La desafortunada frase cayó como anillo al dedo para las agencias de desinformación católica ansiosas por demostrar que la fecundación in vitro es inmoral, no sólo porque involucra seleccionar y desechar embriones, sino porque transforma al ser humano en un producto. Gloria Adaniya, de la organización “pro-vida y familia” CEPROFARENA, dijo:
“Nadie puede diseñar un tipo de bebé porque no se está hablando de objetos sino de vidas humanas. El ser humano, es un regalo de Dios y es un regalo del matrimonio, y no estamos en condiciones de estar eligiendo cómo debe ser.”(Les dejo un momento para leer y saborear bien el oscurantismo fanático de esta contundente declaración, que tira por la borda siglos de medicina y ética en favor de un fetichismo salvaje como lo es la teología.)
La frase sobre el “producto fallado” se le puede perdonar al padre por tratarse de un momento de ofuscación, pero queda la pregunta. ¿Un ser humano puede ser tratado como un producto? La respuesta no se puede dar si no nos paramos antes a definir términos y marcar límites.
Hay una postura esencialista, generalmente proveniente de dogmas religiosos pero también posible fuera de ellos, que mantiene que hay una esencia abstracta, una humanidad, que se encuentra en cada uno de nosotros y que preexiste a la autoconsciencia y a la formación del cuerpo físico. Para los cristianos, la persona existe desde la concepción —obviando la dificultad de decidir cuándo es eso, ya que se trata de un proceso y no de un instante discreto— y además es querida por Dios desde el principio. Hay una postura contraria, a la que suscribo y que es probablemente la de la mayoría de los no creyentes, que mantiene que no hay tal esencia humana abstracta sino que la persona se va construyendo gradualmente según las leyes conocidas de la física y la química y los procesos habituales, complicados pero más o menos bien descriptos, de la biología. En general los defensores de esta postura creemos que un embrión humano no es una persona y puede ser manipulado y destruido como casi cualquier otro conjunto de células; la personalidad, la humanidad, está en él sólo en potencia y no preexiste a la formación de un cuerpo humano viable y de la autoconsciencia que nos distingue del resto del reino animal.
La postura esencialista es una creencia incomprobada e incomprobable. La otra postura no es su opuesta sino más bien su antecesora prudente. Es sencillo comprobar que un embrión no tiene ninguna de las características que asignamos (y por las que distinguimos) a las personas. No tiene sentidos ni consciencia de sí, no tiene órganos diferenciados, no tiene un cerebro desarrollado y en funciones, no tiene voluntad. Tiene un determinado ADN y una tendencia fisicoquímica a determinados cambios que, con cierta probabilidad, lo llevarán en un futuro a transformarse en una persona. Esta última característica (su orientación hacia un “objetivo” final identificable como una persona humana) es condición necesaria, aunque de ninguna manera suficiente, para que la idea esencialista pueda plantearse. Si un embrión “humano” pudiera transformarse en cualquier cosa, la idea de que un embrión es (esencialmente o metafísicamente) una persona desde la concepción sería ridícula.
Pero lo cierto es que un embrión sí puede transformarse en cualquier cosa, y de hecho lo hace: se transforma en seres humanos completamente distintos uno de otro (o bien, con frecuencia, muere antes). No hay una manera “científica” de determinar si un organismo dado es un ser humano; no hay un molde fijo, no hay un “ADN humano”. Cada uno de nosotros es distinto de los demás a nivel genético. Nos reconocemos unos a otros como personas por aproximación, no por el vislumbre de una esencia —no quiero decir alma— innata a la humanidad. Nuestro ADN es similar, no igual, al de nuestros congéneres, pero también es similar al de los chimpancés, el de los gorilas, el de los orangutanes y el de los lirios del campo y el de las sanguijuelas, si bien en distinto grado; nuestra autoidentificación como especie es difusa, de índole estadística. Sólo el Homo sapiens ha sobrevivido en la Tierra de las muchas razas de homínidos que la han surcado incluso hasta tiempos geológicamente recientes; si hubieran sobrevivido, este fácil esencialismo no las tendría tan fáciles.
Todo lo anterior es, desde luego, una blasfemia del más alto orden contra la doctrina judeocristiana de la Creación, y una de las razones por las cuales se puede argumentar que la teoría de la evolución no es aceptada, no puede ser aceptada plenamente por ningún creyente de esa doctrina. Si el hombre no es especial y distinto esencialmente —no por la mera contingencia biológica— entonces Dios sólo ha elegido a un animal inteligente para Su Plan.
Esto viene a cuento de que el padre ofuscado porque su bebé nació con síndrome de Down no está equivocado. El “producto fallado” que le dieron no es el bebé, sino el embrión del cual se originó. Y es un producto porque no es esencialmente distinto (ni morfológicamente muy distinto, al microscopio) del embrión creado por fecundación artificial de un caballo o de una rana. Es un producto porque no es una persona, excepto para aquellos que definen persona como cualquier cosa que surja de la unión de un óvulo y un espermatozoide humanos. Deja de ser un producto cuando podemos reconocerlo como uno de nosotros, incluso aunque no esté del todo desarrollado. Un chimpancé adulto tiene muchas más características de persona humana que un embrión humano; recurrir, como hacen los pseudocientíficos católicos, a la semejanza del ADN, los hace culpables del reduccionismo vulgar que ellos mismos suelen denunciar. Una persona no lo es porque su ADN sea parecido al de las otras personas (y pasemos por alto la definición circular inherente aquí) sino por otros rasgos, más variados y más flexibles, que lo hacen similar a nosotros, a los que ya sabemos que somos personas. Con la paradójica postura esencialista-reduccionista de los católicos, llegamos al absurdo de que se considere una persona de pleno derecho a un organismo que no tiene cerebro ni sentidos funcionales, mientras que un organismo con la inteligencia de un niño de tres años, clara voluntad propia y muy posiblemente una autoconsciencia queda en pie de igualdad, a nivel legal y ético, con un mosquito.
Los padres de la niña a los que hace referencia la nota no pretenden que ella sea menos que una persona, o una persona fallada. Lo que dicen es que la clínica de fertilidad les dio un embrión con fallas en sus genes, entendiéndose por fallas a desviaciones de la norma que entran en el terreno de lo patológico, y que podrían haber sido previstas. (La clínica dice que se les ofrecieron los tests de rutina y no los aceptaron; la madre dice que nunca les ofrecieron nada: una disputa legal que no vamos a dilucidar aquí.) En nuestra sociedad consideramos personas de pleno derecho, a priori, a quienes tienen síndrome de Down (si su condición no les permite manejarse solos, tendrán un tutor, igual que cualquier otra persona en esa situación). No consideramos personas a los embriones en ningún sentido excepto —en casi toda América Latina— por la prohibición de destruir un embrión ya implantado en el útero. Equiparar una cosa con otra es un engaño y una apelación emocional de lo más ruin, y usarlo como propaganda para una visión del mundo oscurantista y antihumana es quizá la peor falta de respeto a la verdadera dignidad de la persona.
"recurrir, como hacen los pseudocientíficos católicos, a la semejanza del ADN, los hace culpables del reduccionismo vulgar que ellos mismos suelen denunciar"
ResponderEliminarEste punto creo que es importantísimo y yo lo aprendí luego de un debate que escuché entre PZ Meyers y otro chabón. La postura de que un óvulo fecundado es un ser humano es reduccionista en extremo y antes que darle "dignidad" al ser humano, le quita cualquier posibilidad de tenerla. Un ser humano ya no es un sistema complicado con deseos, emociones, sensaciones y toda la complejidad que es la condición humana, sino que resulta reducido a un mero conteo de genes; una secuencia de ADN. Es mi opinión que todo esencialismo es un reduccionismo por la simple razón de que trata de definir algo que es un sistema (más que la suma de sus partes) haciendo referencia a sólo una parte.
Por supuesto que la teología debe tener una respuesta larga, complicada y totalmente absurda para este planteo tuyo y mío, Daneel. Nuestras mentes materialistas y nuestra fría razón de tipo ingenieril no pueden abarcar ciertos misterios. :)
ResponderEliminarNo, en serio, el argumento "científico" más común contra el aborto (el que usan cuando lo de "asesinar niños" no funciona) es que "la ciencia" ha probado que el ser humano existe desde la concepción porque el cigoto ya tiene un juego de ADN completo, único en el mundo y distinto del de sus padres. Como si eso no se pudiera hacer en cualquier laboratorio (sobre todo si uno no se preocupa de que el producto sea viable).
Me pregunto si la iglesia que tanto cuestiona este tipo de práctica que es lo que hace con sus ciervos desobedientes. Tengo conocidos y familiares, católicos, que tuvieron que recurrir a la inseminación artificial. Pero esta claro que ellos no tienen ningún tipo de controversia moral respecto a lo que hicieron. Paradoja si las hay.
ResponderEliminarNo hay paradoja: la mayoría de los católicos ven más claro y más alla de los sofismas de los teólogos (incluyendo los teólogos disfrazados de científicos).
ResponderEliminarSí, es típico de los teólogos estirar o contraer el dominio de la ciencia cuando les conviene. Si la ciencia no necesita de dios, gritan "¡NOMA!" a los 4 vientos; si la ciencia prueba a dios, te tiran el NOMA por la cabeza.
ResponderEliminarEn este caso, la idea de El Comienzo de la Vida (TM) no es científico sino filosófico.
Me pregunto, ... en qué parte del ADN se aloja el código del alma.... XD XD XD
ResponderEliminarPues, un programa televisivo reporteril les dedicó bastante tiempo, con un "careo"- bueno mediante transmisión via microondas, no físico.
Me parecía una escena cortada de "Gattaca", pero en versión "chicha" (tercermundista peruana)