Hoy, 22 de octubre, es la fiesta del Beato
Juan Pablo II. Se supone que el papa polaco,
nombrado beato en mayo de 2011, debe
servir como ejemplo para todo aquél que desee estar más cerca de Dios, aunque por ahora su uso principal ha sido azuzar
la superstición y la necrofilia de las multitudes. Esto es
bastante inofensivo, pero no deja de ser molesto cuando el venerable ídolo sale del ámbito de la secta católica devota e
invade el espacio público a hombros de políticos sin nada mejor que hacer, generalmente, y con el mensaje implícito de que todos deberíamos ser como Juan Pablo II.
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Juan Pablo II con el dictador argentino Leopoldo Galtieri. |
Quizá dentro de algunos años, quizá incluso el año que viene, haya en el mundo unos cuantos niños católicos nombrados Juan Pablo (o Jean-Paul, Giovanni Paolo o João Paulo) por haber nacido en esta fecha. La costumbre de buscar el nombre del recién nacido en el santoral es antigua, pero debe conservarse en más de un lugar (de hecho,
el Papa lo recomienda). Sin más, no hace demasiados años yo recibí de mis padres dos nombres famosamente bíblicos y sólo un cromosoma Y me salvó de ser nombrado como una advocación de la virgen… Tampoco faltarán, probalemente, niñas donde se esperaba un varón y que terminen llamadas Juana Paula (o Jeanne-Pauline, etc. —creo que ya me entienden) en honor a este papa que protegió a uno de los más desagradables y corruptos “hombres de Dios” que hayamos visto en tiempos recientes, su amigo
Marcial Maciel, que alegremente abusaba de niños y procreaba hijos (de los que también abusaba luego) con mujeres aquí y allá mientras Juan Pablo pontificaba llamando inmorales a millones de adultos que practicaban el sexo con otros adultos, de pleno acuerdo mutuo y sin romper ningún voto sagrado, sólo porque lo hacían con una pareja del mismo sexo o porque utilizaban un medio anticonceptivo. Una persona enferma de entrometimiento en la vida ajena, que pasaba por ecuménico y abierto yendo a celebraciones interreligiosas mientras su teólogo en jefe, Joseph Ratzinger, escribía diciendo que
los no católicos son deficientes ante Dios, y él mismo, Juan Pablo, declaraba en una conmemoración del Holocausto que
sólo una ideología atea podía cometer un acto tan horrible. Un beato —que quiere decir bendito por Dios— que estrechó gustoso la mano ensangrentada de Augusto Pinochet y que premió a Carlos Menem, artífice de la peor crisis social y económica de la historia argentina, con una condecoración por haber defendido a los “
niños por nacer”, mientras los niños verdaderos nacían a un país puesto de rodillas por una pobreza feroz.
Feliz día, sí, o mejor dicho, que sea un día provechoso: un día para recordar los orígenes de los ídolos y derribarlos.