Se ha construido a nivel mediático una distinción entre musulmanes “moderados” y “radicales”, donde la palabra radical es rápidamente sustituida por “fundamentalista”, “integrista” u “ortodoxo”, sinónimos todos de retrógrado y de fanático. Los "moderados" serían aquellos que abogan por la adaptación plena del islam a la modernidad occidental.En realidad, si bien los medios occidentales han hecho un verdadero chiquero terminológico, sociológico, histórico, etc., con el islam, el público occidental tiene bastante claro el concepto básico. Musulmán moderado no es aquel que aboga por adaptar el islam a Occidente; es aquel que no sale a la calle ululando con un Corán en una mano y un AK-47 en la otra pidiendo la cabeza de algún infiel, sino que se queda en su casa, quizá deplorando esas manifestaciones de sus correligionarios pero en modo alguno denunciando como bárbaro y falso el Libro o la tradición que aprueban esa violencia. Si los musulmanes moderados realmente quisieran adaptar el islam a la modernidad, siendo mayoría ellos y no los extremistas, es de esperarse que algo así ya estaría en marcha, pero obviamente no es así.
El artículo sigue explicando que “integrista” no es una mala palabra y que un musulmán no puede no ser íntegramente musulmán. Integrista significa íntegro, lo contrario de hipócrita o doblez. El fanático es el que ha hecho de su religión un ídolo y lo usa como barrera contra la diversidad. La diversidad, el reconocimiento de la variedad del mundo que nos obsequia Alá, es un mandato. Y así sigue, en lenguaje académico con todos los indicios de querer amedrentar al lector con polisílabos.
Y es muy bello, salvo por el hecho de que no es cierto. Para que sea incorrecto transformar una religión en un ídolo (o dios falso), la religión tiene que ser sólo un medio para un fin superior, para llegar al verdadero dios. Si este dios no existe, si la religión es quien lo crea para poder sustentarse, entonces la religión es un medio para otra cosa: un instrumento de poder, sometimiento, violencia, preservación del statu quo o subversión de un statu quo desfavorable, según convenga, o bien termina siendo un fin en sí mismo, dogma puro o superstición para pasar el rato, costumbre reproducida e impuesta como cosa natural. En el mundo real, donde no es evidente (ni mucho menos) que exista ningún dios, la religión siempre es alguna de estas cosas.
El artículo hace distinciones correctas y valiosas; por ejemplo, que los movimientos integristas no son necesariamente tradicionales; el fanático wahhabismo de Arabia Saudita, por ejemplo, es una innovación, no una vuelta a las bases (fundamentalismo). Además, ciertas categorías son meras trasposiciones del cristianismo al islam, forzosamente distorsivas. Eso es interesante para el sociólogo y el historiador, quizá para el que filosofa buscando una solución a mediano plazo para lidiar con el fanatismo religioso, pero no para el ciudadano común ni para las políticas estatales que deben proteger las libertades de todos y su seguridad. Nadie dice que los musulmanes sean todos iguales, pero tampoco ayuda que un académico musulmán con aires de superioridad venga a marcar distinciones y a explicarnos que nosotros, pobres infieles, no entendemos nada. (Cuando los medios reportan un accidente de tránsito grave, hablan de muertos y heridos antes que de las marcas de los automóviles, de su color o de su antigüedad, porque esas cosas son irrelevantes.)
El párrafo sobre la Edad Media supura pseudohistoria:
Sin embargo, para la prensa un integrista es alguien que quiere devolver el mundo a la Edad Media, época de la cual se tiene una imagen pre-fabricada. ¿De que Edad Media se trata, de ese momento en el cual París era un lodazal y Córdoba tenía un millón de habitantes y unas bibliotecas con miles de volúmenes que se perdieron para siempre? Cuando oímos el término “Edad Media” como sinónimo de oscurantismo no podemos dejar de sorprendernos, ya que esa época representa el periodo de máximo esplendor cultural de España. En este y otros casos el colonialismo intelectual es evidente.Es cierto que en la época de esplendor de Al-Andalus la cultura y la ciencia florecían bajo los invasores árabes de la península ibérica, mientras que languidecía bajo el cerrojo totalitario de la Iglesia en el resto de Europa. También es cierto que en Al-Andalus había esclavos (traídos en gran cantidad de los mercados internacionales), y los cristianos y judíos eran dhimmi, ciudadanos de segunda que debían pagar dos impuestos extra, vivir en barrios aparte y no podían ocupar cargos políticos. Hoy en día, Europa ha dejado atrás su vergonzosa Edad Media, pero ciertos musulmanes todavía se sienten indebidamente orgullosos de la suya.
Nota final: ¡recuerden que el 20 de mayo es el Día de dibujar a Mahoma!
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