lunes, 27 de mayo de 2013

Una Nueva Era de espiritualidad reaccionaria

«Hay, creo, una tendencia de parte de los ateos a asumir que las formas más liberales de religión —la Nueva Era, el paganismo, la espiritual-pero-no-religiosa— son todas pasos adelante en el camino hacia el humanismo universal. Les preocupa menos Dios, les preocupa más el Bien. Comparten nuestro respeto por el medio ambiente, por los derechos humanos, por la ciencia y la razón. Su foco está en el mundo natural y en cómo vivir en él.

Lo cual no siempre es cierto. A veces, seguro. Frecuentemente, quizá. Pero cuando uno mira bajo la superficie de al menos algunas de estas supuestas “religiones liberales”, puede ocasionalmente divisar una postura regresiva, represiva, anticientífica, antihumanista, bajo las sonrisas benevolentes y las expresiones de preocupación por la paz y la tolerancia; una postura que es tan reaccionaria como el fundamentalismo tradicional que pretenden haber superado. Hay una veta jerárquica y mística de rebelión trascendentalista irracional que está mucho, mucho más cerca del pensamiento sectario que del racionalismo empiricista y el progreso que éste ha logrado en el mundo.

Con seguridad, se trata en general de gente muy amable, pero no están “de nuestro lado”: es decir, no están siguiendo un camino hacia el humanismo. O mejor dicho: suelen vivir como humanistas pero tienen la estructura mental de fundamentalistas que no pueden y no quieren lidiar con el disenso, que están dispuestos a abandonar gloriosamente la ciencia por principio a la primera señal de conflicto.»

viernes, 24 de mayo de 2013

Razones para adoctrinar en la escuela

En un blog de la cavernosa InfoCatólica escribe el cura Guillermo Juan Morado sobre Algunas razones para la enseñanza de la Religión (católica) en la escuela (interesantes, esos paréntesis). Morado dice ser Doctor en Teología y Licenciado en Filosofía; esos estudios le han servido, por lo visto, para poder montar con rapidez una estructura sofística de aspecto adecuado en un sitio donde no se espera que la misma sea sacudida por nadie en busca de debilidades. He aquí el panfleto en cuestión, extractado, y mis respuestas.
1. La misión específica de la educación es la formación “integral” de la persona humana. (…) Uno puede ser un genio en las matemáticas, o en la física, o en la biología. Pero solo eso no basta. No somos solamente agentes de cálculo, seres dotados de peso y medida o, simplemente, seres vivos. Somos algo más. Somos personas. Y, en la calidad de tales, tenemos dotes físicas, morales, intelectuales y espirituales.
Como es costumbre desde tiempos inmemoriales, lo primero que hace el chamán es asustar a los nativos con demonios. Aquí el demonio es la frialdad de la ciencia y el materialismo. ¿Quién niega que somos personas y que necesitamos algo más que ciencia para ser personas plenamente? La palabra “espiritual” debería ser erradicada del lenguaje filosófico: significa tanto que no significa nada (como “Dios” y “amor”). La idea de que la educación debe formar integralmente a la persona no es tan indiscutible como parece; en todo caso depende de qué abarca esa “educación”: ¿la escuela primaria, la primaria y la secundaria, sólo la universidad? ¿En qué proporción deben estar las ciencias, las humanidades y las “espiritualidades”? Los contenidos de formación “espiritual” ¿deben darse en una asignatura específica, incluirse de manera transversal, o simplemente transmitirse a través del ejemplo de los educadores?
3. Los principales educadores son los padres. Y la sociedad, el Estado, y hasta la escuela, han de ayudar a los padres a educar a sus hijos.
4. Los padres tienen derecho a elegir para sus hijos una educación conforme con su fe religiosa.
No y no. Para que los padres sean educadores primero deberían estar educados ellos, o lo suficientemente educados para poder elegir luego a educadores formados para sus hijos. Ni la sociedad ni el estado ni la escuela deberían facilitarle a los padres la propagación de sus prejuicios o creencias irracionales dañinas. En nuestra sociedad los padres tienen de facto un poder casi ilimitado (lamentablemente) para elegir para sus hijos una educación conforme a sus creencias religiosas, pero tal poder pisotea el derecho de los hijos a la libertad de conciencia y de elección. Expresado como está, el derecho de los padres es un despropósito: el derecho a recibir una educación es de los niños. En general consideramos, por razones de tradición y de conveniencia que generalmente nos dan la razón, que los padres saben lo que es mejor para sus hijos menores de edad, quienes no pueden elegir; pero no podemos olvidar que esa regla es una convención y que las mismas leyes contienen excepciones a ella.
5. No puede haber, en la educación, ningún monopolio, que elimine el principio de subsidiaridad; es decir, que el Estado no debe sustituir las instancias intermedias, entre ellas, la familia.
¡Valientes palabras! Ningún monopolio. Ni el Estado ni la Iglesia. Esta idea es genuinamente revolucionaria; si al P. Morado se le hubiera ocurrido expresarlas hace un siglo lo habrían tildado de libertino, promotor de la libertad irrestricta de pensamiento, fomentador de la herejía. En cada ocasión en que la Iglesia Católica ha podido utilizar el poder secular en su beneficio, desde la conquista de América hasta la dictadura franquista, la catequesis católica forzada o cuasi-obligatoria ha pasado por encima del derecho de los padres no católicos a darle a sus hijos una educación conforme a sus creencias.
6. Si no se pudiese enseñar Religión en la escuela los alumnos quedarían privados, en ese ámbito, de la apertura a la dimensión trascendente de la vida.
Tonterías. Conceptos vacíos. Si “la dimensión trascendente de la vida” es lo que se enseña en la clase de Religión (católica), entonces llamémosle “creencias católicas oficiales sobre la vida después de la muerte” y punto. Hay muchas formas de trascendencia además de las inventadas por la Iglesia o por las otras religiones.
7. Si no se pudiese enseñar Religión en la escuela el derecho a la libertad religiosa se vería mermada.
Sólo en el mismo sentido en que no enseñar la doctrina marxista-leninista implica mermar la libertad de pensamiento político. Menos todavía. En (casi) ningún lugar del mundo hay establecimientos exentos de impuestos con personal dedicado full time a propagar el marxismo-leninismo. En buena parte del mundo hay como mínimo una iglesia por barrio en cada ciudad. Excepto en los países afligidos por el totalitarismo comunista o por el islamismo de estado, la libertad de enseñar y aprender religión (católica) está asegurada.
8. Si en la escuela pública se dijese que todas las religiones valen lo mismo o que ninguna vale nada significaría que el Estado, pasando por encima de las convicciones de sus ciudadanos, se atribuye el derecho a decidir que lo mejor es una supuesta “neutralidad” que llevaría al indiferentismo.
La escuela pública no hace tal cosa. La escuela pública, cuando es laica, educa en el valor del respeto a la diversidad y en la no discriminación por razones religiosas, que es lo más que se le puede pedir. Si los ciudadanos (adultos) están convencidos de que la tierra es plana o que las mujeres son intelectualmente inferiores o que los homosexuales padecen una enfermedad curable, el Estado debe pasar por encima de esas convicciones y enseñar a los niños que sus padres están equivocados; de lo contrario la escuela no es escuela sino una mera repetidora de prejuicios, y al Estado más le valdría desaparecer.
9. El poder civil no debe impedir, sino favorecer, la vida religiosa de los ciudadanos.
El poder civil no debe impedir la vida religiosa de los ciudadanos, en tanto esa “vida religiosa” no implique joderle la vida a los demás ciudadanos. (Hay ciudadanos, quizá le sorprenda saber al P. Morado, que no tienen ni desean una “vida religiosa”, como así tampoco pagar para que a otros se les favorezca.)
10. Si se trata de enseñanza de la Religión católica, solo la Iglesia Católica puede establecer qué contenidos son conformes o no con su creencia.
Obviamente. Pero sólo si además paga por ella.
11. La enseñanza de la Religión en la escuela no es catequesis. La catequesis busca la adhesión. La enseñanza de la Religión en la escuela busca el conocimiento sobre la identidad del cristianismo y de la vida cristiana.
La identidad cristiana, como toda otra identidad, se aprende en los espacios propios de la comunidad cristiana: la familia creyente, la iglesia o templo, las reuniones de grupos de oración, etc. La escuela no es un espacio para reforzar identidades. Es ingenuo pensar que la enseñanza de una doctrina religiosa puede separarse de la catequesis, cuando los alumnos son niños y muy especialmente cuando la enseñanza la da un cura, una monja o un catequista designado por la Iglesia.
12. Si una enseñanza que se imparte en la escuela es privada de su condición de “enseñanza”, si no cuenta para nada, si es lo mismo cursarla o no, esa enseñanza queda completamente desvirtuada.
Las asignaturas optativas existen desde siempre en las currículas escolares. En el caso de la “enseñanza” religiosa (que es catequesis), debe ser forzosamente optativa porque no vivimos en una sociedad homogénea. Por lo mismo, no puede ser puntuada como las otras asignaturas.
13. La libertad de los padres, o de los alumnos, ha de ser respetada. Pero también en el sentido positivo. También hay que respetar la libertad de los padres, y de los alumnos, que desean recibir enseñanza de la Religión en la escuela.
Pura confusión. ¿Hará falta repetir aquello de que “tus derechos terminan donde empiezan los míos”? Esto es esencialmente una repetición del punto 4. Es una vuelta de tuerca deshonesta hablar de “libertad para hacer X” cuando en realidad se está hablando de “libertad para obligar a todos a que hagan X conmigo” o su variante, “libertad para obligar a los demás a que paguen para que yo pueda hacer X”. Todo estado moderno obliga a sus ciudadanos a pagar con sus impuestos por cosas que no usan ni necesitan, cosa que casi todos (excluyendo a libertarios, anarcocapitalistas y similares) aceptamos, en tanto el balance entre lo pagado y lo recibido no sea muy desfavorable ni esté muy inclinado hacia el beneficio de cierto sector.

El caso de la religión católica en Hispanoamérica muestra un ejemplo de sesgo extremo: una religión organizada que tiene centros de enseñanza privada propios, medios de difusión, contactos en la prensa y el gobierno, miembros en puestos clave de la política y el sistema de justicia, privilegios socioculturales de todo tipo, y además solicita, reclama, exige del Estado que obligue a los niños a ser sometidos a la indoctrinación en las escuelas públicas. Está claro que en las carreras de filosofía católica se enseña, como asignatura excluyente, la desfachatez.

lunes, 20 de mayo de 2013

Los derechos sexuales son un invento de gente sin principios

Las instituciones religiosas no existen en un vacío; todas ellas, incluso las más cerradas (como las sectas), tienen que adecuar su estilo de discriminación y fomento de la intolerancia al medio social en que están arraigadas, de la misma manera que adaptan sus prédicas y sus rituales. Así es que podemos observar actitudes bastante distintas entre obispos, y especialmente entre los obispos de distintos países. (Mientras que, por un lado, al menos un obispo europeo ha expresado dudas sobre la conveniencia de prohibir el uso de anticonceptivos, sabemos que al menos un obispo africano no está seguro de que sea inmoral condenar a muerte a los homosexuales.) Los jerarcas eclesiásticos de países progresistas, donde reinan —mal que mal— ciertos derechos humanos básicos, se ven compelidos a no hablar demasiado en contra de esos derechos; aquéllos que reinan sobre países más pobres, más atrasados y con feligreses de escasa instrucción (es decir, casi todo el mundo), no tienen empacho en exponer las doctrinas oficiales en toda su barbarie.

Ésta la explicación de que una persona sin autoridad moral alguna, el cardenal Nicolás López Rodríguez, arzobispo de Santo Domingo, pueda decir y diga ante periodistas que los derechos sexuales y reproductivos son un “invento” de gente sin principios ni moral, una “tontería” y una idea “foránea” que los dominicanos no deben adoptar. Todo ello, en respuesta a una simple campaña destinada a que los ciudadanos, especialmente los jóvenes, sepan que ni curas ni pastores ni ningún otro santurrón tiene derecho a ordenarles qué hacer o dejar de hacer con sus cuerpos.

Profamilia es una ONG con sede en la República Dominicana que se dedica a los servicios de salud sexual y reproductiva. Hace poco lanzó una campaña de concientización sobre la educación sexual, el acceso a la anticoncepción, el aborto y la denuncia del acoso sexual como derechos humanos. Se trata de cuatro spots publicitarios muy cortos, sencillos y no excesivamente controvertidos; el que corresponde al aborto —el tema más sensible de todos— simplemente explica que obligarle a una mujer a “mantener un embarazo producto de una violación, incesto o cuando la vida de la mujer está en peligro es una violación al derecho a una vida digna”, afirmación que legalmente se deriva de tratados internacionales que la República Dominicana ha firmado, más allá de ser una cuestión de sentido moral común para cualquier persona decente.



La Iglesia Católica no se limitó, como en otros países, a señalar que no está de acuerdo con la campaña o que su contenido es inmoral o a lanzar mensajes de advertencia sobre la disolución de la moral: presentó un recurso de amparo, una injunción legal, para que los spots fueran prohibidos. Vale decir, la Iglesia no sólo bloquea la educación sexual de los niños (incluyendo la concientización para saber detectar y denunciar acosos sexuales) por parte del estado que tiene la obligación de darla, sino que también pretende prohibir las campañas privadas que la fomenten y eliminar el tema, en lo posible, del discurso público. De ahí la acción legal y la descalificación del cardenal López Rodríguez.

Afortunadamente, por esta vez, la Iglesia no lleva las de ganar. Prohibir la campaña de Profamilia arriesgaría la posibilidad de juicios contra el estado dominicano, puesto que violaría varios tratados internacionales. Es, efectivamente, un derecho de todo ser humano recibir educación sexual, incluyendo la información necesaria para saber cuándo alguien está pisoteando tus derechos sexuales y reproductivos, sea tu pareja, tus padres, tus empleadores, el Estado… o la Iglesia. Le queda a los obispos su púlpito, desde el cual podrán —como es su derecho— seguir lanzando sus anatemas ante el rebaño que desee oírlas.

sábado, 18 de mayo de 2013

En su contexto histórico

Es difícil ser el enviado de Dios en la Tierra y al mismo tiempo un político. Más generalmente, es difícil creer en un dios y al mismo ser una persona normal que busca estar en paz con sus vecinos que creen en un dios distinto (o ninguno). Tal es el dilema que se le plantea al Papa Francisco, pobrecito. Como evidentemente ya ha quedado establecido tácitamente que cada papa debe producir más santos que su antecesor, Francisco comenzó su tarea canonizando de un solo saque a ochocientos mártires. (En realidad hubo un par de monjas latinoamericanas un poco antes, pero a nadie sorprendió, porque también es una regla tácita que Francisco, como primer papa latinoamericano, debe concentrarse en quedar bien con su bloque étnico.)


Los ochocientos nuevos santos eran italianos de la ciudad de Otranto, asesinados (la mayoría de ellos decapitados) por los turcos otomanos en 1480, por negarse a convertirse al islam. El dilema papal, o más correctamente el del Vaticano, era no transmitir un mensaje de reproche a los musulmanes, para lo cual repartieron folletos aclaratorios a los asistentes a la ceremonia, con un argumento que no por trillado deja de ser supremamente hipócrita:
El Vaticano trató de evitar que las primeras canonizaciones en los dos meses de Pontificado de Francisco no fueran interpretadas como antiislámicas, diciendo que las muertes de los "Mártires de Otranto" debe ser entendida en su contexto histórico.
Uno de los caballitos de batalla de la Iglesia Católica ha sido desde hace un tiempo el discurso contra el relativismo moral (al que Benedicto XVI calificó de “dictadura”). La idea es que no podemos andar inventándonos normas morales propias, porque ya existe una única moral verdadera; la Iglesia es la encargada de transmitir esa moral en su forma más perfecta, pero incluso si no pertenecemos a la Iglesia o nunca hemos oído hablar de Dios o la Biblia, hay una moral inherente al ser humano puesta allí por su Creador y a la que todos tenemos acceso. Y esto es así (según la Iglesia) ayer, hoy y siempre.

¿En qué “contexto histórico” podría entenderse el episodio de los mártires como algo diferente al resultado de la intolerancia religiosa asesina que es una de las características más sobresalientes del islam desde su mismísimo comienzo? ¿Hay algún contexto en que sea excusable matar a otra persona porque se niega a convertirse a mi religión? Las palabras del Papa son especialmente hipócritas y cobardes por cuanto a continuación se refirió a “los cristianos que, hoy, en muchas partes del mundo, ahora, siguen sufriendo violencia”. Los cristianos de hoy sufren persecución y violencia como tales sólo en los países de mayoría musulmana (y en las dictaduras comunistas de China y Cuba también, pero allí se trata de una violencia menor y motivada por el activismo político real o percibido de esos cristianos).

Quizá aquello del contexto histórico tenga otra razón de fondo. Si bien matanzas como la de Otranto habían quedado bastante atrás en la Europa cristiana para fines del siglo XV, es imposible olvidar cómo las diferentes iglesias persiguieron, torturaron y mataron sin piedad a sus creyentes rivales y a sus propios disidentes durante siglos, incluso después de que —presumiblemente— los musulmanes les enseñaran los brutales resultados de la intolerancia religiosa. ¿Habrá que entender también la Matanza de San Bartolomé, en la que los católicos de París asesinaron a dos mil de sus conciudadanos sólo por ser protestantes, “en su contexto histórico”? ¿Qué quiere decir esa expresión? La historia puede explicar, pero no puede excusar; no si la moral es una sola y no cambia con las épocas.

jueves, 16 de mayo de 2013

Una historia de violencia islámica

Los excusadores de la barbarie islámica suelen invertir las culpas y apuntar al imperialismo estadounidense, a la agresión israelí o la globalización como culpables de la miseria de los países islámicos y la violencia que éstos desatan contra los no musulmanes, tanto en sus países como en otros. He aquí lo que el embajador de un país musulmán respondió cuando un embajador estadounidense le preguntó con qué derecho atacaban a los occidentales.
“El embajador nos respondió que [su derecho] estaba basado en las Leyes del Profeta, que estaba escrito en su Corán, que todas las naciones que no hubiesen respondido a su autoridad eran pecadoras, que era su derecho y su deber hacerles la guerra donde se encontrasen y esclavizar a todos los que pudieran tomar prisioneros, y que cada musulmán que fuera muerto en batalla iría directo al Paraíso.”
La referencia a la esclavitud quizá delate algo (más allá de que la esclavitud en tierras musulmanas existe y es defendida con argumentos coránicos por más de un académico musulmán), pero la respuesta citada arriba no es esencialmente diferente a lo que promueven los movimientos islamistas de varios países musulmanes y a lo que se predica en incontables madrasas (“escuelas” islámicas) y mezquitas. Quizá ese desprecio por la libertad y la vida de los no musulmanes provenga de las agresiones —brutales, innecesarias, con motivos mezquinos o causas fabricadas— de los países occidentales. Pero quien pronunció la frase no sabía nada de eso. Era el embajador de Libia ante Gran Bretaña, Sidi Haji Abdul Rahman Adja, y se lo dijo en 1786 al entonces embajador estadounidense en Francia, y luego presidente de su país, Thomas Jefferson.


En 1786 los Estados Unidos apenas existían como tales; eran una colonia apenas liberada del imperialismo británico y no habían atacado a ningún país musulmán con fines de conquista o de “cambio de régimen”. El estado de Israel, por supuesto, tampoco existía. La ciudad costera de Trípoli, en la actual Libia (parte del Imperio Otomano), era el centro de un próspero negocio de venta de esclavos, capturados a base de ataques y saqueos sobre los barcos estadounidenses y europeos que navegaban cerca de la costa de Berbería (noroeste de África).

Lo que he explicado arriba es un resumen de un artículo aparecido en el Huffington Post, titulado An Atheist Muslim's Perspective on the 'Root Causes' of Islamist Jihadism and the Politics of Islamophobia (“La perspectiva de un musulmán ateo sobre las ‘raíces’ del jihadismo islamista y la política de la islamofobia”), escrito por Ali A. Rizvi, un pakistaní que abandonó el islam. A quienes saben inglés les recomiendo leer el resto.

Yo sólo quiero decir que estoy cansado de escuchar justificativos para la violencia que brota del islam. El discurso del jihad, esa pretensión intolerante de que el mundo fue hecho por Dios para ser conquistado y sometido por los musulmanes, no ha variado en —al menos— tres siglos. Tampoco ha variado el desprecio del islam por las mujeres, su repulsión por casi todas las formas del sexo, su intolerancia hacia las otras religiones, su rechazo de la libertad de expresión y de pensamiento, el atraso de culturas que viven bajo el yugo de un libro único que sólo puede interpretarse literalmente. Occidente acarrea con muchas culpas, pero no son éstas.

lunes, 13 de mayo de 2013

El “gen gay” no existe (y la honestidad católica tampoco)

Que es necesario mentir para sostener dogmas que tocan la realidad no es noticia para nadie. Pero incluso así a veces la mentira llega a grados increíbles de perfidia. Traída a usted por ACI:

EEUU: Caso de basquetbolista homosexual de la NBA rompe mito de “gen gay”
El caso de Jason Collins, popular jugador del equipo de básquetbol estadounidense Boston Celtics, quien admitió su homosexualidad en la edición que saldrá a la venta el 6 de mayo de la revista Sports Illustrated, confirma que no existe el “gen gay”, pues tiene un hermano gemelo que no es homosexual, indicó la psiquiatra peruana Maíta García Trovato.
García Trovato, casi no hace falta aclararlo, es una activista católica. Además es una supuesta profesional que defiende la eficacia de las “terapias de conversión”, es decir, los sistemas de presión psicológica que se utilizan para intentar que los homosexuales repriman su orientación sexual y que, según todas las grandes organizaciones de psicólogos y psiquiatras respetables del planeta, son como mínimo inútiles, cuando no dañinas.

Como psiquiatra católica, García Trovato debe probablemente mantenerse al día con toda una literatura pseudocientífica que producen los think tanks médicos de la Iglesia. No está, evidentemente, actualizada como debe en la literatura científica de verdad, que jamás ha supuesto algo tan simplista como la existencia de un “gen gay”. La idea de que existe una porción discreta de ADN que, cual interruptor de la energía, enciende o apaga la sexualidad humana, es tan ridícula a priori como demostrablemente falsa a posteriori, y nadie salvo aquéllos que viven de la ignorancia del público (como los periodistas) la toma en serio. La comprensión de la genética humana es muy mala, en buena medida gracias a las descripciones simplificadas e irresponsables de los medios, pero una profesional médica no tiene excusa: basta con una ojeada a la Wikipedia para orientarse.

El gen gay no existe, lo cual no significa que la homosexualidad no tenga componente genético. La probabilidad de que dos gemelos monocigóticos sean ambos homosexuales es significativamente mayor que la probabilidad de que lo sean dos mellizos no idénticos o cualquier par de hermanos en general. Más allá de ello hay factores ambientales, comenzando por la exposición variable a estrógenos que se da en el útero materno. Cualquiera que conozca gemelos “idénticos” sabe que de hecho no lo son realmente, y lo son cada vez menos a medida que crecen, incluso si han sido criados (como es habitual) de manera similar en el seno del mismo hogar. (De los estudios que cita García Trovato, implicando que la homosexualidad es fruto exclusivo de la crianza, no me consta su existencia, y sospecho que tampoco a ella.)

La necesidad de tratar a la homosexualidad como una desviación no proviene sólo de la necesidad de seguir discriminando a los gays (siendo esto, el antiabortismo y otras luchas antiprogresistas el motor de casi todo el activismo actual de la Iglesia) ni del lucro proveniente de las terapias de conversión. A nivel doctrinal la homosexualidad de origen genético o determinada por factores ambientales incontrolables es problemática, porque demuestra que la obra del dios cristiano tiene “fallas”, es decir, no es como los prejuicios del creyente quieren que sea. Dios no puede hacer nacer homosexual a una persona y luego decir que la homosexualidad está mal. Es una cosa o la otra, y naturalmente, los cristianos homofóbicos eligen la segunda y ocultan lo que constituiría evidencia de la primera, a saber, que los estudios científicos realizados sobre el asunto muestran que la orientación sexual está determinada en parte por los genes y casi siempre queda fijada a una corta edad, sin gran influencia de la crianza recibida, a excepción de la represión patológica impuesta.


jueves, 9 de mayo de 2013

El príncipe de este mundo al ataque

El sábado 4 de mayo el papa Francisco dio misa y predicó una homilía en la que aseguró, según los medios que fielmente publican hasta la menor tontería que Francisco dice, que “con el diablo no se puede dialogar”. Esta tremebunda sentencia causó algo de gracia en la ateosfera. Con el diablo no se puede dialogar, en primerísimo lugar, porque el diablo no existe; con el diablo no se puede dialogar, pero con Hitler, Franco, Pinochet y Videla sí que se puede; etc. etc.

La homilía sale publicada íntegra en el sitio apologético (dizque “agencia de noticias”) Zenit, y allí podemos verificar que Jorge Bergoglio no dijo jamás “diablo”. Bergoglio utiliza la expresión “el príncipe de este mundo” (tomada del evangelio: Juan 12:31), de manera similar a como en su carta declarando enemigos de Dios a los que nos oponemos a la agenda antihomosexual de la Iglesia le llama “padre de la mentira” (Juan 8:44). Quizá obre allí el miedo, típico de la gente supersticiosa, a invocar un nombre nefando, no vaya a ser que el mismo actúe por una especie de magia simpática (aunque en la susodicha carta sí apareció “el demonio”).


El príncipe de este mundo es el demonio porque “el mundo” es maldad, es corrupción, es el placer, es el deseo de poder y dinero, etc. Bien me podrán señalar los cristianos que el concepto de “mundo” no es idéntico al significado habitual de la palabra “mundo”, y que su uso no implica un desprecio a lo material y sensual, pero ante esto habría que decir que la palabra elegida podría haber sido otra y no precisamente ésa, al igual que San Pablo podría haberse referido a la inmoralidad sexual con un término distinto a “la carne”.

La cuestión es que Bergoglio/Francisco dice en su homilía que los cristianos son hoy más perseguidos que en los primeros tiempos (del cristianismo), y que esa persecución proviene del odio del diablo a quienes son salvados. ¿Qué decir de esta prédica alucinada? En términos numéricos, es cierto que los cristianos son más perseguidos hoy que hace dos mil años. De hecho las persecuciones oficiales fueron esporádicas y poco significativas, más allá de las historias de cientos de cristianos echados diariamente a los leones que nos ha mostrado el cine; y gran parte de los mártires cristianos son inventados.

Hoy la persecución a los cristianos se registra casi exclusivamente en los países de mayoría musulmana, el último brote del ponzoñoso tronco abrahámico. ¿Estará el demonio inspirando a los musulmanes al odio anticristiano? Francisco, estoy seguro, renegaría de tal interpretación, porque ha sabido mantener una reputación de persona abierta, ecuménica, incluso mientras a puertas cerradas confiese, como cualquier otro católico devoto, que fuera de la Iglesia no hay salvación.

¿Se refiere el papa a otra cosa? ¿Estará hablando de esa ridícula “persecución” que sus subordinados ven en cada pequeño intento de avanzar hacia la laicidad o hacia los derechos humanos en los países del antes llamado “Occidente cristiano”? ¿Hablará del “ambiente de pogromo” que los malvados medios de comunicación han desatado en los países donde los sacerdotes han abusado sistemáticamente de niños? ¿Pensará en el “totalitarismo laicista” que denuncian los obispos cuando un país moderno se plantea dejar de rendirle pleitesía a la Santa Sede?

El mundo está de hecho en contra de la Iglesia en todos los lugares donde la “libertad religiosa” (de quitarle la libertad a los no cristianos) ha sido conculcada en favor de la neutralidad del estado ante la fe. Debe haber sido Satanás quien logró que los disidentes religiosos no fueran torturados o quemados vivos, que las mujeres solteras pudieran criar a sus hijos sin que se los quitaran, que estos hijos no fueran considerados de segunda clase con respecto a los hijos “legítimos” de los matrimonios, que los matrimonios pudieran hacerse por vía civil, que dichos matrimonios pudieran disolverse, que las mujeres pudieran decidir bloquear la posibilidad de concebir, que los homosexuales pudieran dejar de temer la prisión o la muerte sólo por serlo. Si el príncipe de este mundo fuese el que ha inspirado esta curiosa “persecución” que para los cristianos representa el no poder ser dueños y señores de la ley e imponer su dogma a los demás, ¡casi no habría persona en el mundo que no debiera hacerse satanista a modo de agradecimiento!

Incluso los sacerdotes católicos deberían estar agradecidos: esta “persecución” inspirada por el demonio no sólo les ha dado material autovictimizante para durarles cientos de homilías, sino que sus efectos los protegen si —como sucede con alarmante frecuencia— son descubiertos en un desliz sexual o ideológico que en otra época podría haberles costado la vida o la desgracia.

lunes, 6 de mayo de 2013

“Una especie de persecución religiosa”

El lector habrá notado que hace cierto tiempo que no escribo. En parte esto es porque los temas, a fuerza de repetirse, pueden cansar. La noticia de la que voy a hablar a continuación es además un asunto bastante menor. Pero pensé que puede resultar interesante para ilustrar un tema que, justamente por ser menor, casi no he tratado nunca en este blog. Se trata de la cuestión de los símbolos religiosos en los espacios públicos.

Hace un tiempo los trabajadores del Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación Tecnológica (Concytec), en Perú, recibieron una comunicación de parte de la presidenta de esta institución, Gisella Orjeda, prohibiéndoles tener imágenes religiosas en las oficinas, dado que se trata de una institución pública laica y esas manifestaciones de fe corresponden a la vida privada. Los trabajadores, en un gesto que debería ser extraño pero desgraciadamente no lo es, se quejaron ante el cardenal Juan Luis Cipriani, que es el Arzobispo Metropolitano de Lima y Primado del Perú. Digo que debería ser extraño porque Cipriani es un funcionario de un estado extranjero que no tiene ninguna injerencia formal en las instituciones públicas de Perú. La apelación al cardenal es, entonces, síntoma del preciso problema que se buscaba atacar. La Iglesia Católica no es parte del Estado. El cardenal puede opinar sobre el tema pero no tiene por qué ser escuchado. El cardenal es un funcionario que trabaja por los intereses del estado del Vaticano y que es nombrado a dedo por el líder absolutista de dicho estado.

El diario El Comercio, que reporta la noticia, solicitó y/u obtuvo las declaraciones de un sacerdote, Gastón Garatea, quien manifestó que la medida era “una especie de persecución religiosa” y “buscar pleito por gusto”.

Es mi experiencia personal que acusar a alguien de crear conflicto “por gusto” es signo de pereza intelectual y de una incapacidad, de parte de los privilegiados, de ponerse en el lugar de los que no lo son. Garatea, como todos los creyentes, es un privilegiado. Como sacerdote entre creyentes, es más privilegiado aún. A los ateos, en la prensa latinoamericana, no se les pide opinión sobre asuntos religiosos. A los laicos no se les pide una opinión si hay un sacerdote que pueda darla. Garatea, como sacerdote católico, puede decir todo tipo de cosas (tontas, insensibles, brutales) a sabiendas de que su investidura lo protege, al menos en la apreciación de una buena parte del público. La religión provoca esa clase de ceguera. Si la presidenta del Concytec hubiese prohibido tener plantas o fotos familiares o casas de muñecas en las oficinas, ningún iluminado con privilegios culturales habría salido a decir que se trataba de una persecución o de buscar pleito por gusto; o al menos, ninguna persona que los medios se habrían dignado a escuchar.

Garatea: “Somos un país religioso, un país creyente.” Error. Los países no son religiosos ni creyentes. Una mayoría contingente de la población puede profesar una religión determinada, pero los países no son inherentemente de ninguna religión. Los estados, a veces, sí lo son (generalmente se trata de los estados más desagradables del planeta). Si Perú es creyente, ¿qué significa eso para un ateo o agnóstico? Hay creyentes para los cuales las imágenes de la figura humana representan idolatría. Sólo los privilegiados pueden decir “somos un país así y asá”.

Garatea: “Yo no creo que la gente sea más o menos creyente por las imágenes que tiene. Sin imágenes, el modo de la creencia es igual.” Entonces, ¿por qué tanto escándalo? Ir a llorarle al cardenal, darle prensa al padre Garatea, ¿no es “buscar pleito por gusto”?

El Arzobispo de Piura y Tumbes, José Antonio Eguren, no pudo dejar pasar la oportunidad para buscar pleito por gusto, sin embargo. “Tratándose de una institución del estado, esta medida es gravísima, porque marca el inicio de la discriminación de la fe en el Perú y su identidad católica.” ¿Qué es la “identidad católica” de Perú? La identidad es un derecho de las personas, no de los países. Identidad es ser quien uno es. Perú no es uno. Perú es sus ciudadanos, cada uno de ellos con su identidad propia. Perú no se define por su catolicidad. Crucialmente, ser peruano no es ser católico. La catolicidad no brota del suelo ni se inhala con el aire de Perú. Si la identidad de Perú es católica, lo es de manera contingente e histórica, pero no es sagrada ni digna de respeto en sí, como lo es la identidad de una persona. Discriminatorio sería, precisamente, suponer que todos los peruanos son católicos y además uniformemente católicos (no católicos laicistas, no católicos moderados, no católicos de los que no acostumbran llenar casas y oficinas de santos, crucificados o vírgenes llorosas).

La cosa, como se veía venir, termina con el triunfo del privilegio de las mayorías. La Concytec dejó la norma sin efecto ante las quejas, reafirmando su compromiso con la “libertad religiosa” de los trabajadores y alegando que nunca fue su intención prohibir nada. El cardenal Cipriani hizo su acto de gallito en gallinero, con una homilía airada donde defendió la fe como compatible con la ciencia, y eso fue todo, por ahora.

¿Habrá algún trabajador del Concytec que sea hinduista? ¿Lo defenderá alguien si desea poner en su escritorio una estatua de la diosa Kali en su representación con un collar de calaveras, con una espada sangrienta en una mano y una cuerda de ahorcar en otra? ¿Habrá algún satanista? Me gustaría saberlo.