domingo, 1 de enero de 2012

2012

En su Estudio de la Historia, una crónica del auge y la caída de las civilizaciones, el historiador Arnold Toynbee plantea que hay dos respuestas estereotípicas a lo que él llama “tiempo de angustias”, los puntos de crisis que hacen o deshacen una civilización. Una es la “arcaísta”, un deseo de volver a alguna feliz época previa o a una edad dorada. La otra es la “futurista”, una urgencia por acelerar el tiempo y dar un salto hacia un futuro deslumbrante. Creo que es claro que hoy la gente está abrazando ambas ofertas. La creencia en que una gracia salvadora puede provenir de los pueblos indígenas no-occidentales intocados por los pecados de la modernidad es parte de un “revival arcaico” muy popular. De la misma manera, el transhumanismo o posthumanismo que ve la salvación en alguna especie de matrimonio tecnológico entre hombre y computadora está igualmente de moda. El escenario de 2012 parece participar de ambas posturas: propone un retorno a las creencias de la civilización antigua para dar un salto hacia un futuro inimaginable. Lo que ambas estrategias comparten, sin embargo, es un deseo de escapar al presente.

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