En el servicio de noticias de la BBC encontré un punto de vista sobre este fenómeno. Se trata de la opinión de Rod Dreher, un cristiano conservador, que achaca toda la culpa al hecho de que el cristianismo se está haciendo más progresista y liberal, alienando así a los que buscan dogmas duros y arbitrarios, obediencia ciega y sacrificio (la evidente conexión religiosa de los atentados del 11-S, la explosión mediática de los Nuevos Ateos, los abusos sexuales en la Iglesia Católica y todo lo demás no parece tener importancia para él). Aunque equivocado, quizá, en su énfasis, no me parece desacertada su caracterización de cierta religiosidad moderna que se aplica no sólo a Estados Unidos sino —en mi experiencia— a una buena parte de la juventud urbana latinoamericana.
Este abandono rápido y extendido del cristianismo institucional por parte de los jóvenes es el primer fruto de lo que los sociólogos Christian Smith y Melinda Lundquist Denton denominan “deísmo moralista terapéutico” (DMT). Según el estudio de Smith, el DMT es la religión por defecto de casi todos los jóvenes estadounidenses (…).Como creyente, claro está, no podía dejarlo así, y a continuación estropea su razonamiento regodeándose de manera apenas disimulada en el futuro sombrío que nos espera, a ateos y tibios por igual, cuando nos demos cuenta de que vamos a sufrir y morir y que no tenemos la “esperanza ultraterrena” que sólo Dios™ puede darnos.
El DMT enseña que Dios existe y quiere que seamos buenos, y que la felicidad es el objetivo de la vida. En el DMT, Dios, que es “algo así como una cruza entre Mayordomo Divino y Terapeuta Cósmico”, no tiene por qué estar involucrado en la vida de uno, a menos que uno necesite algo.
Es la pseudo-religión perfecta para una cultura individualista, consumista y próspera. Así se entiende cómo es que una generación criada con el DMT no tenga interés en la religión tradicional, con sus proclamas de verdad y sus exigencias. (…)
El futuro religioso posmoderno de Estados Unidos, entonces, parece pertenecerle a perezosos teológicos que creen en una deidad mal definida que no exige nada y que sólo brinda comodidad psicológica. ¿Quién necesita algo tan pobre? Al menos los ateos tienen el coraje de su falta de convicciones religiosas.
En posteriores artículos seguiré comentando esta encuesta y las repercusiones que pueda tener.
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