
(No me gusta emplear la palabra dogma fuera de su significado técnico más estricto, pero hago esta excepción porque parece que estar en contra de los derechos de los homosexuales —y de todo lo que no sea sexo monógamo heterosexual procreativo— se ha transformado en un dogma de facto para los católicos devotos y los evangélicos de la mayoría de las denominaciones. Hago también la salvedad de que no todos los rechazos al proyecto son de origen explícitamente religioso, aunque es difícil, en los casos dudosos, no encontrar rastros de religiosidad cultural en la raíz de la homofobia.)
La Nación sigue cubriendo el tema, ahora con una nota interesantemente ambigua, pendular, titulada Frente a las puertas de Adán y Eva, firmada por Diana Cohen Agrest (doctora en Filosofía y magister en Bioética, para variar alguien que sí sabe de qué habla). Como contrapartida, en la sección Cartas de lectores hay una breve misiva titulada Matrimonio gay (hay que bajar manualmente para encontrarla en la página) escrita por el apologista de los criminales militares Alberto Solanet, donde directamente cita al Génesis (¡el Génesis, por
Solanet, que es abogado, preside la Corporación de Abogados Católicos, que aparentan una constante preocupación por la alteración del estilo tradicional de vida de Argentina, lo cual los lleva a repudiar todo avance de los derechos de las minorías sexuales. Efectivamente, la cultura local tradicionalmente ha discriminado a los homosexuales, a las mujeres, a los judíos, a los negros, a las personas con rasgos indígenas, etc., y sus altos estamentos están poblados de personas que consideran que Argentina estaría mejor si fuera una dictadura benévola bendecida por la Iglesia. Nuestra tradición, que rescata el valor de la amistad y de la unión de las grandes familias, también deja florecer ampliamente el nepotismo y el amiguismo.
Argentina nunca funcionó como país en gran medida porque a esta colonia de la decadente y fanáticamente católica España el liberalismo le llegó tarde y le duró poco, antes de que la Iglesia y el Estado se unieran de nuevo para producir una seguidilla de dictaduras, todas ellas muy respetuosas de la tradición y del orden moral cristiano... con excepción de los inevitables disidentes exiliados, torturados, muertos o “desaparecidos”. Lo mejor que podría hacer Argentina es deshacerse de su tradición, porque con ella nunca ha sido una nación próspera ni inclusiva.