domingo, 23 de mayo de 2010

Juguemos a ser Dios (A188)

En estos días ha habido un revuelo menor, de esos que los medios fabrican, por la creación de “vida sintética” en el laboratorio. En rigor, un grupo de científicos liderados por Craig Venter sintetizaron artificialmente una cadena de ADN, similar a la de la bacteria Mycoplasma mycoides, y la introdujeron en una célula de otra especie, Mycoplasma capricolum, a la cual se le había quitado su propio material genético. El ADN introducido tomó el control y empezó a reconfigurar la célula.

Introducir el ADN de una especie en una célula de otra es relativamente sencillo; hacer que la célula funcione de acuerdo a su nuevo “programa”, no tanto. Lo novedoso de esto es que el ADN no fue extraído de una bacteria, sino que fue fabricado por los científicos partiendo de sus componentes químicos básicos. Fue como si, en vez de sacar una fotocopia de un libro, consiguiéramos una caja de letras sueltas y, con el libro a un lado, fuéramos pegándolas en las páginas en blanco de un block, reescribiendo así el libro (con algunas alteraciones intencionales e inevitablemente algunos errores, también).

En opinión de algunos el equipo de Venter exageró su autopublicidad un poco. No se ha creado una “célula sintética”, sino sólo el ADN; se ha creado en cierto sentido una nueva especie, pero eso no es novedoso ni difícil.

Pero como el miedo (y la incitación al miedo) es el pan de cada día de cierta clase de personas, ya hemos visto las primeras “muestras de preocupación” y graves advertencias de los creyentes. Temerosos de que su frágil dios y sus doctrinas medievales pierdan terreno —otra vez— ante la mera tecnología, el médico italiano Carlo Bellini ha dicho a L’Osservatore Romano (órgano de info-propaganda de la Santa Sede) que “no se ha creado vida” y cita para respaldarlo a un Premio Nobel, David Baltimore, mientras que Federico Lombardi, el vocero oficial del Vaticano, habló de tener “cautela”.

(Esta clase de tecnofobia no sólo proviene de la Iglesia, claro está, sino de grupos pseudo-ambientalistas o de simpatías conspiranoicas/alarmistas como el ETC Group, al que le preocupa la posibilidad de que especies artificiales sean utilizadas como arma biológica o amenacen la biodiversidad natural y al parecer le molesta que este campo de investigación esté “motivado por la búsqueda de beneficios económicos”.)

El obispo italiano Domenico Mogavero, que obviamente no sabe absolutamente nada de génetica ni de bioética, ya sacó a relucir el terror a la eugenesia y se las arregló para publicitar el pro-natalismo de la Iglesia: “El hombre viene de Dios pero no es Dios: es humano y tiene la posibilidad de dar la vida procreando y no construyéndola artificialmente”. No contento con eso, y sin temor al cliché, soltó: “Jugar a ser Dios e imitar Su poder de creación es un enorme riesgo, que puede sumergir al hombre en la barbarie… [Los científicos] nunca deberían olvidar que sólo hay un creador.” No fue el único que se expresó en esos términos, dando crédito a Dios y quitándoselo al hombre. Este dios de los obispos parece necesitar constantemente, como decimos acá, mostrar quién la tiene más grande.

Pongamos las cosas en su justa medida. Esta bacteria artificial no es una amenaza para la biodiversidad ni puede ser usada como arma biológica; al contrario, es muy frágil. No tenemos la capacidad de fabricar una especie artificial mejor adaptada al medio ambiente salvaje que sus contrapartes naturales. No queremos hacerlo y ningún estereotipo de científico loco tiene los recursos para hacerlo por su cuenta. La nueva bacteria tampoco es un preludio a la creación de seres humanos artificiales; el ADN de Mycoplasma mycoides tiene un millón de bases y toma muchísimo tiempo y dinero sintetizarlo de a pedacitos y unir los mismos, mientras que el ADN de Homo sapiens tiene tres mil millones de bases. Así que los temores de los nuevaerianos, luditas, pseudo-ambientalistas, pachamameros y conspiranoicos, así como los de los ensotanados ignorantes y sus adláteres, son infundados. Por ahora al menos; el hombre nunca está a salvo del hombre, pero eso no es novedad.

Por otro lado tenemos la parte teológica del asunto. Ningún científico ha hablado de que se ha creado vida, por la sencilla razón de que vida no es una palabra del campo científico, y crear, la verdad, tampoco. Cada religión tiene sus propias concepciones sobre el poder divino de crear y sobre lo que significa la vida, pero esas concepciones son arbitrarias, sujetas a la fe; cuando miramos a través del microscopio no vemos diferencia cualitativa alguna entre lo que está vivo y lo que no lo está según las definiciones habituales. Las diferencias son de grado y de comportamiento: reconocemos lo que está vivo porque es químicamente complejo, porque tiene un metabolismo, porque se reproduce, pero la chispa de la vida no existe.

A veces no podemos distinguir esa diferencia. Ciertamente no sería posible, para un observador no informado, distinguir una célula bacteriana salvaje de la célula producida por el ADN sintético de Venter y su equipo. (La nueva bacteria tiene algunos genes insertados para producir una coloración azul marcadora, que son por lo demás completamente inútiles; un observador sospechoso podría plantearse, pero no asegurar, que quizá estos genes son artificiales.)

Lo que los voceros del Vaticano siguen proclamando es una postura antigua y perimida hace tiempo, el vitalismo, que sostiene que la vida es una esencia, un élan vital, una cualidad no material (que sólo Dios puede proveer). Lo hace desde una posición particular de esencialismo, uno de los grandes enemigos —hasta el día de hoy— de la teoría de la evolución, y causa última de muchos de los malentendidos y temores que motiva la ingeniería genética. Que gente sin conocimientos de nada —salvo de ese oscurantismo profesionalizado que es la teología católica— diga que “no se ha creado vida” o que el hombre “tiene la posibilidad de dar la vida procreando y no construyéndola artificialmente” indica claramente el origen de este temor, que es la ignorancia. No se ha creado una forma de vida nueva, pero casi, y es ridículo negarlo, por la simple razón de que, enfrentados con una bacteria sintética, ni uno solo de esos teólogos podría distinguirla de una natural.

El hombre puede, desde ahora, construir ADN, que es la plantilla de todas las formas de vida. Decir que el hombre no puede crear vida es una estupidez, porque para todos los fines prácticos, acaba de dar el primer paso hacia ello, y las dificultades que tendrá para los siguientes son meramente de orden técnico. Los opositores al progreso humano pueden gemir de fingido temor o tronar advertencias apocalípticas todo lo que quieran.