Anoche fui a ver una muestra retrospectiva del artista plástico León Ferrari [ver también León Ferrari en Wikipedia]. Era el día de la inauguración y el Museo de Bellas Artes Juan B. Castagnino estaba repleto. Ferrari, que tiene 88 años, estaba enfermo y no pudo asistir.
Ferrari es por sobre todo un polemista. Fieramente antirreligioso, sus exposiciones suelen provocar revuelo entre los hipersensibles fundamentalistas que conforman una mínima parte de los católicos argentinos pero que tienen una voz desproporcionadamente potente dentro de la Iglesia (hace unos años, unos energúmenos rompieron algunas de sus obras en un museo al grito de "Cristo vence").
Ferrari es impiadoso y superficialmente infantil en sus críticas. La más famosa de sus obras y la primera que causó polémica es un Cristo crucificado sobre un modelo de avión caza norteamericano. Otras combinan vírgenes (Marías) y preservativos (condones), o yuxtaponen fotos de obispos y cardenales con imaginería nazi. Digo "superficialmente", no obstante, porque en el fondo hay algo más. Ferrari no es solamente un anticatólico, anticristiano, o un ateo furioso. El hombre sabe de qué está hablando.
Ante un pedido de censura de una de sus obras antibélicas, proferido por un cronista de un diario conservador, Ferrari contestó en una larga carta donde defendía al arte como creador de polémica. Si no causara nada en el que lo viese, dijo, si no tuviera el potencial de ofender, el arte se reduciría a producir "adornos para generales". Y si lo polémico y contestatario no puede ser arte, si va a ser censurado por querer ser arte, entonces, dijo, le quito esa etiqueta y lo llamo de otra forma.
Aquella muestra del año 1965 se llamaba "Civilización Occidental y Cristiana". Ferrari atacaba allí la hipocresía de una cultura que se dice avanzada, iluminada, con valores surgidos de una religión basada en el amor, y que sin embargo es profundamente desigual, injusta por donde se la mire, y adicta a la peor violencia: la guerra, que desde hace medio siglo es de ricos contra pobres, de países poderosos contra países débiles, de generales con tecnología contra campesinos con palos y piedras.
Otra parte de la muestra original de Ferrari consistía en una gallina viva en una jaula, que dejaba caer sus excrementos sobre un cuadro representando una ilustración clásica del infierno, o del Apocalipsis. La Sociedad Protectora de Animales se quejó, como suele suceder, por la presencia de la gallina. Ferrari contestó que en todo caso él podía devolver la gallina a donde la encontró, donde viviría en una jaula mucho más pequeña y a la espera de que algún otro viniera, la comprara y se la llevara para matarla y comérsela, y reprochó a los que, como esta persona de la SPA, protestan contra la exposición pública de las cosas desagradables pero no hacen nada contra la existencia de esas cosas.
Otras obras enfatizan la duplicidad del discurso cristiano, que es el discurso con el que nuestra cultura fue criada, utilizando titulares de L'Osservatore Romano (el órgano de prensa oficial del Vaticano) combinados con los magistrales dibujos de escenas de la Biblia de Doré; por ejemplo, el Papa habla de los niños y la familia, y bajo el titular aparece la ilustración de la escena del Antiguo Testamento donde unos niños son destrozados por unos osos enviados por Jehová por burlarse de un profeta que predicaba por el camino.
La reflexión más profunda de León Ferrari sobre nuestra civilización es la forma en que desde el discurso del cristianismo planteamos la historia como un interludio "entre dos episodios judiciales": el primero, el castigo y expulsión del Paraíso por desobedecer al celoso y arbitrario Dios del Antiguo Testamento; y el segundo, el Juicio Final, donde Dios permitirá horribles sufrimientos a sus hijos, luego Jesús vendrá a salvar a unos pocos, y el resto iremos al infierno para ser, nuevamente, castigados, esta vez por toda la eternidad.
A un lado de esta nota explicatoria, sobre un cuadro clásico que representa este horrendo ciclo, Ferrari pone una jaula con tres pequeños pajaritos, que expresan por él su opinión... cagándose en los mitos judeocristianos.
Creo que merece un aplauso.
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