sábado, 26 de noviembre de 2011

¡Demonios!

Me causan mucha gracia los que se toman en serio a los personajes mitológicos. Soy un fan de El Señor de los Anillos, tengo simpatías por la fantasía épica/heroica (aunque casi toda es una mala copia de El Señor de los Anillos…), debo confesar incluso haber jugado rol por esos territorios de la imaginación, pero como la mayoría de los que alguna vez nos entretuvimos discutiendo sobre las virtudes o habilidades de tal o cuál personaje, sé que todo es un gran juego. La Biblia, la ficción más vendida de la historia, tiene bastante que ofrecer en esa misma vena, aunque está mezclado con tanta porquería de escasa calidad literaria y con tantos detalles sórdidos que en verdad no me resulta. Lo único que me impulsa a leerla alguna vez es saber que hay mucha gente que cree literalmente en lo que está escrito allí, e incluso ha creado sus propias elucubraciones montadas sobre esa infraestructura: lo que entre católicos se llama, con cierta reverencia y mayúsculas, la Tradición.


Gabriele Amorth es uno de esos fanboys de la Tradición y además es un experto en los tratos con una de las figuras más populares de la misma, el Enemigo conocido variadamente como Satán o Satanás (“el acusador”), el Demonio, el Diablo (que según algunos podría significar “el calumniador”) o Lucifer (“portador de luz”), amén de otras designaciones pintorescas. La entrevista a Amorth que reproduce Zenit no tiene desperdicio. Allí el exorcista expone todos sus “conocimientos” y es escuchado con gran interés mientras explica que el Diablo triunfa precisamente porque estamos convencidos de que no existe, y habla de los peligros del yoga o de leer los libros de Harry Potter.

Amorth cree que el Diablo y sus demonios menores aliados pueden poseer los cuerpos de las personas y que él (Amorth) puede hablarles y convencerlos, a veces, o bien obligarlos, a que abandonen esos cuerpos. Que existan esta clase de ideas (posesiones, exorcismos) tiene un cierto sentido en culturas primitivas, pero Amorth no es un brujo ni un chamán sino un sacerdote católico nacido en pleno siglo XX, y más aún, se lo conoce y reconoce como el mayor “experto” en expulsar demonios. La entrevista pinta a las claras la locura (una locura con método, como decía Shakespeare por boca de Polonio) en la que vive el creyente convencido: un mundo donde todo está involucrado en una lucha entre el bien y el mal. Como en la ficción heroica que tanto nos entretiene… pero de verdad.