere pelearse con la Iglesia, sobreestimando quizá el poder real de la misma. El argentino promedio no está pendiente de la religiosidad (o falta de ella) de sus políticos, y no condiciona absolutamente su voto a profesiones de fe o bendiciones episcopales. Y sin embargo, siente —porque así se lo han inculcado— un respeto inexplicable por la Iglesia.
Me he ido por las ramas, con lo cual debe notarse que el tema me apasiona. Ya lo seguiremos otro día.
* El diario Crítica de la Argentina dejó de publicarse el 30 de abril de 2010 y su versión online desapareció poco después. No conseguí encontrar la nota de referencia en la Wayback Machine, por lo cual he usado una copia de la misma encontrada en otro sitio web.