Tenemos aquí en Argentina un impresionante culto a San Cayetano, versión local de Gaetano di Thiene, el patrono del trabajo. En Liniers, Buenos Aires, hay un santuario donde la gente se acerca a pedir trabajo (que nunca sobra) y a agradecer cuando lo obtuvo (que no es frecuente). Su día es el 7 de agosto, y este año, como de costumbre, hay centenares de personas acampando desde hace días, como preparación para ponerse en una fila y esperar hasta 15 horas para tocar al santo (o más bien, al vidrio que protege la estatua de yeso que lo representa). Entretanto, los numerosos vendedores del merchandising del santo (estampitas, velas, espigas de trigo artificiales y otras chucherías) hacen, como quien dice, su agosto.
Hace un par de semanas que un frente de aire frío proveniente de la Antártida está pasando sobre Argentina. En la Ciudad de Buenos Aires no ha nevado, pero toda la zona central del país ha sufrido días y días con heladas matinales y temperaturas bajo cero. Pero los fieles "tienen un compromiso interno con San Cayetano así que soportan lluvias y fríos sin ningún problema", según el cura del santuario. No parece que la pesadilla epidemiológica de cientos de peregrinos, muchos de ellos gente de edad, amontonados en carpas o a la intemperie en pleno invierno mientras se teme por un segundo pico de contagios de influenza A, le provoque ningún temor. La única medida de precaución anunciada es la provisión de alcohol en gel para los fieles que entren al templo. ¿A qué santo habrá que rezarle para curarse de la gripe?