
El lector tendrá que juzgar por sí mismo la calidad del programa y de sus argumentos. El objetivo parecía ser un examen del ateísmo que pasara por serio y objetivo a los ojos de católicos moderados y del televidente en general. Lamentablemente, el asunto se desbarranca muy pronto, en parte por incapacidad del ateo invitado para responder a los cuestionamientos de los católicos, para lo cual (hay que decirlo en su defensa) no cuenta con ayuda alguna del conductor del programa, que quiere mostrarse como, pero manifiestamente no es, un moderador imparcial.
Entre los errores, desaciertos y distorsiones que vi están los siguientes:

La trilladísima argumentación de que, si bien la existencia de Dios no es comprobable, tampoco lo es su inexistencia, a la cual el ateo invitado no sabe o no puede responder adecuadamente, mientras que hay al menos tres objeciones muy serias para hacerle: 1) ¿de qué Dios hablamos?, ya que el concepto de Dios convenientemente se deja indefinido para que los creyentes hagan con él lo que deseen, y hay dioses mucho más probables que otros; 2) que la indecidibilidad de un enunciado no implica que su probabilidad sea del 50%: quizá la probabilidad de que Dios (el dios cristiano) exista sea tan infinitesimalmente pequeña que no valga la pena considerarla, que es lo que de hecho afirman muchos ateos; 3) que los creyentes demandan tener conocimiento de Dios a un nivel tal que, obviamente, a nivel práctico, ellos no toman en serio esta tesis sino que creen tener la verdad comprobada.
La postura de que el hombre siempre debe estar "en la búsqueda de la verdad", y que si no ha encontrado a Dios es porque ha abandonado esa búsqueda muy pronto, porque se ha autoconvencido de que Dios no existe, etc., insistiendo con una tesis implícita de que no existen verdaderos ateos sino sólo gente ignorante o que rechaza a Dios.
El cuestionamiento y la descalificación al ateo a causa de que llegó a su conclusión "muy pronto". Se llega a requerir del ateo que haya leído, estudiado y "buscado" por años a Dios para poder justificar (a regañadientes) su postura, mientras que no se le pide nada similar al creyente, al cual le basta con ser adoctrinado de pequeño y aceptar sin chistar lo que le dicen sus mayores. Se le plantea al ateo que lo correcto es estar siempre abierto a convertirse y creer, mientras que a los creyentes no se les pide la misma apertura para considerar que pueden haber estado creyendo en una tesis falsa. El ateo debe ser tolerante y abierto; los creyentes deben, a lo más, tener paciencia con el pobre hermano ateo perdido en su materialismo.
Las referencias equívocas a los crímenes pasados de la Iglesia. El ateo invitado comete el error de traer a colación la Inquisición sin motivo argumental aparente; sigue la excusa habitual de parte de los católicos de los horrores de la Inquisición como "errores humanos" y la acusación de que todo es una leyenda negra inventada a posteriori, y al ateo no se le da ni un resquicio para cuestionar o repreguntar, con lo cual queda como un intolerante sin respuestas.
La apelación a la autoridad al traer a colación que la mayoría de los grandes científicos y pensadores son y han sido creyentes, la cual requiere una discusión detallada que no se da. Por un lado ocurre que la tendencia al ateísmo es cada vez mayor entre los científicos; por otro, es claro que el ateísmo no podía hacerse visible en otros tiempos y ahora sí; muchos de los "grandes creyentes" no creían en el Dios cristiano sino en una elaboración mental propia, siendo deístas o panteístas; y finalmente, aunque todos los grandes científicos fueran fervientes creyentes, eso no haría más o menos cierta su creencia.
Hay más en esta vena, pero ya ven cómo viene la cosa. El programa deja una cierta frustración: los creyentes, en terreno amigo y con un discurso prearmado, no logran ganar el debate, pero tampoco dejan que progrese mucho en ningún sentido; el ateo invitado es tan amable, tan tolerante (tan como la mayoría de los ateos) que queda indefenso contra los apologetas profesionales que se sientan frente a él y que no temen lanzar firmes opiniones como si fueran hechos. Quizá éste sea el drama del ateísmo y de los librepensadores contemporáneos: tanto hemos asimilado la idea de tolerancia religiosa, tanto hemos llegado a aborrecer la cerrazón mental y la censura social que se usó en nuestra contra durante siglos, que frente a personas entrenadas para ser suave pero inflexiblemente ortodoxas, no logramos elevar la voz.