martes, 19 de marzo de 2013

Contra los subsidios a las escuelas confesionales

El pasado martes 12 un grupo de manifestantes de un grupo de izquierda llamado “Movimiento Popular La Dignidad” (MPLD) entró a la Catedral Metropolitana de Buenos Aires y se instaló allí durante unas cinco horas, reclamando al Ministro de Educación de la Ciudad que el estado porteño deje de subsidiar a las escuelas privadas (de las cuales 50% son católicas) e invierta en cambio en las escuelas públicas, desde hace largo tiempo en declive.

Foto: LA NACION / Ezequiel Muñoz

Poca simpatía me inspira la ideología del MPLD y considero que la metodología empleada para el reclamo no fue demasiado útil a la causa, pero hay que reconocerles que lograron instalar (siquiera por unos días) una discusión que ningún otro movimiento o partido político importante se ha animado a plantear con fuerza. Como ya escribí en otras ocasiones, en Argentina existió una vez un consenso estatal, producto de pensadores liberales, en el sentido de que la educación debía ser laica; dicha educación no era exactamente liberal sino que debía tender a la uniformidad de contenidos al servicio del estado, y en particular, a la asimilación de los inmigrantes que en ese entonces (fines del siglo XIX y principios del siglo XX) arribaban al país en inmensas cantidades. A medida que pasó el tiempo, el sueño se fue apagando. Llegamos al siglo XXI con una educación pública en estado catastrófico: con pocos fondos y mal empleados, edificios escolares en malas condiciones, materiales de estudio obsoletos, maestros mal pagos (razonablemente enojados, pero también acostumbrados a los vicios que aquejan al resto de los empleados públicos), y una matrícula consistente cada vez más en hijos de familias pobres, para los que la escuela es más un lugar de contención que de aprendizaje.

Según sus matices ideológicos, distintos gobiernos locales y nacionales han apoyado más o menos la educación pública, pero ni uno solo se ha planteado como objetivo la reducción progresiva y eventualmente total de los cuantiosos subsidios que el estado le otorga a las escuelas privadas (de las cuales, como bien señala el MPLD, gran parte son confesionales y de ellas la mayoría católicas). No es necesario ser ateo o antirreligioso para notar que ciertas políticas de estado comúnmente adoptadas van en contra de ciertas doctrinas religiosas. No tiene mucho sentido, me parece, que el estado financie la adoctrinación de los niños en una religión que enseña que es inmoral usar preservativos o anticonceptivos, mientras por otro lado gasta dinero en promover el uso de condones y anticoncepción hormonal y en proveerlos en sus centros de salud. Tampoco es razonable que el estado pague los sueldos de los maestros en una escuela donde se enseña que la homosexualidad es una enfermedad o una perversión, mientras que dicta leyes u organiza campañas contra la discriminación por orientación sexual.

El origen legal de estas absurdas contradicciones está en leyes educativas que obligan al estado a garantizar a los padres el derecho a que sus hijos sean educados según sus convicciones. Las de los padres, claro está; los hijos —y aquí está el problema— difícilmente tengan convicciones firmes. He escuchado objeciones liberales a la estatización de la enseñanza, pero pocas argumentaciones consideran suficientemente el hecho de que los hijos no son propiedad de los padres y de que el supuesto derecho a moldear las mentes infantiles se contrapone a la libertad de conciencia de los niños. Está claro que una educación neutral o libre de ideología es imposible; está más que claro que el monopolio ideológico del estado en la educación no es deseable. Pero dada la calidad paupérrima de la educación pública y la cantidad de contenidos mínimos, básicos, que hoy no son impartidos o no son asimilados por los alumnos, quizá sería una buena idea tener como objetivo un sistema educativo laico, estatal y gratuito que garantizara esa base mínima, y un sistema complementario (¡no alternativo!) de educación privada.

¿Se animará algún político argentino a incorporar a su plataforma electoral la eliminación progresiva de los subsidios a las escuelas confesionales, en pos de alcanzar el objetivo de un estado laico? ¿O seguirán todos ellos mirando para otro lado, dejando el tema en manos de un puñado de manifestantes de movimientos minoritarios sin significación electoral, que sólo pueden atraer la atención mediante el escándalo?

3 comentarios:

  1. El problema como siempre es ese dichoso artículo de la constitución que manda "sostener el culto católico " que al parecer sirve tanto para un roto como para un descosido.

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  2. Hola!!! Encontré este articulo muy interesante, quiero decirte que no soy catolica y durante mucho tiempo he despreciado esa religion. Sin embargo puedo decirte que el trabajo que se hace en las escuelas catolicas es muy importante y valiosa. Claro las hay de muchas clases, pero el dia que tenga un hijo creo que me gustaria que estudie en una escuela parroquial. El gobierno subsidia toda clase de escuelas no solo las catolicas, En provincia son las que tienen mejores servicios y por una cuota modesta, hay con distintos porcentajes que subvención Creo que por propia experiencia que para proponer seriamente algo asi hay que entenderlo de dentro, si hay cosad que ajustar que se ajusten , pero los extremos no son buenos en ningun lado.

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  3. Rutis, no discuto la calidad del trabajo que hacen las escuelas católicas sino su financiación estatal. Por otra parte, para educar a un niño no hace falta enseñarle el catecismo católico; es decir, el buen trabajo que hacen las escuelas católicas lo pueden hacer otras, sin esa carga doctrinal innecesaria. No sé si te das cuenta de que lo modesto de la cuota de una escuela privada es proporcional a lo grande del subsidio que el estado le da (es decir, que nos saca a nosotros en impuestos para darle); ninguna escuela privada trabaja por caridad o a pérdida. Creo que el único ajuste admisible es quitarles los subsidios y que los padres que quieran formar a sus hijos en el catolicismo los manden a una clase privada en otra parte, pagando de su bolsillo.

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