sábado, 5 de septiembre de 2009

El silencio es sagrado (A137)

Aquí mismo en Argentina, la diputada Cynthia Hotton ha presentado un proyecto de ley de “libertad religiosa que, como es costumbre en estos casos, es exactamente lo contrario. La ley castigaría con penas de prisión la agresión “de hecho o de palabra a un ministro de una confesión religiosa reconocida en ocasión del ejercicio de actos propios de su ministerio o por el hecho de serlo”, dejando peligrosamente libre la interpretación de lo que es una agresión verbal. En este momento está siendo tratado en la Comisión de Relaciones Exteriores y Culto de la Cámara de Diputados.

El proyecto también contempla darle una personería jurídica especial y beneficios fiscales a las iglesias y comunidades religiosas no católicas (la Iglesia Católica Apostólica Romana mantendría todos sus privilegios actuales). Hotton es evangélica y ferviente propaladora de sus ideas religiosas desde su lugar político (desde un bloque unipersonal llamado Valores Para Mi País, cercano al PRO y al peronismo de derecha antikirchnerista).

En Página/12 hay un análisis y una editorial extensa, en varios artículos, sobre lo que implica este proyecto. Resumiendo puede decirse que la ley es cuanto menos innecesaria, y cuanto más, riesgosa y discriminatoria. Todos los delitos tratados por ella ya están cubiertos por otras leyes de aplicación general, y el hecho de considerar delito la "injuria o calumnia" es de por sí discutido.

El sociólogo Fortunato Mallimaci opina que la revitalización del papel de las religiones en la opinión pública es resultado del colapso de los partidos políticos y su crisis de representatividad desde la debacle socioeconómica de finales de 2001. Los sectores religiosos reaccionarios se ven libres para opinar sobre temas espinosos como el aborto y los derechos sexuales porque los partidos políticos tienen miedo de agitar las aguas.

Aunque hay una correlación entre ciertos partidos y facciones y determinadas posturas ideológicas, el sistema político argentino parece estructurado (ésta es mi opinión) para facilitar las campañas mediocres y la llegada al poder de candidatos sin plataforma y sobre todo sin ideas controvertidas. No existe ninguna facción política mayoritaria que reivindique consistentemente temas como los derechos reproductivos o la igualdad de género, por no hablar de la laicidad.

La idea de que puede ser lícito criticar duramente a un miembro del clero es considerada chocante por la mayoría de la población argentina, aun por la importante minoría que proclama sin empacho a los cuatro vientos que no cree en la Iglesia “porque se caga en los pobres” y que los pastores evangélicos “son todos ladrones”, entre muchas otras expresiones del mismo tenor que todos los que vivimos en este país hemos oído con frecuencia. Lo que no está socialmente permitido es criticar a la religión y sus pastores públicamente, con vehemencia pero con fundamento; esto se considera molesto, pedante, intolerante o una pérdida de tiempo que podría emplearse para buenas acciones (que nadie hace).

Con esta clase de hipocresía y autocensura, es difícil convencer al público de que debe resistirse a que le quiten el derecho a criticar, incluso a insultar, a los líderes religiosos. No se trata de promover el insulto o la blasfemia, sino de entender que criminalizarlos va en contra de nuestra libertad, y que esta censura no protege sino que amordaza.