Los residentes españoles pagan anualmente el Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas (IRPF), cuya declaración incluye la posibilidad, para el contribuyente, de marcar una casilla indicando un porcentaje pequeño de la recaudación que será destinado —en teoría— a instituciones benéficas para la sociedad. Hay dos alternativas: asignar el dinero a “fines sociales”, es decir, a ONGs, o bien a la Iglesia Católica (se pueden marcar las dos casillas). Desde 2007 éste es, dicen, el único medio de sostenimiento estatal de la Iglesia en España (aunque esto no es cierto).
Uno pensaría a priori que esta grosera injerencia católica en un estado pretendidamente aconfesional le daría un poquito de vergüenza o escozor a los católicos, cuyos jerarcas se llevaron, a cargo del IRPF de 2010, 249 millones de euros, pero ¿qué vamos a esperar, si hasta hay ateos que consideran que es acertado entregarle dinero del contribuyente a la multinacional vaticana? Tal como lo leen: José Manuel López, médico oncólogo, ateo, le dijo a ACI que marcará la casilla de la Iglesia “porque ésta es la organización benéfica más efectiva que existe”.
Es claramente posible ser ateo y estúpido, o ateo y corrupto, o ambas cosas, de manera que no nos sorprenderemos más por la actitud del Dr. López. Para no suponer lo peor habrá que considerar que está mal informado. En primer lugar y como cosa obvia está el hecho de que la Iglesia Católica no es una institución benéfica. La Iglesia tiene, eso sí, instituciones de beneficencia y de ayuda social, como Cáritas, que están cubiertas por el apartado de fines sociales del IRPF, aunque obviamente eso significa tener que compartir el dinero con otras ONGs. El hecho de que exista un apartado distinto para la Iglesia indica precisamente la calidad de excepción, de injustificabilidad, que representa derivar 0,7% de un impuesto que pagan todos los españoles a una empresa privada que vende bienes espirituales y que no responde absolutamente a nadie de sus manejos internos.
En segundo lugar, la función benéfica de la Iglesia —una función subsidiaria y colateral al proselitismo— existe porque, amén de unos mil setecientos años de enquistamiento continuo en los estados y la cultura de Occidente, en España hubo una dictadura militar-eclesiástica de cuarenta años que no daba muchas alternativas a la caridad cristiana. La infraestructura y recursos humanos de que dispone la Iglesia le dan una ventaja, pero es seguro que ONGs seculares, o el mismo Estado, podrían cumplir con todas las funciones que la Iglesia desempeña, con el añadido de que los fondos empleados podrían ser auditados por la ciudadanía.
En 2010 apenas un 34,1% de los contribuyentes marcaron la casilla de la Iglesia, es decir, una tercera parte de los españoles tomaron dinero de los fondos estatales y se lo dieron a su secta favorita, que no rinde cuentas de cómo usará ese dinero: si será para comprarle un cáliz de oro a cada obispo, si pagará arreglos extrajudiciales en casos de pederastia, o si —quizá— será empleado para una función social verdaderamente benéfica.
Vuelvo y termino con el Dr. López, el ateo que ama a la Iglesia. Dice López que fue a misa y se sintió “parte de algo más grande […] que sosiega la respiración y atempera el pulso, sin necesidad de lapidar a nadie”, y que por eso votará por ese “espíritu de paz y concordia”. Desconozco si existe un nombre para esta clase de ateos que no quieren serlo; a ellos los entiendo, siempre que no caigan además en la ceguera ante lo obvio. También a mí me gusta entrar a una vieja iglesia y admirar su arquitectura, sentarme en silencio, estudiar las caras de los creyentes, participar en (lo que parece ser) un instante de serenidad. Pero nunca sería tan estúpido de recomendar que el dinero que debería usarse para dar de comer a los pobres o a mantener escuelas sea desviado para pagar la construcción de templos, el proselitismo o la caridad selectiva. Y mucho menos hablaría de paz y concordia en referencia a una religión que hace todo lo posible por quitarnos derechos, sea que seamos mujeres, homosexuales, enfermos terminales, no creyentes o simplemente no católicos. El objetivo de la Iglesia es y siempre será el mantenimiento de su poder terrenal; su permanencia en el tiempo lo atestigua.