El Vaticano, a través de su astrónomo oficial, notifica a los católicos que no es pecado creer en extraterrestres. Negar absolutamente la posible existencia de los extraterrestres, por el contrario, significaría "poner límites a la libertad creadora de Dios", dice el sacerdote jesuita argentino José Funes, director del Observatorio Vaticano.
¿Qué decir a esto, nosotros que no creemos? En primer lugar, nótese que si se reemplaza la palabra "extraterrestres" por "unicornios" la frase del padrecito Funes sigue siendo igualmente lógica, es decir, completamente lógica dentro del sistema en que se encuentra (que en sí es pura fantasía). Pero hasta aquí todo bien. El astrónomo admite que no sabemos, que el universo es muy vasto para excluir una hipótesis, y reconoce también que cree en el Big Bang, "que no contradice la Biblia", sin perjuicio de que a futuro puedan aparecer otras teorías; toda una declaración de principios científica.
Luego todo se desbarranca, porque el susodicho astrónomo empieza a especular y saca a relucir a San Francisco de Asís y sus hermanos los animales, y cómo no vamos a llamar nosotros "hermanos en la creación" a otras criaturas... Habla de nosotros y de otras presuntas razas inteligentes y desliza que debemos ser la única que ha caído en pecado, porque de lo contrario Dios tendría que haber enviado a cada una un redentor (llamémoslo un Jesús alienígena o Cristo ET), proposición blasfema si las hay, porque Dios es una trinidad, no una vulgar familia numerosa. Para que no sintamos pena por los extraterrestres, nos consuela diciendo que si llegan a estar en pecado la misericordia de Dios se encargará de ellos de alguna otra manera.
Son increíbles las proezas mentales que hay que realizar, supongo, para encorsetar una ciencia como la astronomía en un sistema de creencias tan complicado como rígido. Leyendo lo anterior me acordé de las divertidísimas (a su manera) y sesudas disquisiciones de Borges sobre teología, tema que lo apasionaba como juego de fantasía y como testimonio de la imaginación del hombre. Lástima que el astrónomo del Vaticano lo diga en serio.
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