Hoy, Día del Trabajador en casi todos los países del mundo, la mayoría de los argentinos nos quedamos en casa celebrando el feriado. Personalmente me sentí como si fuera un domingo muy tranquilo, con empanadas y asado al mediodía, con la desventaja de que mañana es en realidad viernes pero se siente como si fuera lunes. Como es habitual, hubo misas y expresiones de agradecimiento a la deidad católica y algunos de sus dioses menores santos en muchos puntos del país.
Aquí en Rosario, por ejemplo, el arzobispo Mollaghan dio una misa en honor a San José Obrero. San José es el mítico padre del niño Jesús, padre adoptivo por supuesto, a quien el destino cruel le deparó no sólo que su mujer le metiera los cuernos con el Espíritu Santo, sino también abstenerse de hacer lo que hacen los maridos con sus mujeres para que la susodicha siguiera siendo Virgen y no sólo María. Obrero le dicen cuando quieren enfatizar que fue un trabajador empedernido. ¿Qué iba a hacer, si no trabajar? No podía tocar a su mujer y encima tenía que alimentar al hijo que Dios le había metido en la casa...
Pero me aparto del tema. Lo que quería preguntarme era: ¿qué hizo San José cuando la desocupación pasó del 20% en Argentina, no hace todavía ni diez años? ¿Por qué lo honramos ahora? ¿Cómo hace exactamente San José para ayudarnos? ¿Antes era obrero, y ahora que está al lado de Dios, el Gran Patrón, es como una especie de sindicalista o delegado gremial?
En Jujuy, al noroeste del país, el obispo Palentini dio una misa en honor de los trabajadores (mejor, eso) y dijo que "el trabajo dignifica", frase que me resulta terriblemente conveniente para los empleadores pero muy poco para los empleados, con muy contadas excepciones en los privilegiados lugares del planeta donde las leyes protegen a los que cobran un sueldo. Aquí en Argentina, el trabajo mantiene, cansa, explota, enferma y a veces mata, pero en muy pocos casos aporta dignidad.
Un obispo, ¿trabaja? Es decir, más allá de papelerío y requerimientos litúrgicos y cosas así. Siempre me pareció que los requerimientos para el clero pueden ser muy estrictos, pero los beneficios son suculentos; en efecto, desde que Saulo de Tarso, luego conocido como Pablo (y autonombrado apóstol), argumentó que él y los demás que llevaban la palabra de Cristo merecían ser mantenidos por la comunidad donde iban a predicar (hay que admirar a este tipo, era un verdadero maestro de la política). Un sacerdote u obispo tienen ciertas responsabilidades, pero muy pocos deben realmente dar cuenta de sus actos a un superior. Hacerse cura es una excelente salida para aquél que no sepa hacer nada útil en el mundo real y no quiera molestarse en aprender. Hay que bancarse unos años de latín, griego y teología, y hacer o fingir abstinencia de sexo, pero una vez establecidos, los feligreses deberán encargarse de nuestro bienestar: "¿Acaso no tenemos derecho a comer y a beber?" (Pablo dixit).
Entretanto en la bizarra tierra septentrional conocida como Estados Unidos, el presidente elegido por Dios y la Corte Suprema, George W. Bush, y muchos de sus correligionarios en todo el país, celebran el Día Nacional de la Oración (National Day of Prayer), que es el primer jueves de mayo. El Día del Trabajador no se celebra el 1º de mayo allí, porque es la conmemoración de la matanza de un grupo de trabajadores que luchaban por sus derechos, o sea, inmundos malvados comunistas.
Es casi terrorífico leer la proclama del Día de la Oración de este año, donde Bush dice que su país depende de Dios y pone el futuro del mismo en sus manos (las de Dios). Alguien debería decirle que el futuro de su país (y en parte, del mundo) se lo pusieron a él, George W. Bush, en sus manos, y todos esperamos que se haga cargo, o que al menos no lo haga volar por los aires en lo poco que le queda de mandato. Es casi una suerte que en realidad el país más poderoso del mundo esté manejado por el complejo militar-industrial y sus lobbistas. Ellos no le permitirían a este chiflado que apretase el "botón rojo" si se le cruzara la idea de que su dios le está diciendo que lo haga.
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