En medio del infernal calor de este fin de noviembre, sigo con cierta alarma las evidencias de cómo nuestra Madre Patria lucha por liberarse de los grilletes de la Iglesia Católica, que le vienen de lejos y que hemos heredado. El asunto es ya una guerra declarada entre una Iglesia bocona, impertinente y antidemocrática que no se ha conformado nunca con la pérdida de los privilegios que el Generalísimo Francisco Franco le dio, y un partido gobernante y una sociedad que ya están hartos de que la laicidad del estado español esté sólo en los papeles.
Primero fueron los pedidos de apostasía y el rechazo de la Iglesia Católica a conceder el abandono de sus fieles, y más tarde el borrado de los apóstatas de sus registros de bautismo, lo cual llevó a una discusión legal que según creo todavía no terminó. Y es que, como en Argentina y tantos otros países donde los católicos lo son sólo de nombre en un 90% de los casos, en España la iglesia siempre juega la carta de la mayoría numérica para justificar su constante interferencia en las decisiones de estado.
Aquí discutimos cosas como la educación sexual y el aborto; en España, zanjadas (mal) estas cuestiones, se pelea por principios abstractos pero que no dejan de ser importantes. He aquí donde aparece el último casus belli: los crucifijos en las escuelas y otros lugares públicos. La Iglesia quiere que sigan ahí, la izquierda y las ONGs laicas quieren sacarlos. ¿Una tontería? Quizá, pero considérese el contexto: mientras la Iglesia furiosamente denuncia persecución, "totalitarismo laicista", "nihilismo anticristiano" y quién sabe cuántas barbaridades más, sigue celebrando misas por Franco, pretendía homenajear con una placa en el Congreso a una monja (una tal Sor Maravillas) cuya única virtud fue crear una orden religiosa ultraconservadora y opuesta al Concilio Vaticano II, sigue peleando una ofensiva total contra una materia escolar que denuncia la discriminación a las minorías sexuales, y Benedicto XVI beatifica por montones a sacerdotes sólo porque fueron "mártires" de la Guerra Civil que Franco inició, mientras que los sacerdotes que Franco mandó matar no figuran en ninguna parte.
Y la verdad que todo esto es un poco preocupante cuando ocurre en un país del Primer Mundo (excepto en Estados Unidos, que para nuestros fines podemos considerar otro planeta...). Pero esta alerta fue motivada por la que debe ser el uso más hipócrita de una frase hecha en la historia reciente. De parte de Braulio Rodríguez, arzobispo de Valladolid: "En una cultura como la cristiana, el crucifijo no va a herir a nadie… ya que la Cruz es un signo de amor y paz".
Dígaselo, señor arzobispo, a los millones de personas que han muerto por causa de la Cruz, en guerras encabezadas por la Cruz. Dígaselo a los miles y miles cuya última visión fue la Cruz en manos de uno de sus sacerdotes, entre las llamas de la hoguera o sentados al garrote. Dígaselo a los que, en España, en Argentina y en todos los muchos lugares donde la Iglesia ha apoyado a los dictadores más tenebrosos, vieron a la Cruz bendiciendo a quienes los torturaban.