Hay que decir que La Nación, diario al que nadie podría confundir con un medio progresista o afín a esta clase de reivindicaciones, está haciendo un buen trabajo en su tratamiento de las noticias sobre el proyecto para permitir los matrimonios entre personas del mismo sexo en Argentina. Al menos dan lugar a todas las voces, sin calificarlas. Y hasta permiten opinar a los lectores (en la encuesta hay, en este momento, una saludable y sorprendente mayoría del 70% a favor de los matrimonios sin discriminación de sexo).
Tenemos un artículo donde llama al matrimonio homosexual “un derecho en discusión” y cita voces a favor y en contra, estas últimas, previsiblemente, proveniente del establishment universitario católico que tantos prohombres ha dado al país (si el sarcasmo no se transmite por internet, tome nota el lector): el Instituto de Ciencias para la Familia, dependiente de la Universidad Austral, que aparenta una independencia académica que no tiene (encontrándose cómodamente bajo la sombra del Opus Dei), y el Foro Vida y Familia, de la Pontificia Universidad Católica Argentina. Su estrategia es simular que están de acuerdo con las uniones civiles (que reglamenten derechos patrimoniales) pero en desacuerdo con las implicaciones más controvertidas del matrimonio entre personas del mismo sexo, como la posibilidad de adoptar niños.
Desde luego, éstas son las mismas personas que gritan que va a venir el Apocalipsis cada vez que se comienza a hablar de una ley de uniones civiles. Pero en estos artículos periodísticos donde se les deja el micrófono abierto amablemente, esas voces son calmas. Forman una fachada respetable ante las hordas fanáticas que hay detrás. Cuando no se los presiona, emplean respetables argumentaciones que parecen científicas, pero nunca vemos los tan mentados estudios que muestran incontrovertiblemente que “un niño necesita de un padre y una madre”, tópico que no se hace cierto por ser repetido o por sonarnos de sentido común.
También se preocupan de las imposiciones ideológicas del estado, de lo privado hecho público, etc., y otras cuestiones que no nos deben hacer olvidar que esta misma clase de personas, en posesión del poder, han impuesto religión, ideología, formas de pensar, de sentir y de vivir a naciones enteras, bajo la amenaza del aislamiento social o del exilio.
Si se los rebate mostrándoles la superficialidad de sus argumentaciones, sacan a relucir la “ley natural”: en este punto es mejor conceder el campo, ya que entramos en terreno teológico, es decir, en la tierra de nadie donde la verdad no vale más que la retórica. Si de todas formas se protesta, el horror y el odio que sienten estas personas por todo lo que es diferente a ellos se manifiesta en toda su potencia. Yo les advertí.