Mi colega Ezequiel, de Proyecto Sandía, me recordó ayer que no había escrito nada sobre la Asunción de la Virgen María, que se celebra el 15 de agosto. Ansioso por ilustrar a mis lectores menos indoctrinados sobre esta notable pieza de la mitología cristiana, decidí hacerlo hoy, aunque más no sea brevemente.
La Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa son notables por su veneración de objetos y lugares relacionados a santos y afines (desde pequeñas capillas hasta huesos de los dedos, trozos de tela o cachos de cartílago). Sin más, la industria montada en torno a los lugares en “Tierra Santa” donde supuestamente nació, caminó o murió el Hijo de Dios alcanza niveles tan obscenos que incluso alguien poco escéptico puede llegar a sentirse incómodo. Notablemente, no hay nada de esto asociado a la Virgen María, si se descuentan los santuarios de las múltiples advocaciones surgidas muy a posteriori. ¿Por qué?
De María no se sabe casi nada; sus padres Ana y Joaquín son totalmente conjeturales (lo que no ha impedido que se los haga santos) y su vida luego de las últimas reuniones con los apóstoles se pierde. Pero la naturaleza de la mente hambrienta de mitología aborrece el vacío: lo que se desconoce se vuelve mito. Así comienzan a aparecer, en el siglo IV, las primeras referencias al pasaje de María a la inmortalidad.
En la teología cristiana las almas de los muertos justos van al cielo mientras el cuerpo se pudre en la tierra, pero al final de los tiempos los cuerpos también serán restaurados, no se sabe muy bien con qué objeto ni en qué lugar físico. Pero a María, por ser madre de Dios, se le concedió el favor de ser asunta (llevada) al cielo en cuerpo y alma al momento de su muerte. Este último detalle no está claro: algunos dicen que María murió pero fue resucitada inmediatamente, otros que sólo se durmió (esto —juro que no lo estoy inventando— se denomina la “Dormición de María”). Tampoco sabemos muy bien en qué sentido el cuerpo de María puede “estar en el cielo” (físicamente). Hace unos siglos todavía se creía (más o menos) que el cielo de los creyentes era un lugar que estaba más allá de las esferas planetarias y de las estrellas fijas, pero ya no: ahora el cielo y el infierno son simples “estados”, más o menos como el malhumor o el relajamiento poscoital, pero eternos.
La etimología de asunción es curiosa: hoy en día no se usa más que para referirse a la festividad de la Virgen (y de allí el nombre de la capital de Paraguay), y su verbo correspondiente, asumir, tiene un significado completamente distinto. Originalmente la palabra latina era assumere, que significa “encargarse, hacerse cargo”, a su vez de ad- (“hacia”) y sumere < sub-emere (“tomar”, con connotación de “someter”): la idea de poner algo bajo control propio, es decir, hacerlo su asunto. Dios no iba a dejar que la madre de su hijo quedara librada a la misma suerte que el resto de los pobres mortales que había creado: era su asunto/asunta personal. No sabemos qué habría opinado María del tema; los católicos la adoran porque tenía el sí fácil (con Dios, al menos), pero en este caso seguramente no pudo decidir, porque estaba o muerta o dormida.
Abducción tiene la misma raíz que seducción: en su origen, ambas palabras implican convencimiento y voluntad del convencido. Pero si prescindimos de esa débil conexión y adoptamos el significado actual, podemos decir que lo que para Dios fue una asunción (encargarse de su asunto), para María y para quienes estaban con ella debió ser más bien una abducción. De hecho, una abducción extraterrestre.
es dogma de fé.
ResponderEliminarEl del peinado raro tenía razón ¡Fueron los Aliens!
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