A partir de una nota publicada en Rosario/12, que incluía un e-mail de contacto, me contacté con el grupo y asistí a mi primera reunión. Unos días después, me encontré frente a la cámara de un fotógrafo de La Capital, que es el diario de mayor circulación en Rosario (y el "decano de la prensa argentina", publicado sin interrupción desde 1867). Laura Vilche, periodista, le hizo una nota en estos días a un par de referentes de ArgAtea, y nos dice que va a ser publicada este domingo, si se puede.
El grupo de Rosario está impulsando dos asuntos: primero, una apostasía masiva, al estilo de lo que se ha hecho en España (en más de una ocasión), siguiendo el proyecto de ArgAtea a nivel nacional; segundo, un pedido para que se modifique la Constitución de la provincia de Santa Fe, quitando la discriminación a favor de la religión católica que hoy contiene.
La apostasía es el alejamiento y renuncia a la fe y las doctrinas de la Iglesia Católica, cuya membresía nos fue impuesta a casi todos nosotros a los pocos días de nacer, por medio del bautismo. Para ser apóstata basta con dejar de creer y asumirlo. Pero la mayoría de nosotros fuimos bautizados a una edad tan temprana que no nos permitía pensar ni dar un consentimiento informado, y la Iglesia nos tiene anotados, a todos y cada uno, en sus libros. Podemos ser ateos militantes, pero allí estamos, y cada uno de nosotros contamos como parte de esa mayoría numérica que la Iglesia utiliza implícitamente como argumento a favor de sus privilegios. Al fin y al cabo, si el 90% del país sigue una religión, ¿no es sensato concederle un tratamiento especial?

José Luis Mollaghan, Arzobispo de Rosario
¿Por qué lo hacemos? En lo personal, creo que debe ser satisfactorio saber que ya no figuramos como fieles de una iglesia que no nos representa. En un contexto más amplio, siento que la apostasía es un deber cívico, ya que la iglesia es una institución con una injerencia desmesurada en la vida pública y la política de nuestro país y de casi todo el mundo, y quienes estamos en contra de esa injerencia debemos hacer todo lo posible por disminuirla. Incluso unos pocos ciudadanos que se levanten, enfrenten la atención pública y proclamen su renuncia a la fe católica constituirían un golpe de efecto importantísimo en ese sentido, una muestra de sana insolencia que la Iglesia Católica no está acostumbrada a sufrir.