La santidad de Juan Pablo II no se basa en haber sido Papa ni en haber sido popular y querido por todos -o casi todos-, sino por haber vivido con heroicidad las virtudes cristianas día a día.¿Y cuáles son esas virtudes? Las describen quienes participaron en el proceso de beatificación:
“Era un verdadero hombre de fe. […] La oración le venía espontáneamente a la boca. Su amor al Salvador era evidente… [Y]o personalmente lo encontraba con frecuencia postrado por tierra ante el Tabernáculo o en su despacho, y lo mismo todas las noches durante sus viajes apostólicos.”
“Prácticamente rezaba siempre, puedo decir que estaba inmerso en la oración… Cuando aparecían problemas difíciles, iba a rezar a la capilla.”
“[C]onfiaba en la acción del Espíritu Santo en el mundo y abandonaba todo en las manos de la Madre Santísima… [A]nte las noticias adversas que le llegaban reaccionaba con la oración, poniendo todo en las manos de Cristo.”
“[C]ada tarde salíamos al jardín a rezar juntos el rosario. Al acabarlo, el siervo de Dios me pedía que me alejase y se acercaba a la estatua de la Virgen de Lourdes. Yo me alejaba, pero desde lo lejos veía cómo se quedaba rezando, al menos media hora….”
“Vivía en oración, desde la mañana pronto hasta la noche, se puede decir. Por la tarde, acabado el trabajo, iba a la capilla. Iba a visitarle antes de las audiencias y cuando volvía de ellas. Si se despertaba por la noche, iba a la capilla. Durante la jornada entraba con frecuencia en la capilla, por no hablar de la hora de adoración eucarística diaria, que nunca dejó.”
“En una ocasión… encontré al Papa en la capilla, de rodillas en el suelo y junto a él un joven en silla de ruedas, se veía que estaba gravemente enfermo. Estuvieron una media hora rezando juntos, y al acabar el Papa se levantó, se quitó una cadena que llevaba en el cuello y se la puso en el cuello del joven.”
“Nunca destinó dinero para su uso propio, era un hombre totalmente pobre, no aceptaba ni siquiera la paga que destinaba a la diócesis. Solamente usaba de lo que le daban por los artículos y los libros y eso lo usaba para obras de caridad.”Aparte de la amabilidad con los enfermos y la caridad material incidental, virtudes que módicamente podemos esperar de cualquier persona (y la caridad especialmente cuando uno no tiene que trabajar para comprar los objetos de oro y plata que lleva puestos), lo que más sobresale de la lista de testimonios recogidos por el sacerdote, lo que él recomienda implícitamente imitar, son dos pseudo-virtudes cristianas: la fe ciega y la pobreza.
Lo que hace de Juan Pablo II un modelo para los católicos no es —no debe ser, según este sacerdote que aparentemente sabe de qué habla— su acción efectiva en el mundo: ni su diálogo con otras religiones, ni su oposición a las guerras, ni su capacidad para llevar consuelo a las multitudes. Lo que debe imitarse es la sumisión, el postramiento repetido y compulsivo, el abandono de la razón y el sentido común, y el rechazo de lo material: no sólo vestimenta u objetos suntuarios, sino también la salud material, el cuidado del cuerpo (¿qué bien le puede hacer al cuerpo de un hombre mayor arrodillarse o postrarse durante horas frente a una imagen?). Se menciona también un encuentro con el Padre Pío, otro santo que adquirió su fama en gran parte debido al hecho de que sufría de dolorosos estigmas, y de cómo Juan Pablo II sólo quiso hablar de los estigmas y quiso saber cuál de todos le dolía más…
En nuestra cultura, los santos suelen ser popularmente referidos como modelos, o al menos, como personas excepcionalmente buenas. Juan Pablo II quizá haya sido una persona buena en muchos sentidos, pero incluso dejando de lado todo el daño que la influencia de sus políticas hicieron en el mundo, es dudoso cómo puede ser presentado para un modelo para personas sanas, funcionales. En este sentido no es muy distinto de la mayoría de los santos (o de las figuras ficticias que pasan por santos reales en gran parte de la hagiografía cristiana no contemporánea).
La iglesia siempre ha tenido una idea muy funcional de las canonizaciones. Los fundadores de órdenes religiosas casi siempre acaban canonizados, para que los miembros de esas órdenes tengan una figurita que poner a la entrada de sus conventos. (Maciel, de momento, se ha quedado sin coronita por culpa de la prensa, pero ya se verá). Y también se nombran reyes y figuras políticas siempre a condición de que se hayan destacado en defensa del poder y la influencia de la iglesia. Los verdaderos "santos" en el sentido popular de personas ejemplares y buenas, están fuera de los altares. Siempre pongo el ejemplo de Vicente Ferrer, que para poder ser bueno tuvo que abandonar el sacerdocio.
ResponderEliminarSolo como "nota" a tu línea: " un beato, es decir, casi un santo, un hombre tan cercano a Dios que hasta puede hacer milagros si uno le reza."
ResponderEliminarUn beato no hace milagros incluso ni un santo o la "virgen" los realiza; según la teología católica -aunque tristemente muchos católicos sí creen que el santo/beato hace milagros y no -como lo dice el catecismo- intercede ante dios por su petición.
Saludos y ojalá podamos seguir en contacto =)
Eso de que los santos interceden es aun más absurdo que pensar que los milagros los hacen ellos mismos. Me imagino a dios padre omnipotente pensando: "jo, este tío ha sido siempre un canalla, pero claro, me pide un milagro a través de san Timoteo y no me puedo negar porque a san Timoteo necesito tenerlo de mi parte". Recuerda a un jefe mafioso o a un señor feudal, será de aquella época lo de la intercesión.
ResponderEliminarYo solo menciono "la doctrina oficial" de la Iglesia Católica; si es absurda o no la idea, bueno, eso ya es "otra historia".
ResponderEliminarSaludos.
Al margen si les caen bien o no los Santos, me gustaría que respeten a DIOS sea cual fuese su religión de las personas mundanas ese nombre no se escribe con minusculas es con MAYUSCULAS
ResponderEliminar