Como les vengo contando, el próximo sábado (14 de septiembre) se realizará en la ciudad de Mar del Plata la Marcha Nacional por un Estado Laico. En mis últimos artículos he querido explicar mi apoyo a la misma, mencionando la necesidad de terminar con los privilegios legales y económicos de la Iglesia Católica y en particular el fomento estatal de la educación confesional. Aquí termino con un punto algo más delicado.
La Marcha por un Estado Laico convoca también a luchar por un país “con memoria, verdad y justicia”, lema que quizá resulte extraño por ajeno o demasiado genérico a quienes no conozcan la historia argentina. Lo cierto es que la presencia abrumadora, opresiva, de la Iglesia Católica en las instituciones oficiales, y los privilegios de los que goza, han formado desde siempre un escudo contra los esfuerzos de quienes buscan revelar sus fallas, sus componendas con el poder político y sus complicidades criminales. La Iglesia, en parte merced a sus privilegios, ha penetrado en la academia, influye en la justicia y la política, y se protege así de investigaciones que podrían dañar su imagen e incluso llevar a sus dirigentes a la cárcel.
Todas las dictaduras que han gobernado este país (y han sido unas cuantas) han contado con el apoyo de la Iglesia Católica; la última, que fue la más sangrienta, tuvo además a la Iglesia como justificadora, como confesora y como cómplice de torturas, desapariciones forzadas y adopciones ilegales de niños. Mucho de lo que los jerarcas eclesiásticos sabían se lo han ido llevado a la tumba mientras la justicia, temerosa o aliada, miraba hacia otro lado. Cuando Jorge Mario Bergoglio, a la sazón arzobispo de Buenos Aires, fue llamado a declarar como testigo en una causa judicial por robo de bebés, el hoy fingidamente humilde papa de la Iglesia Católica se negó a ir al juzgado, alegando un privilegio con resabios de nobleza, y debió tomársele declaración en su despacho episcopal. La pérdida real y simbólica de privilegios de la Iglesia que acarrearía un estado laico pondría a los que aún pueden hablar en plano de igualdad con ciudadanos comunes (ya no a Bergoglio, lamentablemente, puesto que su condición de jefe de un estado extranjero lo hace diplomáticamente invulnerable).
No puedo estar en Mar del Plata este sábado 14, pero quienes puedan hacerlo, harían bien en ir, o en su defecto, en difundir este evento.
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