El Rev. Francis Spirago recuerda a los fieles que, de acuerdo con la enseñanza del Papa Pío XII en [la encíclica] Humani Generis, “la Iglesia no prohíbe la teoría de la evolución, porque la fe católica sólo nos obliga a creer que el alma es inmediatamente creada por Dios. Sin embargo, uno no puede ir demasiado lejos y actuar como si el origen del cuerpo humano a partir de la materia viva y preexistente estuviese completamente demostrado por los hechos descubiertos hasta hoy, como si no hubiera nada en las fuentes de la revelación divina que reclamara una gran reserva y precaución en esta controversia” (The Catechism Explained, cap. 5)
Pío XII insistía en que, sin importar cuánta investigación se lleve a cabo sobre el asunto de la evolución, los católicos deben creer que 1) en virtud de su alma, el hombre es esencialmente superior a los animales; 2) la primera mujer fue derivada de alguna manera del primer hombre; 3) es imposible que el padre inmediato del hombre haya sido algo diferente de un ser humano; es decir, es imposible que el primer hombre haya sido el hijo de un animal.El católico no sólo está obligado a creer que el hombre fue creado por un milagro divino, sino también que el primer ser humano fue macho, que la mujer fue creada “de alguna manera” a partir de él, y además, que esos dos primeros seres humanos son los únicos antecesores comunes de toda la especie humana.
Sobre esto último hay que aclarar que el poligenismo (del que se dice que es “contrario al Magisterio de la Iglesia”) es la hipótesis de que el hombre desciende de varias especies o variantes separadas de homínidos. El hecho de que esté desacreditada actualmente, por otra parte, no indica que el Magisterio tenga razón y que haya habido literalmente un Adán y una Eva, por el simple hecho de que la especie humana no tuvo un principio definido, como no lo tiene ninguna otra: no hay una primera pareja, ni una primera población, porque los organismos evolucionan sin discontinuidades; sólo en retrospectiva podemos identificar linajes separados, y eso con la gran ayuda que representa el hecho de que la mayoría de nuestros parientes más cercanos se extinguieron. No hay ninguna razón a priori para que no exista un continuum de especies de primates entre las ramas del chimpancé y del hombre. El Magisterio de la Iglesia no concuerda con el poligenismo pero tampoco con el monogenismo, hipótesis científicamente aceptada hoy, porque no tiene punto de contacto con la realidad observable.
La encíclica Humani Generis sólo tiene 60 años. En 1950 todavía no se había descrito el ADN ni teníamos, como tenemos ahora, la abrumadora evidencia de que el Homo sapiens es un primate como los demás en su fisiología, su constitución genética y también su psicología y comportamientos generales. La Iglesia no ha revisado su posición, pero se ha sumido en un prudente silencio, mientras los niños educados en escuelas católicas siguen aprendiendo la absurda fábula de Adán y Eva, mientras a los mayores se les aclara que “sólo son metáforas”.
Pero si Adán y Eva son metáforas, la especie humana no desciende de una pareja especialmente creada por Dios, sino de una población de animales irracionales sin alma; la doctrina del pecado original se derrumba, y con ella caen la explicación del mal en el mundo, la necesidad de la expiación por parte de Jesús, la justificación del sacramento del bautismo y toda la armazón teológica desde la expulsión del Paraíso hasta el Apocalipsis. No nos extrañemos de tanta reserva…