lunes, 30 de septiembre de 2013

El pronóstico para hoy es corrupción y libertinaje

Los abusadores sexuales y violadores suelen defenderse alegando haber sido “provocados” por sus víctimas. Los clérigos pederastas y sus justificadores han encontrado un genial equivalente a esta excusa, con el cual no sólo se desligan de la responsabilidad sino que (¡dos pájaros de un solo tiro!) aprovechan para criticar a los demás desde su pedestal, tarea que —como todos sabemos— es la principal ocupación de esos humildísimos devotos que tienen línea directa con el Creador del Universo. La excusa es que la culpa no es de ellos… sino de la sociedad que les contagió su corrupción.
Martín Santiváñez Vivanco, director del Center for Latin American Studies de la Fundación Maiestas, denunció que el "clima de corrupción sexual en el que vivimos", que ha causado la proliferación de la pederastia, no es culpa de los cristianos y la Iglesia, sino de "los grandes promotores del libertinaje sexual".
(La Fundación Maiestas es una ONG conservadora. Todos sus miembros han estudiado o trabajado en universidades católicas, como la de Navarra, gerenciada por el Opus Dei; Santiváñez Vivanco trabaja además para la Fundación FAES, un think tank económico “liberal” vinculado al Partido Popular.)


A juzgar por el texto, para Santiváñez Vivanco, abusar sexualmente de menores es un ejemplo de lo que él llama “libertinaje sexual”. Ahora bien, como este “libertinaje” es de hecho lo que el resto de nosotros llamamos simplemente “libertad”, en último término Santiváñez está comparando a un sacerdote que viola niños de manera habitual durante años (y de esta clase hay abundantes casos testimoniados) con la actividad sexual mutuamente consentida entre personas de cualquier sexo, excepto aquella que se realice dentro del matrimonio. Todo es libertinaje: sexo homosexual, violaciones, sexo entre un mayor y un menor púber, sexo entre dos menores, sexo en un trío, prostitución, sexo oral, transexualidad, y también la tolerancia de cualquiera de esas prácticas. (Si parece que estoy leyendo de más entre líneas, considérese que el discurso de Santiváñez no es en absoluto diferente a la línea oficial de la Iglesia Católica.) No todo está a la misma altura, pero sí va a parar a la misma bolsa.

También resulta bastante desconcertante que se hable de “clima de corrupción sexual” en este contexto, como si la idea de abusar sexualmente de menores de edad fuera como el calor o la presión atmósferica, que todos percibimos y a los que nuestro cuerpo y nuestro ánimo reaccionan inevitablemente aunque no lo queramos. Cierto es que, como seres humanos, todos estamos más abiertos a ciertas ideas cuando la sociedad que nos rodea las tolera o promueve, pero no recuerdo que forzar a un niño a una relación sexual haya sido jamás tolerable en nuestra sociedad occidental y cristiana, y menos aún cuando el participante adulto es un sacerdote.

Continúa indignándose Santiváñez:
En el fondo, los perseguidores de la Iglesia pretenden vincular el estado sacerdotal con la pedofilia, aunque saben muy bien que la epidemia global de la pederastia no está relacionada solo con los curas sino con toda la sociedad.
La pedofilia es una tendencia sexual anormal y no es un delito. No hay evidencia de que el estado sacerdotal o el celibato específicamente provoquen esta tendencia. El abuso sexual de niños sí es un delito. Hasta donde sabemos, no es ni más ni menos frecuente entre los sacerdotes célibes. Sin embargo, es sólo en ciertas instituciones (la Iglesia Católica es la más notoria) donde el abuso sexual infantil ha sido históricamente ocultado, sus acusadores ignorados o silenciados y sus perpetradores protegidos de la justicia y movidos discretamente a otros lugares.

La Iglesia tiene que comenzar de una vez a dejar de echar culpas afuera y a asumir no sólo que cometió errores sino que su misma estructura, verticalista y basada en la obediencia ciega, acoplada a sus doctrinas represivas, termina siendo el lugar ideal para los perversos sexuales necesitados de refugio.

viernes, 27 de septiembre de 2013

El Papa no va a nombrar cardenal a una mujer

Los medios de la caverna católica se hacen eco de un artículo en tono humorístico publicado por el blogger “Elentir”, «El País ya puede leer tus pensamientos y convertirlos en noticia: lo hizo con el Papa». Elentir se indigna y bromea un poco sobre el ridículo artículo del diario español El País, «¿Una mujer cardenal?» en el que el periodista y escritor Juan Arias afirma que el papa se ha planteado “nombrar cardenal a una mujer”.

Ignoro si la explicación de la posibilidad en términos de derecho canónico de tal nombramiento es correcta. Lo cierto es que la “noticia” carece totalmente de fuentes, siquiera anónimas, a menos que —como Elentir teoriza jocosamente— Arias pueda leer la mente de Francisco, de manera que ese asunto es académico: se trata de algo cuya plausibilidad sólo podría interesarle a Dan Brown o algún otro escritor de esa calaña.

Confieso que el disparate me atrajo al principio. Soy culposo fan de las películas de cine catástrofe hollywoodenses sin visos de plausibilidad científica; el nombramiento de mujeres cardenales —o para el caso, cualquier relajamiento notable de la misoginia constitutiva y vertebral de la Iglesia Católica— calificaría como un evento catastrófico de una magnitud comparable a la de Armagedón, El día después de mañana o 2012. La idea de ser testigo de un cisma en la Iglesia Católica durante mi vida es tan atrayente que me es difícil sustraerme a la ficción de Arias.

Pero como no todo puede ser, hay que decir que no hay signo alguno de que Francisco plantee reformas radicales en la Iglesia. Cierto, está haciendo algunos cambios en la Curia, principalmente para sacar del medio a personajes cuyos vínculos con el lavado de dinero, el tráfico de influencias y Zeus sabe qué más estaba volviéndose demasiado notoria. Pero no creo que nadie pueda imaginar un cónclave o cualquier otra agrupación o institución eclesiástica donde los vetustos y misóginos cavernícolas que hoy conforman el Colegio Cardenalicio aceptaran compartir poder con una hembra humana. Dentro de trescientos o cuatrocientos años, tal vez (si nos guiamos por los tiempos católicos), pero no durante el papado de Jorge Bergoglio.

Para terminar: hay muy poco en el artículo de Elentir con lo que pueda estar de acuerdo, además de la obvia falta de profesionalismo periodístico de parte de Juan Arias. El País ya metió la pata otras veces, pero el ejemplo en el que insiste Elentir no lo prueba: no es cierto que El País haya dicho que “los fetos humanos no son humanos, pero los huevos de tortuga sí son tortugas”, como puede comprobar cualquiera que lea los artículos pertinentes sin las estrechísimas anteojeras del catolicismo y con un mínimo de buena fe, sentido común y capacidad de comprensión de textos. Un artículo sin fuentes es mal periodismo, pero no peor que un artículo con fuentes distorsionadas a propósito.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Gatopardismo papal

Gatopardismo papal

Hace unos días Jorge Bergoglio, alias el Papa Francisco, concedió a Antonio Spadaro, director de la revista jesuita La Civiltà Cattolica, una larga entrevista, que fue publicada en múltiples medios católicos. Los medios seculares tomaron las partes más jugosas de la entrevista y las difundieron, en general intentando mostrar las manifestaciones del papa como una revisión para bien o un progreso en la actitud de la Iglesia hacia sus blancos preferidos (las mujeres y los homosexuales).

En realidad, como los mismos comentaristas católicos se han empeñado en aclarar, el papa no dijo nada nuevo y de hecho reafirmó las posturas tradicionales de la Iglesia. Nada va a cambiar porque nada puede cambiar; el aborto sigue siendo un asesinato, tener sexo sin buscar hijos es ser anti-vida, y la homosexualidad es una especie de enfermedad cuyas víctimas merecen compasión.

El primer error que cometen los medios es suponer que el papa está hablando para toda la humanidad. Muy lejos de eso, el Papa le habla a los católicos (él dice “cristianos”, pero buena parte de los cristianos del planeta no considera que esos dos términos se solapen), y específicamente a los católicos de nombre y a los católicos devotos pero apartados de la Iglesia y que quieren —por alguna razón que se me escapa­— seguir sintiéndose parte de una iglesia que los rechaza con un mensaje expulsivo, condenatorio, basados en una moral absurda. Así lo expresa el entrevistador:
…aquellos cristianos que viven situaciones irregulares para la Iglesia, o diversas situaciones complejas; cristianos que, de un modo o de otro, mantienen heridas abiertas. Pienso en los divorciados vueltos a casar, en parejas homosexuales y en otras situaciones difíciles.
Es quizá sintomático el que no se comprenda muy bien si las “heridas” y las “situaciones difíciles” son padecimientos de las personas en cuestión o conflictos entre el modo de vida de esas personas y la Iglesia. Hay una infinidad de cristianos divorciados y vueltos a casar y de cristianos homosexuales en pareja que viven perfectamente felices, o al menos, tan bien o mal como cualquiera.

Sobre cómo llegar a esas personas (claramente la preocupación de cierto sector de la Iglesia, que ve cómo se han ido vaciando los bancos de la misa y las bolsas de la colecta), Francisco dice:
Tenemos que anunciar el Evangelio en todas partes, predicando la buena noticia del Reino y curando, también con nuestra predicación, todo tipo de herida y cualquier enfermedad. En Buenos Aires recibía cartas de personas homosexuales que son verdaderos ‘heridos sociales’, porque me dicen que sienten que la Iglesia siempre les ha condenado.
¿“Sienten” que la Iglesia los condena? El Papa, cuando era su gemelo malvado Jorge Mario Bergoglio, llamó al proyecto para permitir matrimonios entre personas del mismo sexo un plan del demonio. Y ése es uno de los calificativos más sutiles de los jerarcas de la Iglesia hacia los homosexuales.
La religión tiene derecho de expresar sus propias opiniones al servicio de las personas, pero Dios en la creación nos ha hecho libres: no es posible una injerencia espiritual en la vida personal.
Esto es cierto (menos lo de Dios, que no existe), pero sólo en cierto sentido. Las opiniones de los demás nos afectan, y es sabido que recibir opiniones negativas constantes nos puede afectar gravemente a nivel psicológico. Por no hablar de la influencia indirecta que tienen esas opiniones cuando son tomadas por verdades por otras personas. El mensaje de la Iglesia, repetido y amplificado por medios acríticos y por una cultura conservadora e hipócrita, afecta a los blancos elegidos por la Iglesia.

Sigue el papa:
Una vez una persona, para provocarme, me preguntó si yo aprobaba la homosexualidad. Yo entonces le respondí con otra pregunta: ‘Dime, Dios, cuando mira a una persona homosexual, ¿aprueba su existencia con afecto o la rechaza y la condena?’.
¿Cómo saberlo? Dios, si existe, no da muestras de aprobar o rechazar a nadie; sólo habla por personas que se dicen sus elegidos.
En esta vida Dios acompaña a las personas y es nuestro deber acompañarlas a partir de su condición. Hay que acompañar con misericordia. Cuando sucede así, el Espíritu Santo inspira al sacerdote la palabra oportuna.
¿“Su condición”? ¿“Con misericordia”? ¿Cómo puede interpretar eso alguien, si no es deduciendo que la Iglesia o Dios (que es lo mismo en la práctica) lo consideran un enfermo digno de lástima? ¿Hay que culpar al Espíritu Santo de no inspirar a los sacerdotes, o de inspirarles mal, cuando tratan a los homosexuales y transexuales como perversos, a las mujeres que abortaron como a asesinas, y así, generalmente desde la seguridad y la autoridad del púlpito?

Luego Francisco pasa a hablar de la confesión, que es la forma en que el sacerdote “acompaña” a quienes no cumplen con las reglas de Dios (la Iglesia). Lo hace con un ejemplo:
Estoy pensando en la situación de una mujer que tiene a sus espaldas el fracaso de un matrimonio en el que se dio también un aborto. Después de aquello esta mujer se ha vuelto a casar y ahora vive en paz con cinco hijos. El aborto le pesa enormemente y está sinceramente arrepentida. Le encantaría retomar la vida cristiana. ¿Qué hace el confesor?
La relación entre el sacerdote y los demás se plantea enteramente en términos de culpa y de la facultad del sacerdote de perdonar esa culpa. El sacerdote, y por extensión la Iglesia/Dios, sólo puede “acompañar” a una persona si ésta se admite pecadora y arrepentida. Si una persona, para vivir como desea y llegar a la felicidad, procede contra las prohibiciones católicas, la Iglesia sólo acepta recibirla si abyectamente se arrodilla y confiesa que sus deseos fueron incorrectos, se arrepiente de haber buscado esa felicidad y promete volver a hacer lo que la Iglesia/Dios manda en vez de lo que realmente quiere.

Finalmente llegamos a la frase que más llamó la atención de los medios:
No podemos seguir insistiendo solo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos. Es imposible. Yo he hablado mucho de estas cuestiones y he recibido reproches por ello. Pero si se habla de estas cosas hay que hacerlo en un contexto. Por lo demás, ya conocemos la opinión de la Iglesia y yo soy hijo de la Iglesia, pero no es necesario estar hablando de estas cosas sin cesar.
De aquí podemos derivar dos interpretaciones: la más piadosa y la más realista. La interpretación piadosa es que Francisco está pidiendo a su Iglesia que no se la pase señalando pecados, y que cambie el enfoque: del ataque a la bienvenida, de la moralización severa a la misericordia.

La interpretación más realista es que Francisco ha entendido que la Iglesia va a seguir perdiendo popularidad y fieles si todas sus intervenciones públicas se refieren directa o indirectamente a su fijación contra el sexo no reproductivo, actividad que no por ser dogmáticamente pecaminosa deja de ser el pecado más frecuente de la inmensa mayoría de sus feligreses y de los seres humanos en general, además de uno de los más placenteros.

Quienes seguimos a la prensa católica sabemos que, excluyendo las noticias de índole administrativa (eventos, designaciones de funcionarios, documentos papales), la mayor parte de lo que emana de allí y que constituye aparentemente la tarea diaria y exclusiva de obispos y cardenales es un compendio de amenazas y advertencias contra el aborto, los preservativos, la homosexualidad, la educación sexual y los anticonceptivos, es decir, en el fondo, contra toda forma de sexo que no esté destinada a producir futuros pequeños católicos sino a hacer meramente feliz a quien lo practica. Francisco, por convicción o por conveniencia, sabe que este mensaje no hace sino alienar a gran parte de la población.

Decía magistralmente George H. Smith en Atheism: The Case Against God:
“A cambio de la obediencia, el cristianismo promete la salvación en una vida futura; pero para poder lograr obediencia a través de esta promesa, el cristianismo debe convencer a los hombres de que necesitan salvación, que hay algo de lo que deben salvarse. El cristianismo no tiene nada que ofrecer a un hombre feliz que vive en un universo natural e inteligible. Si el cristianismo quiere ganar una base sólida para la motivación, debe declarar la guerra al placer terrenal y a la felicidad, y éste, históricamente, ha sido precisamente su modo de acción. A los ojos del cristianismo, el hombre es un pecador, está inerme ante Dios y es potencialmente combustible para los fuegos del infierno. Así como el cristianismo debe destruir la razón antes de poder adelantar la fe, de la misma manera debe destruir la felicidad antes de poder adelantar la salvación.”
Es posible que este discurso más moderado que Francisco saca a relucir disimule la táctica de crear culpa para luego vender salvación a cambio de obediencia, y en algunos casos alivie a aquellas personas que ya hayan asumido la culpa con tanto fervor que no puedan dejarla de lado de otra manera que recibiendo el “acompañamiento” interesado de la Iglesia. Pero la diferencia es de forma, no de fondo, igual que la diferencia entre el popular y campechano Francisco y su poco carismático predecesor.

viernes, 20 de septiembre de 2013

La Iglesia de Mendoza, sorprendida porque se aplica la ley

La semana pasada escribí bastante sobre la laicidad educativa y sobre la decisión de una jueza de Mendoza de prohibir las celebraciones católicas en las escuelas públicas de esa provincia. Sobre este último tema, como imaginará el lector, se discutió bastante, dado que muchos creyentes no están acostumbrados a que se desafíe el privilegio cultural del que han disfrutado desde siempre. De hecho, ni siquiera lo registran como un privilegio.

Claramente esta ceguera no es exclusiva de los devotos ignorantes que comentan airadamente en los diarios con el Bloq Mayús activado. Sus líderes oficiales parecen creer que el estado debe consultarlos antes de tomar decisiones y quedan –o se fingen— perplejos cuando esto no ocurre.
Como una “medida sorpresiva” y “contraria a los valores más trascendentes del hombre, de la cultura y de la historia” calificó la Iglesia en San Rafael la medida de la jueza María Eugenia Ibaceta…

El hermano marista Eugenio Magdaleno, recientemente designado Delegado Episcopal de Educación Católica de la diócesis de San Rafael, fue el vocero que eligió monseñor Eduardo María Taussig, Obispo de San Rafael, para fijar la posición de la Iglesia local en relación con la medida judicial.

“Esta medida nos sorprendió, porque se anunció de un día para otro. Es un tema que no puede resolverse entre gallos y medianoche; merece, realmente, un estudio de nivel y jerarquía…”

Consultado respecto de la posibilidad de que el obispado sanrafaelino apele la orden de la jueza, Magdaleno respondió: “Esa es una instancia superior que debe resolver monseñor Taussig con el arzobispo de Mendoza y otras organizaciones que se hayan sentido afectadas. Esto debe resolverse tras un análisis y un diálogo profundo en el que se discuta qué modelo de país queremos, sin sorprender a nadie”.
Dado que es inconstitucional incluir fiestas católicas en el calendario escolar oficial de una provincia cuya constitución es explícitamente laica, difícilmente se puede justificar la sorpresa de la Iglesia. Uno adivina, más bien, que lo sorpresivo fue el hecho de que una jueza se atreviera a hacer cumplir la ley, a contramano del poder eclesiástico local y de las presiones y críticas que sufriría.

La prohibición de adoctrinar religiosamente a los alumnos de las escuelas públicas, de obligarlos a rezar a la Virgen María o a los santos (o a excusarse de hacerlo), de participar en rituales religiosos de consagración u homenaje a figuras de la mitología católica, ¿realmente puede decirse que se decidió “entre gallos y medianoche”? La constitución provincial de Mendoza fue reformada por última vez en 1916; su artículo n° 212, inciso 1, dice:
La educación será laica, gratuita y obligatoria, en las condiciones y bajo las penas que la ley establezca.
Quizá los constituyentes de 1916 no realizaron un “estudio de nivel y jerarquía”, pero sin duda deben haber debatido bastante antes de incluir una declaración de laicidad educativa en la ley fundamental de la provincia hace casi un siglo. ¿Cuál es la sorpresa aquí?

Y en todo caso, ¿por qué no puede resolverse con una simple decisión judicial algo que es sencillísimo de entender e implementar? No es como si se estuviera rediseñando toda la educación estatal. La medida tomada es administrativa, objetivamente insignificante. ¿Insinúa el vocero del arzobispado que las decisiones del poder judicial deben someterse a debate previo con la Iglesia Católica?

Ni qué decir tiene que el estado no es un poder sin límites y que las decisiones complejas y controvertidas deben ser tomadas con precaución y previa información al público. Pero aquí se trató de una acción de amparo, es decir, una medida judicial de excepción: la jueza Ibaceta, a pedido de un grupo de ciudadanos afectados, hizo cumplir un derecho cuyo garante natural se rehusaba distraídamente a cumplir.

Desde luego que debería haber un “diálogo profundo”, pero el mismo debe darse una vez que la ley se esté cumpliendo, no como condición para que la ley se cumpla.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

El debate de la educación laica (parte 4)

Continúo aquí con el tema de mi post anterior, y termino con mi comentario acerca del debate sobre la educación laica que se dio en la provincia de Mendoza y que fuera reproducido por el diario MDZ, poco antes de que se declarara la inconstitucionalidad de la inclusión de dos celebraciones católicas en el calendario escolar.

Ya mencioné cómo el obispo auxiliar de Mendoza, Sergio Buenanueva, intentó cambiar el eje de la discusión redefiniendo laicidad como libertad religiosa, a la manera sofística típica de su gremio.

El otro argumento que utilizó Buenanueva para introducir la religión en la escuela pública es el también típico recurso a la importancia del “hecho religioso”. Es cierto que los niños viven en una cultura predominantemente religiosa y que suelen tener preguntas o inquietudes con respecto a temas religiosos (o temas de los que la religión pretende ocuparse, como el fin de la enfermedad o la muerte o la supervivencia del alma), preguntas que una escuela laica de laicidad “negativa” no responde. Pero ¿es necesario? ¿Hasta qué punto puede o debe la escuela responder esas preguntas, siendo que debe evitar por todos los medios responder de manera distinta a la de la religión de los padres, para no violar sus derechos?

Es posible pensar en una escuela que incorpore el “hecho religioso” de manera estrictamente antropológica, objetiva, neutral, pero en la práctica esto es inviable en Argentina. Cualquier cosa más allá, por otro lado, implicaría una intromisión del estado que ningún padre debería tolerar, aunque aquí llegamos a un punto donde simplemente tratamos con diferentes visiones. La Iglesia Católica considera que la educación religiosa es patrimonio de los padres y que el estado tiene la obligación de aceptar que éstos la deleguen en él. Los laicistas estamos en desacuerdo. Que el estado acepte esta imposición abre la puerta al adoctrinamiento encubierto y a otros abusos, y en el caso particular del catolicismo argentino, es de una desfachatez absoluta dado el inmenso poder económico de la Iglesia, que cuenta con instituciones de sobra para instruir a los hijos de los fieles, las cuales reciben además generosísimos subsidios de los estados nacional y provinciales.



lunes, 16 de septiembre de 2013

El debate de la educación laica (parte 3)

Continúo con el tema de mi post anterior, donde hablaba del debate entre dos laicistas y el obispo auxiliar de Mendoza, Sergio Buenanueva. Éste último intentó transformar la definición de laicidad en una promoción estatal igualitaria del pluralismo religioso.

¿Tiene valor lo que apunta Buenanueva cuando habla de reconocer y fomentar la diversidad religiosa como forma de laicidad positiva? La pluralidad ¿es buena en sí? Pienso que no. El respeto mutuo entre personas de diferentes creencias es deseable, pero la pluralidad en un ámbito como la escuela no es deseable a nivel de la gestión, de los programas educativos, de los calendarios oficiales, porque una institución escolar debe educar a todos por igual y con un plan consistente, que sea amplio pero no disperso. No se puede respetar la pluralidad hasta el punto de dictar diferentes programas para alumnos de diferentes religiones, como de hecho debería hacerse si lleváramos la (supuesta) idea del obispo hasta sus últimas consecuencias.

El pluralismo es deseable a nivel sociocultural por la misma razón que es deseable viajar o aprender otro idioma: abre la cabeza de las personas a la diferencia, evita la insularidad, inmuniza contra la intolerancia. Pero el estado sólo tiene el deber de respetar la pluralidad existente, es decir, la coexistencia pacífica de distintas ideas y creencias. Obligar a personas de una religión o ideología a participar en actividades propias de otra no es pluralismo sino todo lo contrario.

La libertad religiosa consiste en poder creer y profesar libremente una religión o no creer en ninguna. No se viola esta libertad por prohibir una celebración religiosa en una escuela pública, de la misma manera que no se viola la libertad de expresión de una persona cuando se le prohíbe ponerse a cantar a los gritos en los pasillos de un hospital. Todas las libertades tienen límites, dados por criterios de razonabilidad y oportunidad. Los laicistas creemos que no es razonable que se le permita a una religión particular invadir el salón de clases.

Continuará…

viernes, 13 de septiembre de 2013

El debate de la educación laica (parte 2)

Hablaba hace un par de días del debate sobre la laicidad de la educación que se desarrolló en Mendoza y en las páginas del diario MDZ entre dos militantes laicistas y el obispo auxiliar de la capital provincial, Sergio Buenanueva. El mismo fue previo a la noticia, que publiqué, sobre la prohibición (por causa de inconstitucionalidad) de la introducción de fiestas católicas en el calendario educativo mendocino.

El planteo del obispo es desgraciadamente típico: proclama que apoya la laicidad, pero redefine el concepto a su conveniencia, básicamente como todo lo contrario de lo que quiere decir realmente. Laicidad “a la católica” es que el estado se ponga a la misma altura que la Iglesia, y que mutua y graciosamente se reconozcan como partícipes de la sociedad civil (mientras la Iglesia discretamente sigue predicando que sus leyes son superiores a las del estado).

Esta clase de “laicidad” es libertad religiosa, entendida como apertura a toda expresión religiosa en el espacio público, pero ignora (y esto se lo dicen los laicistas) que en la práctica, cuando hay una sola religión mayoritaria y culturalmente dominante que además tiene privilegios legales, esa expresión religiosa “abierta” es única, se transforma en coercitiva y estigmatiza a las minorías que se ven obligadas a desmarcarse de ella. El obispo intenta que esto no se note hablando de “laicidad positiva”, de diálogo, pluralismo, la riqueza de la diversidad, etc. Para respetar las creencias distintas propone lo que en último término devendría una escuela pluriconfesional, donde todo tenga cabida y los chicos tengan que ser separados según las actividades religiosas que sus padres aprueben.

La laicidad de verdad (y esto es mi opinión) es “negativa”, en el sentido no emocional de la palabra: es quitar las manos y rehusarse, desde el estado, a intervenir a favor o en contra de una religión. Ocurre que este aspecto negativo-pasivo debe ir acompañado, en la práctica, de un aspecto negativo-activo: retirar privilegios, bloquear la intromisión religiosa oficial (sin afectar las libertades individuales), vigilar y castigar los intentos de violar la neutralidad religiosa. Esto es así porque ninguna religión organizada funciona a su gusto sin algún grado de coerción estatal o de los privados sobre el estado, y la quita de privilegios no le cae bien a quien se ha acostumbrado a ellos.

El debate sobre la definición de laicidad no se daba cuando la religión católica tenía fuerzas para imponerse; si se da ahora, si tenemos a un obispo proclamando su supuesta defensa de la separación entre Iglesia y estado, es porque las cosas han cambiado y la Iglesia no tiene más ese poder omnímodo.

Continuará…

jueves, 12 de septiembre de 2013

Por qué es importante reclamar por un estado laico (parte 3)

Como les vengo contando, el próximo sábado (14 de septiembre) se realizará en la ciudad de Mar del Plata la Marcha Nacional por un Estado Laico. En mis últimos artículos he querido explicar mi apoyo a la misma, mencionando la necesidad de terminar con los privilegios legales y económicos de la Iglesia Católica y en particular el fomento estatal de la educación confesional. Aquí termino con un punto algo más delicado.

La Marcha por un Estado Laico convoca también a luchar por un país “con memoria, verdad y justicia”, lema que quizá resulte extraño por ajeno o demasiado genérico a quienes no conozcan la historia argentina. Lo cierto es que la presencia abrumadora, opresiva, de la Iglesia Católica en las instituciones oficiales, y los privilegios de los que goza, han formado desde siempre un escudo contra los esfuerzos de quienes buscan revelar sus fallas, sus componendas con el poder político y sus complicidades criminales. La Iglesia, en parte merced a sus privilegios, ha penetrado en la academia, influye en la justicia y la política, y se protege así de investigaciones que podrían dañar su imagen e incluso llevar a sus dirigentes a la cárcel.

Todas las dictaduras que han gobernado este país (y han sido unas cuantas) han contado con el apoyo de la Iglesia Católica; la última, que fue la más sangrienta, tuvo además a la Iglesia como justificadora, como confesora y como cómplice de torturas, desapariciones forzadas y adopciones ilegales de niños. Mucho de lo que los jerarcas eclesiásticos sabían se lo han ido llevado a la tumba mientras la justicia, temerosa o aliada, miraba hacia otro lado. Cuando Jorge Mario Bergoglio, a la sazón arzobispo de Buenos Aires, fue llamado a declarar como testigo en una causa judicial por robo de bebés, el hoy fingidamente humilde papa de la Iglesia Católica se negó a ir al juzgado, alegando un privilegio con resabios de nobleza, y debió tomársele declaración en su despacho episcopal. La pérdida real y simbólica de privilegios de la Iglesia que acarrearía un estado laico pondría a los que aún pueden hablar en plano de igualdad con ciudadanos comunes (ya no a Bergoglio, lamentablemente, puesto que su condición de jefe de un estado extranjero lo hace diplomáticamente invulnerable).

No puedo estar en Mar del Plata este sábado 14, pero quienes puedan hacerlo, harían bien en ir, o en su defecto, en difundir este evento.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

El debate de la educación laica (parte 1)

La decisión judicial de prohibir las celebraciones católicas en las escuelas públicas de la provincia de Mendoza, que se conoció el 5 de septiembre pasado, no brotó de la nada. Como ya mencioné, el debate sobre el rol de la religión en el estado se venía dando desde antes, a partir de la presentación de un proyecto de ley de educación provincial. Un diario de la capital (MDZ Online) dio lugar en sus páginas a dos militantes laicistas: Marcelo Puertas, presidente de la Agrupación Civil 20 de Septiembre, y Federico Mare, del colectivo La Hidra del Mil Cabezas, que ha publicado cuadernillos con opiniones de pensadores en favor de la laicidad educativa; y a un representante de la Iglesia Católica: el obispo auxiliar de Mendoza, Sergio Buenanueva.

El debate oral fue transcripto en tres entregas (123), que me propongo resumir, agregando mis opiniones.

El planteo de F. Mare fue que la laicidad es una forma del respeto a las minorías. Implícitamente, es respetar el derecho de los padres a que sus hijos no sean adoctrinados o forzados a participar en actividades de una religión que no es la que ellos eligieron. El hecho de que estas actividades sean (oficialmente) optativas no es excusa, ya que optar implica declarar las creencias privadas y eso es una violación a la privacidad; nadie debería ser obligado a declarar sus creencias religiosas en un ámbito neutral como la escuela. Esta opción marca a los niños como diferentes del resto, como anómalos o extraños (y ya sabemos con qué facilidad estas extrañezas reales o supuestas llevan al bullying). De todas formas creo que Mare no explicó satisfactoriamente con qué argumento sostendría su apoyo a la laicidad si el catolicismo fuera una minoría.

Implícitamente, también, laicidad es llevar la religión al espacio privado, o más bien, al espacio no estatal. Se puede pensar en una laicidad muy restrictiva donde se prohíbe usar el espacio público para cualquier manifestación religiosa, pero eso no es de lo que se habla en Argentina actualmente cuando se habla de laicidad, sino de algo tan mínimo y de sentido común como no meter santos y vírgenes en un calendario educativo oficial.

Continuará…

martes, 10 de septiembre de 2013

Por qué es importante reclamar por un estado laico (parte 2)

Como les contaba en un post anterior, el sábado 14 se realizará en la ciudad de Mar del Plata la primera Marcha Nacional por un Estado Laico. Les decía que el mayor obstáculo para lograr ese ideal es terminar con los privilegios legales de la Iglesia Católica, en particular el de “sostenimiento” de la misma mencionado en el artículo 2° de nuestra Constitución Nacional.

Económicamente, el sostenimiento de la Iglesia Católica implica el pago por parte del estado de estipendios a los obispos en actividad y eméritos, como así también a los capellanes, y asignaciones monetarias a los seminarios (según leyes y decretos sancionados por gobiernos ilegales de facto). El impacto fiscal es insignificante, no así el simbólico, dado que no sólo el estado subsidia a una religión, sino que además trata a los funcionarios eclesiásticos con un rango equivalente al de funcionarios del estado, lo cual resulta bastante irónico, considerando que técnicamente los obispos responden políticamente a un estado extranjero. Esta dudosa doble lealtad, que se manifiesta con toda claridad en la presencia de banderas vaticanas a la misma altura que las argentinas en iglesias y catedrales, no parece molestar a la muy patriótica y nacionalista derecha pro-Iglesia.

Si de dinero se trata, mucho mayor e inadmisible en un estado laico es el subsidio estatal a las escuelas confesionales. Hay que aclarar aquí que los estados nacionales y provinciales subsidian a las escuelas privadas, tanto las no confesionales como las de ideario religioso, sin distinción: es decir, no se trata de un privilegio de la Iglesia Católica ni de un subsidio a la religión en sí. De hecho, los subsidios son entregados en concepto de un porcentaje (que puede ser del 100%) de los salarios de los maestros. Es dudoso que muchas escuelas confesionales pudieran funcionar, de todas maneras, si no estuviera cubierto ese componente (el principal) de su gasto total. Dado el pésimo estado de la enseñanza pública (estatal), cabe pensar en mejores destinos para esa cantidad de dinero —ésta sí considerable— que financiar indirectamente clases de catequesis.

Con respecto a la escuela estatal encontramos también la necesidad de laicidad en varias provincias de nuestro país, donde, a contramano del espíritu de las leyes nacionales, se dictan clases de religión católica, además de realizarse ritos de esa religión, o se introducen materiales de estudio católicos. El que este adoctrinamiento sea optativo (como lo es en teoría) no aminora la gravedad del asunto. Los alumnos no tienen por qué enfrentarse a la disyuntiva entre asistir a una clase de catecismo y permanecer, como parias o anomalías, en un salón apartado, perdiendo el tiempo u ocupándolo con una asignatura alternativa (en el mejor de los casos). Que la escuela pública sea aconfesional no coarta la libertad de los niños ni de los padres, que pueden a discreción enviar a sus hijos a estudiar catecismo fuera del horario lectivo en una iglesia u escuela parroquial cercana sin costo alguno, si es que ellos mismos no son capaces de explicarles a sus hijos lo que creen.

Continuará…

lunes, 9 de septiembre de 2013

Mendoza: celebraciones católicas inconstitucionales en las escuelas

Hace pocos días, en Mendoza, Argentina, una jueza prohibió la celebración de dos festividades religiosas católicas en las escuelas públicas (estatales) de la provincia, por contradecir el principio constitucional de laicidad.

Para más detalles: la jueza María Eugenia Ibaceta declaró inconstitucional una resolución de la Dirección General de Escuelas (DGE) por la cual se incluían en el calendario escolar las conmemoraciones del Día de Santiago Apóstol, santo patrono de Mendoza (25 de julio), y de la Virgen del Carmen de Cuyo (8 de septiembre), que vienen celebrándose tradicionalmente desde hace tiempo aun cuando la constitución provincial declara que las escuelas públicas deben ser laicas. El fallo judicial fue en respuesta a una acción de amparo presentada por la Asociación Civil Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) filial San Rafael.

De forma bastante interesante, la jueza no se limitó a prohibir la celebración en abstracto (dejando así huecos legales) sino que detalló qué cosas violarían el principio de laicidad:
… clases alusivas, (…) carteleras, entrevistas, proyección de videos, actividades diversas en las que participen alumnos, docentes y miembros de la comunidad o personalidades relevantes del medio.
El debate por la laicidad educativa lleva un cierto tiempo desarrollándose en Mendoza, pero como suele suceder con este tipo de noticias, más aún si ocurren en “el interior” (es decir, cualquier lugar que no sea el área metropolitana de Buenos Aires), ningún diario nacional lo registró. De hecho, yo sólo me enteré porque sigo el diario mendocino MDZ en Facebook. La medida contra las conmemoraciones católicas salió luego publicada en varios otros diarios de la provincia, como es natural, pero antes de eso MDZ había dedicado ya tres artículos (1, 2, 3) a transcribir una extensa charla entre dos ateos laicistas y un sacerdote católico, donde cada uno expresó su visión sobre el tema, atrayendo variados comentarios de los lectores.

Ni qué decir tiene que la noticia de la prohibición de las fiestas católicas en las escuelas públicas provocó también una reacción importante. Los tópicos ignorantes y las hipérboles abundaron; no encontré ni un solo argumento sensato o atendible en favor de mantener las celebraciones. Muchos antilaicistas parecen dar por sentado que la Constitución Nacional obliga al estado a inyectar la religión católica en todos los ámbitos y que ni la jueza ni quienes defendemos el laicismo la hemos leído con atención. (La Constitución argentina obliga al “sostenimiento” de la Iglesia, lo cual se interpreta como sostén económico y se cumple gracias a un par de decretos y leyes sancionados en la última dictadura.)

Otros se indignan por la ruptura con la tradición, como si haber hecho siempre algo fuera argumento suficiente para seguir haciéndolo sin importar ninguna razón. (Tradicionalmente en Argentina tampoco era posible casarse si no era por iglesia y con un miembro de la misma religión, pero afortunadamente esa tradición fue abolida por la ley de matrimonio civil.) Otros aún recurren al remanido y nunca satisfactorio argumento de las prioridades: que los laicistas y la jueza pierden tiempo en estupideces mientras los niños pobres no comen, las escuelas se caen a pedazos o cualquier otra cosa más importante; o bien, su variante: que los laicistas podrían dedicarse a algo útil (darle de comer a los niños pobres, arreglar las paredes de las escuelas, terminar con la corrupción de los políticos o detener la guerra en Siria) en vez de empeñarse en quitarle a los católicos sus preciosas celebraciones.

La medida de la jueza vale sólo para este año. Habrá que ver si el gobierno mendocino hace lo que debe y endereza su camino el año que viene, evitando directamente la inclusión de conmemoraciones sectarias en el cronograma educativo, donde no corresponden, y dejando que los fieles celebren lo que deseen, cuando lo deseen, en el ámbito privado o en espacios públicos donde cuenten con la debida autorización.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Por qué es importante reclamar por un estado laico (parte 1)

El sábado 14 de septiembre se realizará en la ciudad de Mar del Plata (provincia de Buenos Aires, Argentina) la primera Marcha Nacional por un Estado Laico. Cuando recibí la nota de prensa me limité a copiar el poster de difusión de la marcha, pero ahora me gustaría explicar por qué adhiero a la marcha y por qué deberíamos, de hecho, adherir todos a la idea de que es mejor vivir en una Argentina laica.

La imposición de una religión de estado, una religión oficial, incluso una “religión por defecto”, generalmente se apoya en la (real o supuesta) mayoría numérica de los creyentes de dicha religión. Tal es el caso de Argentina. Pretende seguirse de un criterio democrático, en el cual las mayorías son las que deciden. Pero este privilegio con justificación numérica no es parte de la definición de democracia (y algunos dirían que es un ejemplo de falsa democracia). Los derechos de las minorías no pueden ser pisoteados por las mayorías. Más aún, una democracia debería poner un cuidado extraordinario en la preservación de los derechos de las minorías, precisamente porque son numéricamente débiles, con todo lo que eso suele conllevar. Los ejemplos sobran, pero los más claros (y relevantes al caso) pueden observarse en la actual persecución que experimentan los cristianos en varios países de mayoría religiosa musulmana.

En Argentina, el catolicismo funciona casi como una religión de estado, aunque más por arrastre histórico que otra cosa. Así, por ejemplo, los funcionarios católicos tienen un lugar explícito y privilegiado en el protocolo de las ceremonias oficiales. Estas rémoras coloniales son de relativamente sencilla remoción. Mucho más grave es que se le reconoce a la Iglesia el carácter de persona pública, lo cual legalmente implica ponerla a la misma altura que una institución estatal. El artículo 2° de la Constitución Nacional representa el alejamiento más extremo del ideal de estado laico, incluso aunque los juristas lo consideren limitado al sostenimiento económico de la Iglesia por parte del estado, porque a diferencia de otras leyes y reglamentos, sólo una reforma constitucional podría eliminarlo, lo cual es políticamente inviable en un plazo indefinido.

Continuará…