¡El año termina con buenas noticias! Edgardo Gabriel Storni, ex obispo de la diócesis de Santa Fe de la Vera Cruz, fue condenado ayer a ocho años de prisión por abusar sexualmente del entonces seminarista Rubén Descalzo, suceso que ocurrió en 1992 pero fue denunciado diez años después. La condena es la mínima dispuesta por la ley para un caso de abuso agravado por el vínculo (ya que Storni era un sacerdote a cargo de seminaristas).La sede de la diócesis es la ciudad de Santa Fe, capital de la provincia argentina del mismo nombre, y un bastión del conservadurismo político y religioso. Cuando la historia salió a la luz por primera vez en 2000, en un libro de la periodista Olga Wornat, se produjo allí un escándalo, más por la publicidad que por el hecho en sí, ya que al parecer las inclinaciones aberrantes de Storni eran conocidas. El obispo habría abusado de jóvenes seminaristas tanto en el seminario de Santa Fe como en los retiros espirituales organizados en Santa Rosa de Calamuchita (Córdoba). Varios sacerdotes locales y otros lo sabían, pero no se atrevían a hablar, dado que Storni tenía contactos políticos influyentes.
En 2002 el caso tomó estado judicial. En medio del revuelo, José Guntern, un sacerdote ya mayor que hacía años le había escrito una carta instándolo a que se arrepintiera, fue citado al Arzobispado por orden de Storni y se le obligó a firmar una retractación. Storni viajó al Vaticano y fue recibido por el Papa, junto con otros obispos argentinos. La Santa Sede, sin denunciarlo a la justicia, le había iniciado una investigación interna en 1994, pero el asunto fue a parar a un cajón, olvidado. En nombre del Episcopado, el arzobispo de Rosario, Eduardo Mirás, dijo que “monseñor Storni goza de nuestro respeto” y que “las afirmaciones que se han hecho corren por cuenta de quienes las hicieron”.
Poco después el arzobispo renunció, pero continuó negando todos los cargos. El Arzobispado le facilitó una finca en La Falda (Córdoba), donde vivió tranquila y discretamente mientras gestionaba su jubilación (pagada por el Estado, al igual que su sueldo cuando estaba en actividad). Storni fue procesado por el caso de Descalzo, pero el juez desestimó otras dos denuncias. La causa por coerción que se le había abierto por su cuasi-secuestro de José Guntern fue cerrada. La defensa hizo todo lo posible por dilatar el proceso.
La sentencia dictada ayer ya fue apelada. Incluso si quedara firme, a Storni se le dará seguramente el beneficio de la prisión domiciliaria, puesto que ya ha sobrepasado los 70 años de edad. En Argentina es ya común, desgraciadamente, que los criminales de alto perfil sean juzgados tarde y condenados muy tarde, y que se les conceda este beneficio permitiéndoseles vivir prácticamente una vida normal, en sus casas generalmente amplias y cómodas, donde gozan de libertad total y cuyos guardianes hacen la vista gorda ante escapadas.
Es tarde para castigar apropiadamente a Edgardo Storni, pero al menos la mancha legal no podrá borrarse.
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Es esa época del año en que todos, salvo aquellos que realmente aman lo cursi y lo kitsch y sienten fascinación por los objetos brillantes, nos saturamos muy pronto de ver bolas de colores en las ventanas, guirnaldas cruzadas y colgadas sobre todo tipo de mercancía, y arbolitos de plástico con ramas imposibles entorpeciendo las vidrieras de los comercios. Esto es lo que se conoce como “espíritu navideño”, y supuestamente tiene que ver con el nacimiento de un judío palestino llamado Jesús, que para algunos fue un profeta y para otros Dios e hijo de Dios (al mismo tiempo), aunque entre tanta decoración plástica, tantas botellas de sidra y budines y turrones de almendras y arrollados de pollo y mayonesas y ensaladas, tanto encuentro forzado con familiares lejanos, tantas ofertas y tantos gastos, es seguro que casi nadie tiene presente el natalicio del tal Jesús, ni siquiera al momento de montar el “pesebre”, que representa, o más bien simboliza, el mito de la humilde llegada al mundo de su rey sobrenatural.

En Brasil hay iglesias evangélicas a la vuelta de cada esquina. No es sorprendente, puesto que no sólo es muy fácil convertirse en pastor y ponerse a predicar (creo que yo podría hacerlo, si tuviera estómago), sino que el Estado da facilidades absurdas al establecimiento de congregaciones. De esto nos enteramos por una nota en El País, de España, impíamente titulada
Con cierta frecuencia hemos hablado del respeto condicionado y parcial de las grandes religiones a la ley y el orden establecido. Cuando un gobierno o un sistema legal les es favorable a las cúpulas dirigentes, mandan a sus fieles a someterse; cuando les perjudica o contradice sus doctrinas, reclaman que éstas se deben situar en un estamento superior. Esto es justo lo que está haciendo Carmelo Giaquinta, obispo emérito de 

Uno de esos movimientos católicos cuya función es enseñar a los jóvenes a repetir felizmente los prejuicios transmitidos por el Vaticano le está
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