
“… ahora queda claro que la unión civil que ya se había aprobado en la Ciudad de Buenos Aires para personas del mismo sexo era sólo un primer escalón en este avance con el que se quiere llegar a la completa adulteración del orden familiar.”En un arranque de liberalidad que le hubiera merecido severas reprimendas a cualquier católico del montón, Aguer soltó: “¿Quién le impide a nadie elegir a quien se le ocurra para formar pareja y ser feliz con ella? Pero que a eso se llame matrimonio es otra cosa”, en referencia a los dichos del Jefe de Gobierno de Buenos Aires, Mauricio Macri. Aguer quiere pasar por tolerante, pero es inútil: todos sabemos que pertenece a una facción que, de estar en el poder, institucionalizaría la discriminación a los homosexuales que era habitual hasta hace poco en términos históricos (sin más, ¡en el Vaticano se les ha prohibido la entrada a los turistas gays!).
Efectivamente la unión civil es un escalón más de una larga subida hacia lo que Aguer llama “adulteración del orden familiar”. Bajo ese escalón está el divorcio vincular, que en Argentina sólo pudo lograrse hace veinte años; bajo ése, el matrimonio civil y el derecho a contraer matrimonio con personas de distinta religión (o de ninguna); por ahí andan también el derecho de las mujeres a no ser casadas por la fuerza y a no ser obligadas a tener todos los hijos que la naturaleza les envíe o que sus maridos pretendan, y el reconocimiento social y legal de que el concubinato no es inmoral y que los hijos de parejas no casadas no deben ser discriminados como “ilegítimos”. Todos estas conquistas fueron logradas a pesar de, y frecuentemente con feroz oposición de, la Iglesia Católica y de otras religiones y facciones conservadoras y tradicionalistas. ¿A alguien le cabe duda de que, así como subimos esos escalones, podemos ser forzados a bajarlos de nuevo por estos cruzados?