domingo, 11 de septiembre de 2011

Agustín Álvarez y su obra

Agustín Álvarez
Hace un tiempo encontré y me traje a casa un libro de Agustín Álvarez (1857–1914), sociólogo, educador y político argentino de fines del siglo XIX y principios del XX (les dejo a ustedes la tarea de leer su biografìa, que no es el tema principal de este artículo). Mi conocimiento de la historia argentina de esa época es anecdótico, por lo cual quizá poco de lo que diga será una sorpresa para los que están más enterados.

El libro es “La transformación de las razas en América” e incluye la edición de 1918 del trabajo del mismo nombre más varios ensayos y conferencias dictadas por Álvarez. El estilo es, naturalmente, arcaico, a veces un poco confuso, pero a fuerza de repetir con variaciones Álvarez logra delinear una visión clara de la historia de la humanidad, o más específicamente la historia del pensamiento y de las explicaciones de la naturaleza. Es florido pero no afectado: cada tanto sorprende con un coloquialismo o con un símil irreverente.

Álvarez entra dentro del común de los liberales argentinos de fines del siglo XIX (la llamada Generación del ’80): progresista, confiado en la capacidad humana, defensor de la libertad individual por sobre las imposiciones del estado, defensor también del estado democrático como promotor de la educación, de la ciencia, del progreso tecnológico; ácido enemigo del caudillismo, del oscurantismo, del clericalismo, de las supersticiones de todo tipo. Si algo nos puede sorprender de él en esta época es su vehemencia, que hoy habría sido casi seguramente un suicidio político; si algo nos decepciona, o nos provoca cierta pena, es su confianza sin medida en el avance del intelecto por sobre la irracionalidad, que como sabemos fue defraudada una y otra vez. Poco se puede comentar sobre su racismo o etnocentrismo, expresado no como desprecio sino como creencia en una escala de evolución mental de los pueblos, de los “salvajes” a los civilizados; esta visión, al igual que la relacionada creencia en una forma de lamarckismo biológico y mental, era común en esa época.
«En un principio, la Iglesia, por entonces omnipotente, luchando contra la incredulidad naciente, consigue mantener la integridad de su explicación-credo, destruyendo o aplastando a los que, desde el Renacimiento, empiezan a excederla en capacidad mental, pero éstos siguen brotando en todas partes y en tal progresión que la guerra, la excomunión, el tormento y la hoguera, funcionando en el máximum, no bastan, al fin, para extirparlos, y a su turno, ella también empieza a batirse en retirada, ante la marea creciente de los curiosos insatisfechos con la última explicación de lo natural por lo sobrenatural.»
Digo que es decepcionante la creencia de Álvarez en el progreso porque nos retrotrae a los argentinos a tiempos, si no mejores, al menos más promisorios: tiempos en los que Domingo Faustino Sarmiento*, fundador de cientos de escuelas públicas, mandaba traer maestras de Estados Unidos para que dieran a todos los niños —sin distinción de nivel socioeconómico, de origen étnico o de religión— una educación liberal, laica y gratuita, que presumiblemente las maestras nativas no podían o no querían dar; tiempos en los que el estado, rico en recursos, construía ferrocarriles y fundaba pueblos a lo largo de las líneas, con tanta facilidad y rapidez que hoy parece irreal; tiempos en los que la Iglesia Católica, secular aliada de la monarquía colonial y luego de caudillos tiránicos, parecía lista para caer del todo y quedar impotente ante gobiernos más interesados en ganarse adeptos por el mero progreso material que por una apariencia de piedad.

No digo más por ahora; les recomiendo leerlo. Cada tanto publicaré una cita o un fragmento significativo, para los que no se animen al libro entero.

* He querido publicar hoy este artículo, y no un día antes o después, porque hoy, 11 de septiembre, es precisamente el aniversario de la muerte de Sarmiento, que en Argentina conmemoramos como Día del Maestro. No es casualidad, tampoco, que se haya elegido este día para clausurar el III Congreso Nacional de Ateísmo, cuyo tema fue la recuperación del estado laico y al cual tuve el gusto de asistir. Estadistas y pensadores como Sarmiento, o como Álvarez en menor medida, fueron los que lograron y afianzaron esa conquista, que luego se diluyó, lamentablemente, hasta el punto en que hoy el Estado argentino paga los sueldos de miles de maestros que enseñan a los niños catecismo católico, mientras que las escuelas públicas laicas sufren por falta de presupuesto y de mantenimiento.

3 comentarios:

  1. Muy pero muy interesante artículo. No conocía para nada a este personaje. Y desde ya que JAMÁS pienso leer su libro, pero sí leería lo que escribieras sobre él, jejeje...

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  2. Me parece que vale la pena leer con más detenimiento la obra de este autor y no quedarse con fragmentos descontextualizados y recortados arbitrariamente para hacerle decir no que no expresa. Así, recomiendo -además de leerlo directamente- ver también estudios sobre él realizados por Arturo Roig.

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  3. Martín: desconozco dónde está el error en lo que dije. No tomé un fragmento descontextualizado, leí un libro entero de Agustín Álvarez, y me pareció bastante claro. Me gustaría que te explicases en vez de acusarme de falsear las palabras de Álvarez. Leo bastante, pero no puedo leer de todo, así que es probable que en otra obra Álvarez haya dicho algo distinto o matizado lo que menciono aquí. Saludos.

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