Hoy es el 202º aniversario del nacimiento de un hombre que, a través de una peligrosa idea (como llamó Daniel Dennett a la teoría de la evolución), cambiaría el mundo y nuestra comprensión de nosotros mismos.
Charles Darwin, preocupado por la minuciosidad científica y por las implicancias no sólo científicas sino también sociales y personales, se tomó dos décadas para recopilar detalles y teorizar sobre ellos, pensando siempre como piensa un verdadero hombre de ciencia: buscando formas en las que podría haberse equivocado, proponiendo simples pruebas de que su teoría estaba errada.
La teoría de la evolución ha engendrado multitud de sub-teorías, que aún hoy siguen cambiando y ajustándose a las evidencias, para describir y explicar los detalles del proceso evolutivo. Algunas ideas han resultado ser erradas, otras se han refinado.
Del otro lado de la fascinante y fructífera evolución científica de las ideas de Darwin y sus sucesores está una tierra intelectualmente árida, variada sólo en sus estrategias discursivas, que es la del creacionismo. Están los creacionistas “de la Tierra joven”, que creen que las especies no sólo no evolucionaron sino que todas ellas fueron creadas, poco después que nuestro planeta, hace unos pocos miles de años. Están los creacionistas “científicos”, mote que ellos mismos intentaron ponerse y que no pudieron mantener. Están los partidarios del “diseño inteligente”, creacionistas bíblicos que disfrazan su obvia adhesión religiosa. Y están los “evolucionistas teístas”, que son tan creacionistas como el resto pero quieren hacernos creer —y ellos mismos se creen— que la ciencia puede complementarse con teología y que ellos no son como todos esos otros, creacionistas ignorantes.
Sin excepción, todos los que niegan el hecho de la evolución mienten. No porque la teoría de la evolución sea un dogma que no puede ser contradicho, sino porque leyendo lo que escriben es muy rápido distinguir las falacias lógicas, las descontextualizaciones, las citas mal citadas, y las falsedades sin medias tintas (hablo de cosas que se pueden desmentir con un minuto de lectura de la Wikipedia). Sirva como ejemplo el largo escrito, La inquisición darwinista, aparecido en Magacín, suplemento dominical de Protestante Digital, que no es ni mucho menos una revista fundamentalista. Si una colección de tonterías y mentiras abiertas como ésa es representativa de lo más moderno —de lo moderado— del movimiento antievolucionista (y lo es), imaginemos lo que quedará para los verdaderos enemigos de la ciencia.
Contra todo esto, el legado de Darwin sigue en pie y avanzando. Sin la teoría de la evolución no existiría la biología: cuanto más tendríamos una disciplina de coleccionistas y de teóricos inconexos buscando sin acierto, en la oscuridad, cómo unir las piezas. Hoy se cumple otro aniversario del hombre que lo cambió todo con la fuerza de su pluma sobre el papel. ¡Salud por él!
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