sábado, 11 de enero de 2014

Libertad para impedir

Estoy oficialmente de vacaciones pero no quería dejar olvidada esta noticia. Algunos quizá sepan del gran lío que se le armó a Barack Obama cuando quiso que se aprobara su paquete de salud pública (rápidamente bautizado Obamacare). Una parte de la oposición se centró específicamente en la obligación legal, de parte de todos los empleadores, de ofrecer a sus empleados un seguro que cubriese servicios de salud reproductiva.

Al contrario de lo que sus detractores más alucinados proclaman, Obama no es un criptocomunista decidido a instaurar una dictadura cuasi-soviética en su país, y la ley incluía un compromiso por el cual quedan exentas de esta obligación las organizaciones religiosas en sentido estricto. Vale decir: si un templo de una religión que se opone a la anticoncepción o al aborto tiene empleados, el empleador puede ampararse en este hecho para no ofrecer un plan de salud que incluya esas prácticas.

Manifestantes católicos pidiendo libertad para poder privar de sus derechos a otras personas.
Manifestantes católicos pidiendo libertad para poder privar de sus derechos a otras personas.

En un mundo donde las religiones se dedicaran a enseñar o predicar doctrinas y servir como puntos de reunión o de ritos compartidos, eso debería haber bastado. Pero ocurre que las grandes religiones nunca son realmente eso; son organizaciones que edifican estructuras de poder muy similares a las corporaciones empresarias. La Iglesia Católica, particularmente, regentea un sinnúmero de escuelas, universidades, institutos de investigación e incluso hospitales, además de muchas ONGs y fachadas varias anotadas como “sin fines de lucro”. Las parroquias en sí son una pequeñísima parte de su estructura; la exención legal no les bastaba. ¿Se imaginan a una escuela católica pagándole a sus maestras un plan de salud con el cual tuvieran acceso a la píldora?

Las ONGs católicas, entonces, solicitaron ser exceptuadas de ese punto del Obamacare. Y lo lograron: en la víspera de Año Nuevo, la jueza de la Corte Suprema Sonia Sotomayor les otorgó una suspensión temporal (hasta que la Corte escuche y decida sobre el caso, lo cual puede tomar tiempo). Lo único que tiene que hacer una ONG religiosa para negarle a sus empleados el acceso a la salud reproductiva a su costa es llenar un formulario. El formulario autoriza a la empresa de seguros de salud a prestar el servicio por su cuenta, sin que el empleador pague ni se entere siquiera.

Hasta aquí, una historia más de la ruindad de la Iglesia Católica. ¡Pero hay más! Enterados de la medida de Sotomayor, unas adorables monjitas han presentado una demanda… contra el llenado del formulario que les permite quedar exentas de la ley. Completar el formulario, dicen, es una violación de su libertad religiosa, porque firmarlo equivale a facilitar que se provean anticonceptivos.

Desde el punto de vista de las monjas, tienen razón, claro, aunque cabe preguntarse por qué no van más lejos: idealmente, deberían dejar de pagar impuestos al gobierno de Obama, o trabajar ellas mismas en vez de tomar empleados formalmente, o tomar sólo empleados y empleadas que no vayan a necesitar jamás servicios de salud reproductiva (mujeres postmenopáusicas y poco más, supongo), o ir a hacer su tarea a un lugar más respetuoso de su “libertad religiosa” (hay muchísimos lugares así, aunque afortunadamente no tantos). Mantener estrictamente la moral católica de todo un grupo de personas mientras se monta una organización legal en un país moderno es, como se dice en Estados Unidos, pretender quedarse con la torta y a la vez comérsela.

En último término, la razón por la cual las ONGs católicas no quieren llenar el dichoso formulario no pasa por su “libertad religiosa”, sino por el objetivo real, que siempre ha sido claro, de quitarle a todas las personas posibles el acceso a la salud reproductiva. Si una organización puede negarse a ofrecer un seguro de salud con cobertura de anticoncepción y aborto y además no tiene que llenar un formulario autorizando a las aseguradoras a ofrecer estos servicios por su cuenta, el resultado es que el empleado no puede acceder a ellos ni como parte del seguro de su empleador ni por fuera de éste: sólo puede hacerlo privadamente, abonando los costos completos, que pueden ser prohibitivos (el costo de la salud en Estados Unidos es el más caro del mundo por lejos).

Ofrecer una mano y terminar dando hasta el codo: tal es el resultado de conceder a las organizaciones religiosas privilegios que no merecen.

martes, 7 de enero de 2014

La laicidad es un problema para el psiquiatra


Quiero terminar aquí con mi serie de posts sobre la laicidad inicialmente motivados por la ridícula idea de que hay una ola de “cristianofobia” en Occidente, según el sacerdote chileno Raúl Hasbún, que la ve venir en su país de la mano de las medidas del programa de gobierno de la presidente electa Michelle Bachelet.

El cura venía hablando de un par de medidas laicistas tomadas en Europa, y seguía:
También en EE.UU. surgen o se incrementan restricciones a la libertad religiosa en espacios o acontecimientos públicos, no obstante la expresa referencia de los Padres fundadores al Dios bíblico y cristiano.
Como ya dijimos, y como sabe cualquiera que estudie un poco la historia religioso-política de los inicios de Estados Unidos, los Padres Fundadores eran cristianos para la tribuna, en su mayoría deístas. Creyentes, pero cristianos bíblicamente ortodoxos, y convencidos de la necesidad de separar el funcionamiento del estado de las doctrinas religiosas. De cualquier manera, las dos proposiciones contrastadas por Hasbún no se siguen una de otra: ninguna sociedad es estática ni le debe respeto eterno a las doctrinas de sus pioneros.
¿La coartada? Tutelar el respeto a la libertad religiosa de los que no creen, o creen en un Dios diferente. Paradojalmente, con esta coartada se coarta la libertad religiosa de la abrumadora mayoría de los que creen en Cristo o en el Dios de la Biblia: “guarden su fe para su casa o sus sacristías”.
Antes de hablar de esta “coartada” (una coartada es una excusa para cubrirse de un crimen; ¿cree Hasbún que la tolerancia de las religiones minoritarias y del ateísmo son crímenes?), recordemos desde qué ideología piensa Hasbún en la libertad.

El concepto de “libertad religiosa” era ajeno a la Iglesia Católica hasta, por lo menos, fines del siglo XIX. A diferencia de nuestra ley secular, la del dios cristiano no diferencia entre pensamientos y acciones, ya que, siendo omnisciente, puede leer los primeros tanto como (pre)ver las segundas; por lo tanto, para la Iglesia no existe la libertad para creer de manera incorrecta. Tal cosa sería como aducir libertad para cometer un delito. Lo que tenemos es el libre albedrío para actuar mal, pero para la doctrina católica, eso es un mal uso de una libertad, que es una facultad dada por Dios que se orienta, propiamente, a la obediencia a Su voluntad. (En términos orwellianos: la libertad es esclavitud y el resultado de emplear mal la libertad de pensamiento es thoughtcrime, un crimen mental.)

Todo esto viene a cuenta de que, cuando un sacerdote habla de “libertad religiosa”, lo que sigue es sofisma: puro engaño y confusión destinado a justificar la imposición del catolicismo (en nombre de su libertad) por sobre otras creencias.

Lamentablemente para Hasbún, hay algo en lo que puede tener razón. El cristianismo es una fe evangélica. No existe un cristianismo “privado”, que se practique sólo en casa o en la iglesia. Siendo honestos, muy pocos de nosotros aceptaríamos practicar nuestras convicciones bajo un régimen tan estricto. Sin embargo, la mayoría sí aceptamos que forzar nuestra ideología sobre los demás, en un espacio que es de todos, es incorrecto. Casi cualquiera criticaría duramente a un maestro de escuela que llegara a clase y pusiera sobre el escritorio una bandera con la hoz y el martillo, o que antes de comenzar rezara y obligara a sus alumnos a rezarle a un retrato de Sun-Myung Moon. Hasbún estaría de acuerdo, pero la comparación con su caso le parecería insultante, porque todos sabemos que el comunismo es una mera ideología y el reverendo Moon un sectario farsante, mientras que (¡obviamente!) la Iglesia Católica es la custodia de la Única Religión Verdadera® y además los católicos son mayoría, cosa que “democráticamente” les da el derecho de olvidarse de las creencias de la minoría.

El catolicismo actual prácticamente requiere expresiones públicas, ostentosas, de fe: procesiones, exhibición de íconos, fiestas populares, Jornadas Mundiales de la Juventud, misas multitudinarias. Nada de esto está amenazada por la introducción de leyes laicistas como las que propone Bachelet o por fallos judiciales como los estadounidenses, en tanto se trata de usos legítimos del espacio público, más allá de la cuestión incidental y contingente del apoyo estatal (ya que cuando hay que pagar por transporte, alojamiento y seguridad de cientos de miles de peregrinos la Iglesia siempre recuerda súbitamente que es pobre y no puede costearse tales gastos).

Otra cuestión es la intromisión de la fe en la vida de terceros en lugares públicos custodiados por el estado: por ejemplo, resulta inadmisible la presencia de imágenes sagradas, espacios de culto exclusivos y sacerdotes o religiosas en los hospitales públicos, en las cortes o juzgados, en las escuelas estatales. Si el estado es laico, debe permanecer escrupulosamente neutral. Aquí no hay blancos y negros absolutos, sino un amplio espectro de grises, pero en él no cabe un estado de “laicidad positiva” como el propuesto por Sarkozy, que es un estado complaciente con la religión. Un estado que no da privilegios a ninguna religión por sobre otra, pero distingue la religión por sobre otras formas de expresión ideológica, es un estado confesional (pluriconfesional, multicultural), no un estado laico.

Hasbún termina calificando de “problema de siquiatría” al apoyo a la laicidad. Creo que la historia ya ha demostrado que los problemas de mezclar poder estatal y poder religioso (o pseudorreligioso, basado en postulados dogmáticos y en la obediencia ciega a una fe) superan ampliamente los dilemas que se plantean al legislador al intentar garantizar la libertad religiosa de todos los ciudadanos sin dar privilegios a ninguno. Si estamos locos por no querer que ciertas doctrinas funestas e irracionales se metan en nuestras leyes y que sus símbolos “marquen territorio” invadiendo el espacio público, nuestra locura es más cuerda que la cordura de Hasbún.

sábado, 4 de enero de 2014

La laicidad del estado vs. las “raíces cristianas”

Algo más sobre aquel tema de la “cristianofobia” que el cura chileno Raúl Hasbún denunciaba, apuntando a ciertas medidas laicistas del plan de gobierno de Michelle Bachelet. Más bien, algo sobre por qué Hasbún arguye (y quizá cree) que la laicidad es irracional.
Hoy tiende a configurarse, en los mundos que se dicen “desarrollados”, una fobia contra el ejercicio público de la fe cristiana. Lo irracional y anormal de esta fobia radica en que surge precisamente en culturas que tienen, en el cristianismo, su raíz y sustento fundacional.
Hasbún ya explicó antes lo que es una fobia de una manera que deja en claro que no entiende, o no quiere entender, lo que es una fobia. La exhibición pública de la religión —como cualquier exhibición pública— puede causar disgusto en algunas personas o puede disparar en ellas ciertos prejuicios, pero es poco probable que sea una verdadera fobia. (En este sentido, claro está, deberíamos moderar severamente el uso de la palabra “homofobia”. Una persona que odia a los homosexuales no tiene una fobia.) Por ejemplo, a mí me provocó cierta vez una gran pena teñida de asco ver niños marchando en una procesión antiabortista con un sacerdote al frente; eso no significa que yo tenga fobia a los curas ni a los católicos antiabortistas, ya que puedo muy bien acercarme a ellos, hablarles y hasta discutir, si viniera al caso.

Pero lo que Hasbún quiere decir es que no tiene sentido (o sea, no tiene razón lógica) que las personas de una cultura con raíces cristianas rechacen la exhibición pública de la fe cristiana. Implícitamente, además, Hasbún proclama que atacar al cristianismo es atacar las mismas bases de la civilización (su “sustento fundacional”). Aquí no puedo dejar de recordar que la palabra “fundamentalismo” significa precisamente aquella actitud que defiende Hasbún, vale decir, la de volver a los valores “básicos”, supuestamente originales, de la religión.

Ahora bien, ¿por qué estamos obligados a conformarnos con nuestras “raíces”? ¿Por qué no —siguiendo la metáfora vegetal— permitir que nuestra cultura eche ramas, florezca, se cruce con otras y fructifique produciendo algo mejor? ¿Por qué es mejor la endogamia cultural, el cierre total a esa hibridación de civilizaciones que ha sido la marca de las naciones y los imperios más prósperos?

Y pasando a las metáforas arquitectónicas ahora: si el cristianismo es de hecho el sustento de nuestra civilización y nuestra identidad, ¿cómo podemos abandonarlo? Y si lo abandonamos, ¿por qué no se desmorona toda nuestra sociedad? Naturalmente, ésta es la advertencia pseudoprofética de todos los conservadores, religiosos o no, de la historia: si dejamos de lado nuestros valores (nuestros prejuicios, nuestro provincianismo, nuestro dogma…) veremos cómo la sociedad se derrumba. Eso decían los paganos que acusaban a los cristianos de “ateísmo” por no adorar a los dioses “correctos”. Y es precisamente la razón por la cual Sócrates, corruptor de los jóvenes atenienses (porque les hacía cuestionar las supersticiones de la ciudad), fue obligado a beber la cicuta.

Mucho más cercanamente, esa misma predicción apocalíptica era emitida por los que favorecían la esclavitud, los privilegios de la nobleza y otras formas de estratificación social, contra un igualitarismo que supuestamente llevaría a una mezcolanza corrosiva del orden; es la misma que vociferaban los que defendían la segregación racial, despertando miedos de cruces entre personas “superiores” e “inferiores”; la misma que hoy mismo se escucha en los países musulmanes contra la igualdad entre hombres y mujeres; la misma que en Argentina oímos cuando el estado tomó el lugar de la Iglesia en la educación, la misma que proclamó que los matrimonios civiles —oficiados por el estado en vez de la Única Iglesia Verdadera— acarrearían la destrucción de la familia, y que repitió lo mismo cuando se abolió la distinción entre hijos legítimos e ilegítimos, cuando se legalizó el divorcio y cuando se eliminó la distinción de sexo de los cónyuges en el matrimonio. (La incapacidad de los conservadores y los fundamentalistas para aprender de sus fallos predictivos es notoria.)

Hasbún pasa revista a los pocos casos de “cristianofobia” que puede encontrar incluso con su definición ad hoc e interesada:
Ya la Unión Europea buscó suprimir de su Constitución toda referencia a su alma cristiana, y su Corte intentó prohibir a Italia el uso del crucifijo en salas de clase. En vano: Italia unánime se irguió, reclamando su derecho a usar libremente aquellos símbolos y tradiciones que pertenecen, sin fronteras, a su patrimonio histórico-cultural. También en EE.UU. surgen o se incrementan restricciones a la libertad religiosa en espacios o acontecimientos públicos, no obstante la expresa referencia de los Padres fundadores al Dios bíblico y cristiano.
Abundan las metonimias y las metáforas fuera de lugar. “La Unión Europea” no buscó de hecho nada; los representantes de los pueblos europeos votaron, en un ejercicio democrático que pudo no conformar a muchos, pero la democracia es así. Europa no tiene alma; si la mitología cristiana fuese cierta, podría decirse que los ciudadanos europeos tienen, cada uno, un alma, cada alma diferente de las demás y libre de elegir. El “alma” de Europa no es en realidad más que el bagaje de siglos de religión única impuesta por la fuerza, a costa de la derrota militar, expulsión, supresión pública o conversión forzada de judíos, musulmanes, cristianos de sectas rivales y “herejes”, más el crecimiento vegetativo de una población cristiana ignorante bajo la férula de papas con ejércitos, obispos-príncipes, reyes por derecho divino y una casta clerical. Todo esto hasta hace relativamente poco: hasta que los estados seculares prevalecieron, la educación fue quitada de las garras de la Iglesia, aumentó el estándar de vida y otras condiciones socioeconómicas fueron, mal que mal y con grandes vaivenes, haciendo visiblemente innecesario, a los ojos de la gente, el someterse a parásitos con mitra o sotana para tener alguna esperanza de vivir mejor. La secularización de Europa es el proceso natural de una civilización que descubrió, tras siglos de tropiezos, que puede tener una religión o varias, y cambiarlas, rechazarlas o reinterpretarlas, sin que el mundo se venga abajo.

El mismo proceso ocurre en casi todas partes; incluso en Estados Unidos, donde el “libre mercado” religioso facilita tanto la aparición de fanatismos religiosos de todo tipo como su desaparición por reciclaje o hibridación. (Sobre los Padres Fundadores, Hasbún recoge la propaganda pseudohistórica de los fundamentalistas evangélicos; la mayoría de los susodichos Padres eran deístas y piadosos de la boca para afuera, como está bien documentado en cartas y documentos privados.)

Esto se ha hecho muy largo y todavía me quedan cosas en el tintero, por lo cual dejo el final de mi comentario para un tercer post.