El levonorgestrel se utiliza para anticoncepción de emergencia; es efectivo para evitar la ovulación hasta 72 horas después de la relación sexual. Una vez que la ovulación se produjo, no produce efectos detectables sobre el endometrio (revestimiento interior del útero) ni en los niveles de progesterona, y si el óvulo ya se ha implantado, no provocará un aborto.
El Ministerio de Salud de Córdoba va a recurrir el fallo de la corte (la Cámara de Apelaciones en lo Civil y Comercial de Primera Nominación), y va a continuar su política de prescribir y distribuir anticoncepción de emergencia a la población, gratuitamente, a través de los hospitales provinciales.
El fallo, llamativamente, impediría de hecho que las mujeres pobres que se atienden en los centros públicos de salud tuvieran acceso al levonorgestrel, pero no prevendría que las mujeres con mayores recursos económicos pudieran comprarla en las farmacias. Nadie debe creer que las mujeres de los jueces y de los católicos conservadores de clase media y alta no recurren a la anticoncepción y hasta al aborto; de lo contrario todas (y no sólo algunas) estarían llenas de hijos.
Según la Iglesia Católica, el levonorgestrel altera el endometrio y por lo tanto hace que un óvulo fecundado no pueda implantarse, provocando así un aborto. Establecido que lo primero es falso, lo segundo es irrelevante, pero de todas formas notemos que muchos óvulos fecundados no llegan a implantarse por razones naturales, y la mujer los despide sin darse cuenta. O sea que (siempre según la Iglesia) toda mujer que no esté haciendo todo lo posible para conservar esos óvulos no implantados (consistentes en unas pocas docenas de células indiferenciadas) está cometiendo un mortal pecado de omisión cada vez que uno de ellos se pierde: como si viendo un bebé ahogándose en un metro de agua no se metieran hasta la cintura para sacarlo. Notemos también que el embarazo, definido médicamente, comienza con la implantación, no con la concepción.
Toda esta aclaración sobre la Iglesia es necesaria porque, por supuesto, la posición en contra de la píldora del día después proviene de dictámenes doctrinarios del Vaticano y no de razones éticas de consenso o científicas. El hecho de que una corte de justicia argentina encuentre razones para suspender el suministro de levonorgestrel en los centros de salud no es indicativo de una lectura de la ley a la luz objetiva de la ciencia, sino reflejo de la influencia de la Iglesia Católica especialmente en los altos estamentos de la sociedad, típicamente conservadores, como los que introdujeron en la Constitución Nacional de 1994 la cláusula de que la vida humana empieza en la concepción, y que impulsaron la creación de un "Día del Niño Nacido" (que mejor debiera haber sido llamado "Día de la Propaganda Católica Antiabortista") bajo la presidencia de Carlos Menem. El susodicho mandatario recibió por esto, y por su alineamiento automático con las posturas reaccionarias de la Santa Sede en los foros internacionales, una condecoración del Papa Juan Pablo II, quien parece haber ignorado que en Argentina, mientras se "salvaba" a embriones de pocos días, millones de niños (una vez fuera del útero) padecían hambre gracias a las políticas de achicamiento del estado y ajuste neoliberal de este paladín de la vida intrauterina.
Quede claro que aquí no estamos hablando de autorizar el aborto, aunque ese debate debería darse en Argentina, con seriedad y sin dogmatismo. El levonorgestrel no es abortivo; la Iglesia simplemente está mintiendo.

