miércoles, 18 de septiembre de 2013

El debate de la educación laica (parte 4)

Continúo aquí con el tema de mi post anterior, y termino con mi comentario acerca del debate sobre la educación laica que se dio en la provincia de Mendoza y que fuera reproducido por el diario MDZ, poco antes de que se declarara la inconstitucionalidad de la inclusión de dos celebraciones católicas en el calendario escolar.

Ya mencioné cómo el obispo auxiliar de Mendoza, Sergio Buenanueva, intentó cambiar el eje de la discusión redefiniendo laicidad como libertad religiosa, a la manera sofística típica de su gremio.

El otro argumento que utilizó Buenanueva para introducir la religión en la escuela pública es el también típico recurso a la importancia del “hecho religioso”. Es cierto que los niños viven en una cultura predominantemente religiosa y que suelen tener preguntas o inquietudes con respecto a temas religiosos (o temas de los que la religión pretende ocuparse, como el fin de la enfermedad o la muerte o la supervivencia del alma), preguntas que una escuela laica de laicidad “negativa” no responde. Pero ¿es necesario? ¿Hasta qué punto puede o debe la escuela responder esas preguntas, siendo que debe evitar por todos los medios responder de manera distinta a la de la religión de los padres, para no violar sus derechos?

Es posible pensar en una escuela que incorpore el “hecho religioso” de manera estrictamente antropológica, objetiva, neutral, pero en la práctica esto es inviable en Argentina. Cualquier cosa más allá, por otro lado, implicaría una intromisión del estado que ningún padre debería tolerar, aunque aquí llegamos a un punto donde simplemente tratamos con diferentes visiones. La Iglesia Católica considera que la educación religiosa es patrimonio de los padres y que el estado tiene la obligación de aceptar que éstos la deleguen en él. Los laicistas estamos en desacuerdo. Que el estado acepte esta imposición abre la puerta al adoctrinamiento encubierto y a otros abusos, y en el caso particular del catolicismo argentino, es de una desfachatez absoluta dado el inmenso poder económico de la Iglesia, que cuenta con instituciones de sobra para instruir a los hijos de los fieles, las cuales reciben además generosísimos subsidios de los estados nacional y provinciales.



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