La aparición conjunta, frente a una multitud, de Juan Pablo II y del dictador chileno Augusto Pinochet, en 1987, fue fruto de un engaño, según asevera el organizador de las giras pontificias de ese entonces, el cardenal Roberto Tucci.
En la entrevista que concedió a la agencia noticiosa italiana ANSA, Tucci dice que al Papa lo incomodaba “aparecer al lado de dictadores y políticos corruptos”, y que Pinochet lo engañó haciéndolo pasar bruscamente al balcón del Palacio de la Moneda, con el objetivo de mostrarse juntos, lo cual le valió que Juan Pablo II lo “fulminara con la mirada”.
No es difícil de creer que Pinochet fuera capaz de tales trucos sucios. Todos los gobernantes conocen el truco publicitario de asociarse a figuras populares y atractivas. Y siendo que en Chile el apoyo a la dictadura provino mayormente, como en todas partes de Latinoamérica, de los católicos conservadores y devotos, ser visto junto a Juan Pablo II era un signo poderoso.
Tampoco es difícil de creer que a Juan Pablo II le resultara molesto ser expuesto así a la multitud y usado como una herramienta de poder por un dictador asesino y corrupto, ni es implausible que le haya echado a Pinochet una mirada fulminante de desaprobación.
Lo que no es casual, seguramente, es que esta apología o disculpa de la aparición de Karol Wojtyla junto a uno de los dictadores más representativos de la barbarie que asoló nuestro subcontinente llegue justamente cuando desde la cúpula eclesiástica están apurando la causa de su beatificación y se quiere instalar la idea de que es inequívocamente digno de la santidad. Antes de Wojtyla, declarar santo a alguien tomaba décadas (o siglos), pero el anterior papa, viendo cómo la proclamación de santos y beatos locales en lugares tradicionalmente postergados era una herramienta importante en la predicación y el arreo de grandes masas de fieles, dio órdenes de acelerar la maquinaria, y de pronto empezaron a surgir milagros y prodigios por todas partes. Benedicto XVI parece que quiere continuar con esta estrategia, aprovechando el carisma de su predecesor aun cuando éste haya muerto hace años, de la misma manera que se utilizó el carisma de la Madre Teresa. La Iglesia exige milagros “comprobados” (por ella misma) para declarar santa a una persona, pero ya sabemos que los milagros sobran, cuando uno quiere encontrarlos.
Quienes no creemos que Juan Pablo II haya sido un santo no nos sorprendemos de que haya salido al balcón con Augusto Pinochet, engañado o no. La Iglesia apoyó el programa de gobierno de Pinochet y además el Papa es por sobre todo un jefe de estado, que tiene ciertas obligaciones diplomáticas. En este sentido podemos disculpar a Karol Wojtyla: no hizo más que mantener las formas junto a un gobernante de un país amigo.
Pero quienes sí lo consideran un santo, o al menos un referente moral, deberían preguntarse por qué no se retiró inmediatamente del balcón, o por qué no dijo “he sido engañado por este miserable tirano” a la multitud congregada, o por qué (al menos) nunca aclaró él mismo el incidente al volver al Vaticano. Un santo no teme convertirse en mártir. A un santo no le preocupan mezquinas cuestiones de estado. Un santo no puede excusarse en la investidura de un gobernante terrenal, máxime cuando se trata de un gobernante que ha tomado el poder por la fuerza, con sangre y terror. ¿O no he entendido nada?
Dice el cardenal Tucci que Juan Pablo II se sentía constantemente incómodo cuando debía mostrarse junto a dictadores y políticos corruptos, que “lo llevaban por todas partes para aprovecharse de su imagen”, cosa que él sabía pero que “era un precio a pagar para encontrarse con la gente” (¡qué tierno!). La frase es reveladora por lo que excluye: al Papa claramente no le incomodaba (como no le incomoda al actual) celebrar audiencias privadas con gobernantes obscenamente corruptos y con dictadores, ni le causaba prurito moral alguno negociar con ellos, directamente o por intermediarios.
Habrá habido santos, quizá, que se rebelaron contra la autoridad de los tiranos y que nunca concedieron su favor a los corruptos, pero Karol Wojtyla no fue uno de ellos.
Tanto se dejo usar Wojtyla por políticos corruptos y asesinos que se dejó traer ¡cinco! veces a México para calmar a las sufrientes multitudes golpeadas por incesantes crisis y desfalcos del erario, pobreza y violencia; cada vez que se ponía dura la cosa se lo traían para apaciguar a la burrada, pero con Ratzinger les falla de a feo, nos ha dejado en paz hasta el momento!
ResponderEliminarFelices Fiestas y Fin de Año, Pablo.
El problema no es tanto que hayan salido al balcón en ese momento. El problema es que lo haya disculpado después y haya pedido "clemencia" cuando iba a ser juzgado por sus crímenes antes un tribunal imparcial pero ni abrió la boca cuando se trataba de los desaparecidos de Chile y Argentina. Jamás recibió a las Madres de Plaza de Mayo.
ResponderEliminarLo mejor de todo esto es que en el fondo que lo declaren santo o no es problema suyo y no debería importarnos. Si no fuera por el fetichismo ignorante de mucha gente, el asunto sería irrelevante.
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