domingo, 17 de junio de 2012

Feliz Día del Padre

El formidable Robert G. Ingersoll se preguntaba retóricamente, dirigiéndose sin duda a los que ponían la ley de su dios como modelo: “¿Por qué voy a permitir que me diga cómo tengo que criar a mis hijos el mismo Dios que tuvo que ahogar a los suyos?”. Pensando sobre eso, recordé que de chico, en catecismo, me habían contado sobre el Diluvio presentándolo como un episodio perfectamente explicable, trágico pero justificado. ¿Habría alguien que se animase a justificarlo, no a niños crédulos sino a adultos? No me costó ni diez minutos encontrar un horrible ejemplo.
… Dios le da a Noé la señal del arco iris como un símbolo de su alianza: nunca más hará Dios lo que acaba de hacer, destrozar a todo con un diluvio.

Pero, ¿por qué no está suficientemente mal el hecho de que Dios lo hiciera una sola vez? ¿Dónde está la bondad de Dios en la historia del Diluvio? (…) En el caso de algunos cánceres mortales, los médicos pueden intentar un trasplante autólogo de la médula ósea. El médico le saca la médula ósea del paciente y busca en ella algunas células que no sean cancerosas. Mata las células cancerosas que quedan. Pero clona las células sanas y las devuelve al paciente. (…)

En la historia del Diluvio, Dios intenta el análogo de este mismo procedimiento con la raza humana, la cual está infectada por el pecado de Adán y condenada a la muerte por ello. Dios toma a algunos seres humanos moralmente sanos y los pone en un mundo nuevo, para reproducirse allí. La población moralmente enferma y destructiva del mundo antiguo muere en el Diluvio de Dios.

Sólo hay esta diferencia: en la historia del Diluvio, la selección entre los enfermos y los sanos está hecha por la gente misma. Los que no están en el arca de Noé no quieren estar en ella. (…) Para entrar en el arca, tendrían que reconocer sus pecados y aceptar la solución de Dios para su seguridad.
La apología no pertenece a un predicador de poca monta o a un laico con aires de ensayista (como quien escribe) sino a Eleonore Stump, católica, doctora en filosofía, escritora, autora de una extensa obra sobre el problema del mal y ex presidenta de varias asociaciones de filósofos. Tanta erudición no la ha inmunizado frente a una concepción esencialmente totalitaria: la idea de que los seres humanos somos meras células. Un ser humano no es un individuo, no es un fin en sí mismo, no es valioso ni único, sino que es una parte no esencial de algo mayor y puede ser eliminado si daña a ese algo, por el solo hecho de estar moralmente “enfermo” o de ser contagioso para el organismo social. El cáncer se compone de células que crecen sin control tomando los recursos de las demás; aunque sea parte del cuerpo, debe ser extirpado para que el cuerpo como un todo siga funcionando. Ésta es la justificación de la represión social, de la limpieza étnica y del genocidio más clara posible.

Hoy es el Día del Padre en casi toda América y unos cuantos otros países. Probablemente alguno de mis lectores no haya tenido un padre muy amoroso; alguno habrá tenido un padre ausente, incluso un golpeador o un abusador. Dudo, sin embargo, que alguno haya tenido un padre tan horrible como Yavé/Jehová, capaz no sólo de matar a todos sus hijos como se mata a una célula cancerosa, sino de dejar vivo a unos pocos y obligarlos a sentirse agradecidos y adorarlo por siempre. Un “padre” así no merece tal nombre. A todos los padres verdaderos, a los que están en la Tierra, feliz día.

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