viernes, 15 de marzo de 2013

Francisco


El miércoles, apenas después de las siete de la tarde local, ya de noche y con lluvia, una columna de humo blanco anunció a las miles de personas reunidas en la Plaza de San Pedro que los cardenales reunidos en cónclave habían elegido a un nuevo Papa de la Iglesia Católica Apostólica Romana. Un largo rato después, desfiles y ceremonias mediante, el cardenal Jean-Louis Tauran anunció en latín que el elegido era Jorge Mario Bergoglio, quien había adoptado para sí el nombre de Francisco. El papa es el primero latinoamericano, el primero jesuita, el primero no europeo desde hace casi trece siglos y el primero (exceptuando a Juan Pablo I) que elige un nombre nuevo desde hace exactamente 1100 años.

Todo esto quizá habla de un papa y de unos cardenales electores dispuestos a una renovación, como algunas personas (católicos abiertos, decentes, con buena voluntad, o simplemente no muy perspicaces) han supuesto y evidentemente desean. O quizá tanta novedad responde a una estrategia de supervivencia de una iglesia anquilosada, sacudida por escándalos, necesitada de nuevos semilleros de fieles, vocaciones y santos, que la Europa secularizada ya no provee. África es la tierra de promisión para el catolicismo: pobre, atrasada, ignorante, supersticiosa, hambrienta de consuelo; pero el único candidato africano potable, Peter Turkson, tuvo el mal tino de aparecer en los medios insinuando que matar homosexuales era apenas una medida “exagerada” y que en África no hay abusos sexuales a niños porque la cultura no es tolerante hacia los gays. Mejor América Latina, un territorio también pobre y supersticioso, pero uno donde el catolicismo es parte de la cultura, de las leyes y del gobierno. Un territorio que da la bienvenida a los santos populares; un continente donde la Iglesia Católica necesita pararle los pies al evangelismo ruidoso que le está quitando su condición hegemónica. Un papa con imagen vagamente progresista, proveniente de un país latinoamericano diverso, semi-europeizado, comparativamente secular pero no perdido al posmodernismo ni a la laicidad; un papa hijo de un inmigrante italiano, sin estridencias, de aspecto como de abuelo afable y firme; un hombre poco afecto a los lujos extravagantes, un buen comunicador, un buen interlocutor con otras religiones, un moderado para los suyos.

Que este mismo hombre esté sospechado de dejar sin protección a dos sacerdotes de su orden cuando la dictadura militar los perseguía, o que haya dicho que la campaña por la ley de matrimonio entre personas del mismo sexo era parte de una estrategia del demonio, no quita que tenga otros méritos. Muchas personas se están enterando recién ahora de la primera acusación, que ha estado ampliamente documentada durante un tiempo, y que no es la única ni siquiera la más grave; en cuanto a la segunda, más reciente, pocos parecen haberla recordado, quizá por ser algo tan esperable de un jerarca católico que jamás podría haber sorprendido, excepto por su inusual falta de diplomacia, debida con seguridad al hecho de haber sido parte de una carta privada, filtrada a la prensa, destinada no a los fieles de a pie o a la opinión pública sino a una comunidad de religiosas.

En la tarde argentina del miércoles había una cierta euforia nacionalista, que felizmente se vio pronto contrarrestada por esa reacción cínica, bastante cercana a un reflejo, que para bien y para mal es típica de los argentinos, acostumbrados como estamos a las componendas, la hipocresía protocolar de los políticos, las decisiones inconsultas de los poderosos y la cuidada ornamentación y puesta en venta de ídolos con pies de barro. Frente a quienes pretendían una alegría universal, hubo al menos unos pocos diciendo non habemus papam: el papa no es “nuestro” papa, no representa a Argentina ni a los argentinos; ni siquiera a todos los católicos, a menos que cada uno de quienes profesan esa fe se sienta personalmente representado por una persona que pide —como si nada tuviera él que ver con el asunto— reconciliación e implícito olvido de los crímenes de una dictadura con la cual la Iglesia que ahora preside colaboró entusiastamente, o por alguien que sindica a los activistas por los derechos de los homosexuales como agentes del diablo.

Sé que la mayoría de mis compatriotas no son así; espero que pronto, pasados esos primeros días de ingenuidad, recuperen el cinismo y la desconfianza que merecen encontrar ante sí, como una sensata barrera, todos los que llegan al poder y la gloria con pretensiones de poseer una verdad superior, por más humildes que sean sus maneras.

2 comentarios:

  1. Entré a la página para ver si me encontraba con un artículo del papa, y veo que así fue. Sería bueno hacer notar el aspecto político de la elección del papa, fue gracioso ver como muchos tenían que decidir de que religión ponerse de lado, ya que ahora tenemos una batalla épica entre deidades y sus representantes infalibles que deben decirle a los simples mortales QUE deben pensar y repetirlo como loros sin chistar. De más esta decir que hay un lugar especial en el corazón de todos los fanáticos para aquel que se atreve a disentir con los santos y los demonios, ese HDP que será chivo expiatorio de ambos bandos de la cruzada.... se sumará un tercer bando? escucho zurdos tocando el bombo?.... no si su moral superior no les permitiría explotar ningún conflicto con el único fin de hacer ruido (total el fato que Dios lo pague...)

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  2. Que queres que te diga, yo no me fio de lo que dice página12 y demás. Una acusación o una opinión no hace a uno culpable de nada. Bien que sería recibido con bombos y platillos si fuera amigote del poder político. El tema de los militares y toda esa verborrea con que se cruzan y entrecruzan acusaciones me tiene colmado del asco. Todos se lavan las manos con esa mierda.
    Si voy a hablar de alguien más vale sea por lo que se sabe a ciencia cierta, por lo que dice, por lo que obra. Este tipo va a hacer su cruzada con más enfásis en América y sobre todo en Argentina, es lo único a lo que hay que estar atentos.

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