Juan Pablo II junto a un político católico chileno |
Poco habría que agregar a esto si se tratase de una ceremonia interna a la Iglesia. Pero como Juan Pablo II fue popular (y también, especialmente, popularizado) como defensor de grandes causas y valores que exceden el catolicismo, es quizá ilustrativo para nosotros, los no creyentes, pararnos a ver qué tanto revuelo causó esta persona excepcional. Que lo fue, sin duda: un actor en su juventud, atleta hasta su madurez, admirable políglota, alto dignatario de la monarquía más antigua del planeta, viajero incansable y carismático propalador de doctrina.
Los católicos de derecha le celebran haber sido fundamental en la caída del comunismo ateo en su Polonia natal y en Europa del Este en general, mérito sin duda exagerado, y la reafirmación de la doctrina dura sobre el lugar de la familia cristiana como procreadora incansable y sin recurso a la anticoncepción. Los de izquierda, o al menos, los de esa mescolanza ideológica y teológica que se llama a sí mismo catolicismo progresista o de izquierda, le reconocen su ecumenismo y su apertura a la diversidad religiosa del mundo. Cada campo odia y olvida (en ese orden) lo que le agrada al otro.
Juan Pablo II con Marcial Maciel |
La derecha tiene menos trabajo, hay que decirlo, ya que por mucho ecumenismo que mostrara Juan Pablo II, fue él quien suscribió la declaración Dominus Iesus, de la pluma de su teólogo favorito, Joseph Ratzinger, reafirmando la doctrina de que sólo la pertenencia a la Iglesia Católica y la sumisión a su jerarquía garantiza la salvación (Dios hará excepciones, si quiere, pero nada lo asegura). El creyente conservador occidental también debe perdonarle su rechazo a la pena de muerte y a la invasión de Iraq, cosa que no es demasiado difícil dado que dicho rechazo no fue acompañado de directivas doctrinales, por lo que ningún católico de los muchos que participaron en la matanza de iraquíes se dio por aludido. Los demás deben olvidar su apoyo al siniestro Opus Dei y la canonización de su fundador, su inacción ante los casos de pederastia y abuso infantil en el clero (incluyendo la protección de su amigo el abusador serial, extorsionador y plagiario Marcial Maciel), y por supuesto toda su trayectoria en contra de los derechos sexuales y reproductivos, desde la prohibición absoluta del uso de preservativos (causa de incontables infecciones por HIV) hasta la reafirmación de la doctrina absoluta contra el aborto, junto con su apoyo a los gobiernos conservadores que implementaban esas políticas (como el del presidente argentino Carlos Menem, impulsor del Día del Niño por Nacer y condecorado por el Vaticano mientras el país, bajo un gobierno ultracorrupto, se sumía en una pobreza inenerrable).
De todas formas, parece ser que nada de esto cuenta para la beatificación de Juan Pablo II. Siguiendo su larga tradición de valorar los rasgos que alientan la fe y la devoción en lo sobrenatural más que las meras acciones reales en el mundo físico, la Iglesia no cuenta con los méritos de Juan Pablo II sino que requiere, para empezar, que haya hecho milagros: al menos uno para ser beatificado, al menos dos para ser canonizado como santo. Dado que los milagros son fáciles de encontrar cuando uno los busca y desea hallarlos, a los dos meses de la muerte del papa polaco una monja francesa que le había rezado se curó, según los médicos católicos, del mal de Parkinson que supuestamente padecía hasta entonces. Podemos estar seguros, mis queridos lectores, de que Juan Pablo II es un santo y de que el segundo milagro necesario para certificarlo será descubierto pronto. Aunque no demasiado pronto: el millón de personas que van a ir a gastar su dinero a Roma este fin de semana necesitarán tiempo para recuperarse y juntar más dinero.
Tengo pensado escribir alguna cosita más sobre el futuro beato. Entretanto, más para leer:
- Juan Pablo II, una beatificación y un milagro discutidos: incluso a algunos católicos les cuesta digerir lo de proclamar beatos y santos a base de curaciones mágicas.
- Las virtudes de Juan Pablo II, que nos muestra qué clase de “virtudes” prefieren los católicos tradicionales en sus figuras veneradas.
A mí me parece bien que se haga santo a Juan Pablo II, como se hizo a Escrivá de Balaguer, porque son personas conocidas de cuyo comportamiento privado no cabe dudar, esto tienen un manto de sospecha sobre tantos santos de los que creíamos que eran buenos solamente porque no nos habíamos parado a pensarlo. Pero ahora sabiendo qué tipo de personas pueden llegar a ser santos en la iglesia católica, podemos preguntarnos por muchos otros que les han precedido y darnos cuenta de que no es el comportamiento virtuoso el que acarrea la santidad, sino el servicio a la iglesia: incrementar su poder o su influencia, sin importar cuál haya sido su comportamiento personal, en muchos casos deplorable. Más aun, las personas buenas suelen acabar apartadas de la iglesia (ahora, porque en la edad media probablemente solían acabar quemadas).
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