La Jornada Mundial de la Juventud viene a ser como un Woodstock para católicos, donde los peregrinos se reúnen para escuchar al Papa y reafirmar sus delirios religiosos escuchando sus hipnóticos sermones. En vez de desnudarse y bailar y cantar canciones cursi sobre la paz y el amor, se ponen remeras con el rostro de la Virgen María y aplauden mientras cantan canciones cursi sobre la paz y el amor à la catholique. En vez de fumar hierbas ayunan para que les pegue más fuerte la comunión.
La recompensa final: Benedicto XVI ha anunciado que usará sus poderes del Lado Oscuro para concederles a todos los que reciban la hostia (de rodillas y en la boca) el perdón completo de sus pecados, es decir, la indulgencia plenaria. Esto vale para la JMJ que se va a celebrar en Sydney, Australia.
Muy lindo todo esto, y si no fuera más que eso, felicidades. Pero fuera del festejo para los peregrinos, la JMJ promete algunos inconvenientes para quienes tengan que convivir con ellos. El Papa tiene, en gran parte del mundo, un poder de convocatoria similar al de George W. Bush, capaz de atraer miles y miles de personas que lo odian y desean manifestar su opinión sobre él y las doctrinas que él sustenta.
Australia en particular no es un país muy católico que digamos, y se preveían disturbios, por lo cual el gobierno del estado de Nueva Gales del Sur ha decretado medidas tendientes a evitar que los peregrinos católicos sean molestados. A saber: queda restringida la circulación del público en ciertos sitios designados, se autoriza a la policía a efectuar cacheos corporales y a revisar bolsos, y como al parecer los católicos tienen una sensibilidad exquisita, se considerará una falta (con jugosas multas) cualquier manifestación que pueda ofender al peregrino, como por ejemplo: protestar contra la homofobia, usar la remera de una banda de rock satánica, gritarle a un católico "beato chupacirios", pasear de la mano con tu pareja homosexual frente a un grupo de peregrinos, o remontar condones inflados con helio.
Por supuesto que para verificar que todo esto ande como se supone, y para coordinar a las centenares de miles de personas que vendrán, manejar el espantoso caos de tránsito que provocarán, suplirles de miles de baños químicos, centenares de equipos sanitarios móviles y decenas de ambulancias, y además darles de comer y un lugar para dormir, etc., hay que gastar dinero. Como ésta es una celebración estrictamente sectaria y que de hecho no traerá más que molestias a los que no participen en ellas, uno esperaría que lo pague la Iglesia Católica, que tiene fondos más que suficientes, pero no. Serán unos 20 millones de dólares, a cuenta del estado. A eso hay que sumarle 41 millones más por ocupar el espacio del hipódromo de Randwick, donde se hará el encuentro principal. El evento en sí costará 150 millones de dólares adicionales, esto sí (según entiendo) a cuenta del Vaticano. O sea, casi 210 millones de dólares para que los católicos hagan una fiesta. (Estos son dólares australianos, que valen casi lo mismo que los estadounidenses.)
Ya que hablamos de dinero, notemos que se espera una asistencia de 500.000 peregrinos de todo el mundo. Como Australia está lejos de casi todo, y especialmente lejos de la mayoría de los países con mayoría católica, supongamos que sólo una quinta parte de los peregrinos serán europeos o americanos. No tengo idea de cuánto cuesta un pasaje de avión, ida y vuelta, desde Europa o América (sobre todo del Norte) hasta Australia, pero para simplificar pongamos una cifra promedio y muy conservadora de 1.000 euros. Eso da en total €100 millones en pasajes de avión, o sea alrededor de US$150 millones. A hacerse un viajecito a Australia para ver a mi ídolo yo lo llamo un lujo. ¿Los católicos cómo lo llamarán, caridad?
Así que el costo total de la fiestita es de unos 360 millones de dólares. Es aproximadamente la misma cantidad que costaría vacunar contra la malaria a mil doscientos millones de personas, o cubriría gran parte de lo que costó desarrollar una vacuna contra las meningitis A y C que va a ser aplicada a niños africanos. En este último caso en particular, la compañía farmacéutica ha decidido no molestarse en intentar cubrir los costos... para mejorar su imagen pública. Si una corporación gigantesca e impersonal dedicada a llenarse de dinero a costa de las enfermedades de los demás puede hacerlo, la Iglesia Católica debería al menos intentarlo, ¿no?
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