Atención creyentes: ninguno de ustedes puede decir que no está dispuesto a morir por su fe. Palabras más, palabras menos, el martirio es la mejor forma de culminar una vida de servicio a Cristo, y no sólo eso: cuando uno acepta que morir por su religión está bueno, se le abren "perspectivas nuevas y estimulantes". Esto lo dice el Cardenal Josef Tomko, Prefecto Emérito de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, que desde luego no tiene la más mínima chance de convertirse en mártir sentado en su despacho en el Vaticano, pero bueno, hay que dejar lugar a los jóvenes, ¿no?
Al leer esta atroz y enfermiza pieza de teología (¡y de uno de aquellos que después hablan de la "cultura de la muerte" y se llaman "pro-vida"!) me vino enseguida a la mente una frase que Umberto Eco, en El nombre de la rosa, pone en boca del monje franciscano Guillermo de Baskerville, advirtiendo al novicio a su cargo: "Témele a los profetas, Adso, y a aquéllos que están listos para morir por la verdad, ya que como regla general hacen morir a muchos otros con ellos, frecuentemente antes que ellos, y a veces en lugar de ellos."
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