miércoles, 14 de diciembre de 2011

Sacerdotes felices


En septiembre salió publicado en Forbes un estudio de la National Opinion Research Center (NORC, Centro Nacional de Investigación de Opinión) de la Universidad de Chicago —luego republicado en medios a nivel mundial— que entre otras cosas comparaba el nivel de satisfacción promedio de personas con distintos empleos, y encontraba que los sacerdotes o párrocos son los más felices (seguidos por bomberos y fisioterapeutas).

Es innecesario decir que los propagandistas religiosos se sintieron muy felices con este hallazgo. La interpretación del estudio sugiere que los trabajos en los que la gente se siente mejor son aquellos que se perciben como más útiles y en los que se puede ayudar a los demás. Si los sacerdotes son felices, debe ser porque saben que están dándole a los demás lo mejor que pueden darle a un ser humano, vale decir, el conocimiento de Dios. Su satisfacción sería entonces una recompensa.

(Supongo que si el estudio hubiera dado un resultado totalmente opuesto, los mismos propagandistas hubieran “explicado” que los sacerdotes son los más infelices porque su trabajo es una importancia gravísima y la responsabilidad de predicar a un mundo egoísta, pecaminoso, alejado de Dios, los agobia, aunque este sufrimiento terrenal desde luego les será devuelto al ciento por uno en beatitud en el cielo.)

En una nota publicada en el diario Cambio, de Salto (Uruguay), el obispo Pablo Galimberti aprovecha el hallazgo del estudio para hablar del fabulado “laicismo”. Dice el obispo que un vecino le contó que en una radio argentina, el periodista de origen uruguayo Víctor Hugo Morales leyó la noticia y luego se manifestó incrédulo, basado en supuestos prejuicios contra el estado sacerdotal (esto no me consta pero es lo que el obispo dice que le contaron). Del rol del sacerdote, Galimberti pasa tan rápida como forzadamente al rol de la religión en la sociedad y de allí a la laicidad del Estado.

Les dejo que lean ustedes mismos los zigzagueantes razonamientos de Galimberti en torno a la “laicidad positiva” de Sarkozy, el papel de la religión en el arte y el estudio del hecho religioso en las escuelas. Está claro que no ha entendido nada o prefiere ignorarlo. La “laicidad positiva” es un oxímoron; un estado es laico en tanto no se involucre con la religión, es decir, ni favorezca ni entorpezca la libertad de culto. Una política estatal positiva hacia la religión no es laicidad sino pluriconfesionalidad. La laicidad no implica el anticlericalismo ni un revisionismo histórico que borre el rol de la religión en el desarrollo de la sociedad. Un estado laico no prohíbe que una iglesia pague por una obra de arte religioso.

Un estado verdaderamente laico tampoco prohíbe a un periodista expresar sus opiniones, fundamentadas o no, sobre la felicidad de los sacerdotes. En Latinoamérica es frecuente, en cambio, que un estado prohíba o censure opiniones o expresiones contrarias a la religión mayoritaria. A la cabeza de los pedidos de censura siempre están obispos y sacerdotes. Quizá una de las razones de su felicidad en el trabajo sea la amplia libertad de la que gozan para decirles a los demás, quieran o no oírlo, cómo deberían comportarse, y las facilidades que el estado les da para obligarnos a esas conductas.