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Hugo Cettour, ministro de Salud de Entre Ríos. |
Una niña de 11 años fue violada en General Campos, un pueblo cercano a la ciudad entrerriana de Concordia. Su madre solicitó
que se le efectuara un aborto. Los médicos opinaron que el embarazo era viable y no había peligro para la niña. El ministro de Salud de la provincia
opinó lo mismo y dijo que “la naturaleza es sabia”. Aunque la ley dice que
no hace falta permiso de nadie (sólo el consentimiento de la afectada o su tutor) para efectuar un aborto si la vida de la madre corre peligro, los médicos llevaron el caso a la justicia. El juez dijo que se tomaría su tiempo para estudiar el caso. Los médicos sabían perfectamente esto y el juez sabía perfectamente que tomarse su tiempo equivaldría a continuar la gestación hasta hacer inviable el aborto. No hubo una sola palabra de parte del gobernador de Entre Ríos, ni del ministro de Salud de la Nación, ni del presidente en ejercicio ni de la presidenta en convalescencia, todos los cuales están enrolados en un movimiento que se dice popular, progresista, a favor de los derechos humanos y de la defensa de los más débiles. Quizá no deba sorprendernos, dado que la presidenta tiene
muy buena relación con la cúpula eclesiástica y tiene una conocida posición antiabortista, los legisladores de su partido
no tienen interés en el tema, y el ministro de Salud de la Nación se ha encargado con
ciertas acciones y omisiones de hacer saber a los interesados que no piensa hacer cumplir ni siquiera las limitadísimas garantías de realización de abortos no punibles que ya existen.
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Sergio Urribarri, gobernador de Entre Ríos,
con la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. |
El lector avisado habrá notado que en esta historia no hubo intervención explícita de ningún líder o referente religioso. Alguno me podrá reclamar que este blog es sobre religión y que al hablar del aborto estoy equiparando ateísmo con abortismo. Puede haber algo de cierto en eso, pero no voy a disculparme. Es que si en este caso no ha aparecido ningún obispo, ningún pastor, ningún enviado de Dios hablando del pecado del aborto, es porque no ha hecho falta. Es la intervención religiosa más completa, más terrible: cuando no hace falta que Monseñor Guardián de la Moral ni ninguno de sus
esbirros habituales (fundaciones, ONGs, grupos diocesanos o lo que sea) haga un pronunciamiento contra el aborto para que todos los actores sociales involucrados se alineen, porque todos esos sectores son mayoritariamente obedientes a los dictados de Dios, o temen ofender o perder votos o influencia. La intervención religiosa ya se dio mucho antes; el cerrojo cayó antes de que cualquiera pensara en correr hacia la puerta.
Ayer
los fanáticos antiderechos se alegraban porque la madre de la niña, presionada,
retiró el pedido de aborto. El embarazo seguirá su curso y quizá, a pesar de los
graves riesgos, termine en un parto normal. Quién sabe qué le habrán dicho para cambiar su decisión. Le habrán dicho que el aborto es un asesinato, seguramente. La habrán bombardeado con la
propaganda pseudocientífica del “síndrome post-aborto”, patología inventada por usinas de publicaciones confesionales y no reconocida por ningún organismo psicológico o psiquiátrico independiente. La habrán amenazado veladamente, quizá, con la posibilidad de ser acusada de instigar un homicidio. Le habrán ofrecido, ante su desesperación por un nieto que no podrá sostener económicamente, encontrar alguien que lo adopte, aunque ningún “pro-vida” ha adoptado jamás a un bebé de familia pobre “salvado” de un aborto y la ley tampoco lo permite con la facilidad con que ellos lo pintan. Le habrán hablado de Dios, que nos ama y que sólo quiere lo mejor para nosotros y cuyos planes siempre terminan bien, aunque involucren la violación de una niña.
Hay un límite a lo que un ser humano puede soportar. Con dinero, con asesoramiento, con estudios, con contactos profesionales, una madre puede informarse y decidir libremente si desea que su hija menor de edad continúe un embarazo o no. Sin nada de esto, eventualmente hará lo que le digan los médicos, dando por sentado que es lo mejor, aunque ellos sepan bien —y
deben saberlo— que no lo es.
No, no sé si eso fue todo eso lo que le dijeron. Pero sí sé que en este país no existen más que un par de excepciones a la ley que castiga el aborto, porque la presión de la Iglesia Católica no ha permitido que se avance hacia ese derecho, y que incluso esa pequeñísima ventana de legalidad, que permite que no mueran ni sufran gravemente las mujeres con embarazos de riesgo, es frecuentemente bloqueada por los adoradores del Dios de la Muerte, para quienes ninguna ley humana vale si contradice su ley, la del dios que han creado a su propia, odiosa imagen.