La nueva familia en Argentina se llama una presentación Powerpoint que está circulando por e-mail, entre personas que no son evangélicos fundamentalistas ni numerarias del Opus Dei, sino probablemente las más típicas señoras de misa dominical. Apelo al autocontrol de los lectores.
Si llegaron hasta el final, verán que la única referencia religiosa es la palabra “Dios” en la última diapositiva. Sin embargo, esto me llegó a través de una persona católica (que estaba algo asqueada por el odio que transmite esta propaganda, y perpleja por la idiotez de los argumentos) que a su vez la recibió de otra con la siguiente nota:
Sin comentarios, pero sería bueno difundirlo. Muchos cristianos (evangélicos, católicos, ortodoxos), parecen desconocer las sagradas escrituras, y más aún algo de Derecho Natural.No entiendo la referencia a las “sagradas escrituras”, a menos que se refiera a la ley que manda matar a los hombres que se acuestan con otros hombres, y que me atrevería a juzgar incompatible con “respetar a los homosexuales como seres humanos”, que la diapositiva nº 20 considera “indispensable”, aunque las precedentes hagan justamente lo contrario. En cuanto al “Derecho Natural”, quizá algún abogado o académico legal pueda ilustrarme, pero entiendo que esta forma de concebir las leyes y la ética no es necesariamente equivalente a la doctrina católica, antihumanista y represiva, de la cual se pretende hacerla sinónima.
No me detendré en las estúpidas preguntas que se hace la presentación salvo para hacer notar que todas, sin excepción, apelan al miedo: miedo a lo diferente, miedo a la sexualidad, y un terrible miedo —me parece— a que la próxima generación de argentinos sea más libre que la actual y le cuestione a sus padres y abuelos el oscurantismo que su religión les metió en la cabeza.
Soy heterosexual, nacido de un matrimonio casado en primeras nupcias por civil y por la Iglesia Católica; mis padres me bautizaron, me hicieron tomar la Comunión y la Confirmación, asisten a misa con regularidad, y nunca se divorciaron. Hace un siglo, la falta de cualquiera de esos ítems me hubiera hecho a mí o a ellos un paria.
Cuando yo nací, no ser bautizado todavía era una anormalidad (en familias de raíz católica). Y casi estaba en la pubertad cuando la ley de mi país permitió a las parejas infelizmente casadas divorciarse. Mis padres todavía creían que una madre soltera era una aberración, y una pareja no casada algo necesariamente frágil y vagamente inmoral. Si mi orientación sexual se hubiera revelado entonces como homosexual, hubiera sido una tragedia, como una enfermedad en la familia. Para cuando terminé la adolescencia el divorcio todavía era un leve estigma, y la idea del matrimonio entre personas del mismo sexo, una locura.
Hoy soy un adulto, y a mis padres no les importa un comino si estoy casado o en concubinato, o si voy a misa, y si me casara y me divorciara veinte veces, o les diera un nieto gay, sólo les preocuparíamos nosotros, las personas, y no lo que su religión piensa de nosotros. Y que dos hombres o dos mujeres se casen les tiene sin cuidado.
Hoy el matrimonio gay suena como una rareza, pero una rareza inofensiva, para una mayoría. Creo que ya somos adultos.