Pakistán es un ejemplo de cómo el islam envenena a una sociedad. El islam, a su vez, es para el cristianismo en particular un espejo donde contemplarse y reflexionar sobre los frutos de implementar leyes que castigan “crímenes” como la blasfemia. La Iglesia Católica viene pidiendo, por los canales políticos habituales, que se anule la ley anti-blasfemia pakistaní, que ya ha sido causante de persecución y muerte de muchos cristianos en ese país. Pero sus argumentos son huecos, porque no apuntan al corazón de la cuestión, que está cerca, demasiado cerca, del propio corazón de la intolerancia cristiana.
Rimsha Masih es hija de padres cristianos (siguiendo la atinada y repetida recomendación de Richard Dawkins, no diré que es cristiana: no lo es, no tiene edad para discernir eso; sólo pertenece a una familia cuyo padre se dice cristiano) y creo que no es muy cínico de mi parte suponer que es por eso que el cardenal Jean Louis Tauran, Presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso, aparece en los medios defendiéndola. (Los musulmanes de distintas sectas suelen acusarse de blasfemia y matarse entre sí, o matar a hindúes o a judíos, pero ningún cardenal católico deplora esas muertes.) Pero Tauran yerra al blanco.
No es asunto de importancia que la niña tenga síndrome de Down o algún tipo de retraso madurativo o cognitivo. No es asunto de importancia que no sepa leer ni escribir. Tampoco es si quemó el Corán, si lo hizo a propósito, si quemó más o menos hojas. No hay necesidad de “comprobar los hechos” o de tener cuidado al afirmar que “un texto fue objeto de burla”. Aunque la niña hubiera usado el Corán para limpiarse el culo, la ley de un país civilizado no tendría nada que hacer al respecto.
Hay que decir que otros jerarcas católicos han pedido, en otras ocasiones, que se anule esta ley contra la blasfemia y otras similares, como la de Nigeria. Mientras tanto, sin embargo, también hacían lobby a favor de una ley antiblasfemia en Irlanda y de la aplicación de la ley de “ofensa a los sentimientos religiosos” a Javier Krahe por su “Cristo al horno”, lo cual debilita un tanto sus propios argumentos. Que una ley castigue la blasfemia o la profanación o la ofensa a las cosas sagradas con la muerte o con una multa es irrelevante en este punto.
“Parece imposible que la niña mostrara ningún desprecio por el libro sagrado del islam”, según Tauran. Pero ése no es el punto, cardenal. Podríamos creer que estas palabras son un intento honesto de encontrar un resquicio para que Rimsha se salve, si el Vaticano, para el cual trabaja el cardenal, no se aliara con las teocracias y dictaduras islámicas en los foros internacionales donde se discute la libertad de expresión y de religión. Desde aquí, la verdad, no se los ve muy honestos en su lucha por una verdadera libertad religiosa.
¡Recuerden que el 30 de septiembre es el Día de la Blasfemia!
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