Dr. Jordi Valls (foto: Belén Díaz, ABC.es) |
Que el Dr. Jordi Valls, “uno de los más destacados expertos españoles en cuidados paliativos”, no haya recibido “nunca” un pedido de eutanasia por parte de uno de sus pacientes, es posible, aunque poco probable (sí, esto significaría que el Dr. Valls está mintiendo; ¿sería eso tan extraño?). Por la forma en que lo cuenta, uno puede intuir que, si algún paciente hizo tal pedido, el Dr. Valls se rehusó a procesarlo mentalmente y lo transformó en otra cosa.
“La mayoría de quienes te dicen 'yo no quiero vivir' resulta que lo que te están diciendo es 'yo no quiero vivir así', y en cuanto tratas el 'así', habitualmente ya se no repite el 'no quiero vivir'.”Qué ocurre cuando no hay tratamiento efectivo, y qué se hace con los casos que se salen de lo que “habitualmente” ocurre, no nos lo dice el Dr. Valls.
Pero todo esto no tiene demasiado sentido porque todo el artículo es una anécdota personal, emocionalmente útil (para la propaganda), pero irrelevante. Dudo que haya estadísticas más o menos fidedignas sobre la cantidad de personas que piden a su médico que las deje morir o que acelere su muerte. La mayoría de las personas que llegan a ese trance probablemente no tengan la lucidez de Melina González (sobre quien comentábamos el otro día), que a los 19 años y con una enfermedad terminal ha tenido que enfrentarse a una negativa absurda e ilegal a obtener una sedación paliativa, es decir, ni siquiera una eutanasia sino la inconsciencia sin dolor hasta su muerte natural.
Lo de Melina, por supuesto, también es una anécdota, también es irrelevante desde el punto de vista científico, al cual el legislador debería acudir para plantearse: “¿Debo hacer legal la eutanasia o no? ¿Es un clamor de muchas personas o un mero capricho de unos pocos ideólogos?”. Quizá el Dr. Valls crea en la segunda alternativa. Juan Pablo II, el próximo gran santo, inventó en su época la expresión “cultura de la muerte”, con la cual quiso manifestar su creencia (conspirativa y paranoica) en una ideología global determinada a destruir al hombre. Si excluimos esa idea fantástica, nos queda preguntarnos si debe ser legal algo que algunos, aunque sean muy pocos, piden desesperadamente.
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