lunes, 31 de enero de 2011

Pobres los bienaventurados (A223)

El papa Benedicto XVI decía este domingo pasado que “las Bienaventuranzas son un programa de vida para todo ser humano.” Las Bienaventuranzas, recordemos, son el inicio del Sermón de la Montaña, que Jesús dio ante una multitud reunida para escucharlo, y que comienzan recomendando la “pobreza de espíritu” y la mansedumbre. El papa no repite esas palabras; sólo utiliza expresiones biensonantes para alabarlas y recomendarlas a todos nosotros. El papa suele decir estas cosas sin mucho sentido; de hecho es su trabajo decirlas cada domingo luego del rezo del Angelus, desde su balcón en una de las residencias palaciegas más grandes y lujosas del planeta, en el centro del único estado absolutista teocrático que tiene representación en las Naciones Unidas. Vamos a copiarlas aquí, tal como aparecen en el evangelio de Mateo:
Bienaventurados los pobres de espíritu: porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos: porque ellos poseerán la tierra.
Bienaventurados los que lloran: porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia: porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos: porque ellos obtendrán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón: porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los pacíficos: porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los que sufren persecución por la justicia, pues de ellos es el reino de los cielos.
Aquí hay más de un término ambiguo, pero la Enciclopedia Católica viene en nuestra ayuda para interpretar lo que Jesús quiso decir. ¡No vayamos a creer que estos pronósticos de Jesús son profecías de consuelo para los oprimidos de la Tierra!
La palabra pobre parece representar un ‘anyâ arameo (hebreo ’anî), encorvado, afligido, miserable, pobre; mientras que manso es más bien sinónimo de la misma raíz, ‘ánwan (hebreo, ‘ánaw), que se inclina, humilde, manso, gentil. Algunos eruditos agregan también a la primera palabra un sentido de humildad; otros piensan en los “mendigos ante Dios” que reconocen humildemente su necesidad de ayuda divina. […] [L]a promesa del reino celestial no se otorga por la condición externa actual de tal pobreza. Los bienaventurados son pobres “de espíritu”, que por su propia voluntad están dispuestos a soportar por amor de Dios esta dolorosa y humilde condición, incluso aunque realmente sean ricos y felices; mientras que, por otro lado, los realmente pobres pueden no alcanzar esta pobreza “de espíritu”.
Es decir, los pobres de espíritu y los mansos no son necesariamente los pobres, monetariamente hablando, sino los que reconocen que necesitan a Dios porque se dan cuenta de que la condición humana —aquí en la Tierra— es miserable, sólo soportable precisamente a través de la sumisión a Dios.

En cuanto a lo de la herencia de la tierra,
[A]quí en las palabras de Cristo, es por supuesto sólo un símbolo del Reino de los Cielos, el reino espiritual del Mesías.
Es decir, una parcela en el más allá, no un terreno para cultivar o edificar una casa aquí. Interpretar esta bienaventuranza como una promesa de justicia económica en el reparto de la tierra sólo puede hacerse, según la Enciclopedia Católica, “por un expediente inverosímil” de estilo mesiánico: es ridículo creer que Jesús, de alguna forma, va a quitarle a los ricos para darle a los pobres.

La interpretación del párrafo sobre los que lloran recuerda al inolvidable Jorge de Burgos, el siniestro monje ciego de El nombre de la rosa:
Los “que lloran” en la Tercera Bienaventuranza se oponen en Lucas (6, 25) a la risa y a la alegría mundana de similar carácter frívolo. Los motivos del llanto no derivan de las miserias de una vida de pobreza, abatimiento y sometimiento, […] sino más bien los de las miserias que el hombre piadoso sufre en sí mismo y en otros, y la mayor de todas el tremendo poder del mal por todo el mundo.
Es decir, quienes sufran por el mal del mundo serán consolados (aunque no hagan nada para resolverlos); los que disfruten de los placeres de la vida no pasan de ser frívolos.

El Sermón de la Montaña es uno de los lugares comunes de la Biblia, de ésos que —como las frases pseudoprofundas de la Madre Teresa— incluso los no cristianos y hasta algunos no creyentes utilizan para rescatar el mensaje de Jesús, un mensaje que fue casi en su totalidad profundamente alienante y anti-humano. No está mal repasar, de vez en cuando, lo que verdaderamente quieren decir las cosas.

lunes, 17 de enero de 2011

Reflexiones sobre Gandhi

«[C]reo que debemos darnos cuenta de que las enseñanzas de Gandhi no se pueden conformar al pensamiento de que el hombre es la medida de todas las cosas, y de que nuestra tarea es hacer que la vida en esta Tierra, que es la única que tenemos, valga la pena de ser vivida. Sus enseñanzas tienen sentido solamente en el supuesto de que Dios existe y de que el mundo material es una ilusión de la que debemos escapar…

»… Si uno pudiera llegar hasta sus raíces psicológicas, creo que descubriríamos que la razón principal para el “desapego” es el deseo de escapar al dolor de vivir y, sobre todo, al de amar, que, sexual o no, es una empresa difícil. Pero no es necesario discutir aquí si el ideal del otro mundo es más “elevado” que el humanista. El caso es que son incompatibles. Uno debe elegir entre Dios y el hombre, y todos los radicales y los progresistas, desde el liberal más moderado hasta el anarquista más extremo, en realidad han elegido al hombre.»
— George Orwell, Reflexiones sobre Gandhi (1949)

miércoles, 12 de enero de 2011

Xuxa y la mala imagen de Satanás (A222)

Un diario dependiente de la Iglesia Universal del Reino de Dios, que había acusado a Xuxa de haber vendido su alma al demonio, tendrá que indemnizarla con unos 90 mil dólares por haber dañado su imagen. El diario argumenta que esos comentarios sobre el satanismo de la popular animadora (como otros que hablaban de los “mensajes satánicos” incluidos en sus canciones) ya habían sido reproducidos en otros medios.
Sin embargo, la justicia dispuso que la empresa deberá publicar en su próxima portada un mensaje diciendo que Xuxa “tiene profunda fe en Dios y respeta todas las religiones".
 El castigo monetario es correcto, por supuesto, ya que objetivamente a ninguna figura pública (que no sea miembro de un grupo de death metal o similar) le puede convenir ser asociada con el Príncipe de las Tinieblas. Que haya gente que se tome esto en serio es indicativo de la locura colectiva en la que vivimos: no digamos la existencia del demonio o de un gran ser maligno, llámese como se llame, sino la idea de que uno puede literalmente vender su alma y recibir de este ser maligno cien millones de dólares. ¿De dónde? ¿El Diablo tiene una máquina para hacer billetes? ¿Los transportó mágicamente desde una bóveda bancaria?

También es bastante triste que el diario se vea obligado a reafirmar las convicciones religiosas de Xuxa, que a nadie deberían importarles. Sobre todo porque es mentira: es bastante seguro, si tiene algún discernimiento, que Xuxa no respete todas las religiones. Cuanto menos no creo que respete la absurda y explotadora teología de la Iglesia Universal del Reino de Dios, conocida también como la “Iglesia Pare de Sufrir”, que vende todo tipo de chucherías mágicas a sus fieles bajo engaños y que está presidida por un delincuente de guante blanco al que nadie parece poder detener.

Es una lástima que Xuxa deba disculparse y agachar la cabeza ante la superstición popular. Creo que a todos nos gustaría más que fuera aunque sea un poquito satanista.

viernes, 7 de enero de 2011

Antes muerto que descreído

Me topé con esto hace una semana y no tuve ocasión de comentarlo. Es una nota titulada “El aborto no es el mayor pecado”, escrita por José María Iraburu, un sacerdote católico español bastante furibundo, en un blog del portal integrista InfoCatólica, y su referencia (bastante oblicua) es al Día de los Inocentes.
El aborto no es actualmente el pecado más grave de la humanidad. Es, desde luego, uno de los mayores crímenes que pueden cometerse contra los seres humanos: matarlos, quitarles la vida. […]

Pero el pecado más grave del hombre es la infidelidad, no creer en Dios, y aún es peor la apostasía.
Es decir, para que quede claro: abandonar la religión católica es peor que cometer un asesinato. Y los castigos deberían ser proporcionales, uno esperaría (la Iglesia está en contra de la pena de muerte, pero no absolutamente; si en algunos lugares se mata a los asesinos, ¿qué hacer con los apóstatas?).
La apostasía es la forma extrema y absoluta de la infidelidad (STh 12,1 ad3m). No hay para un cristiano un mal mayor que abandonar la fe católica, apagar la luz y volver a las tinieblas, donde reina el diablo.
Dice también este degenerado (porque una persona que tiene las prioridades morales tan distorsionadas no es otra cosa que eso) que “Una sociedad apóstata es capaz de crímenes mayores que una sociedad pagana”. Es preferible, para él, una sociedad arcaica con dioses y creencias falsas, que mantengan al pueblo sencillo temeroso de cometer pecados y salvaguarden todos los prejuicios comunes (la misoginia, la homofobia, la visión de la mujer como un receptáculo para hijos, etc.), además de mantener bien alimentados a sus sacerdotes o chamanes, antes que una sociedad moderna secularizada, donde los hombres y las mujeres sean libres de elaborar y encontrar sus propias guías morales y éticas, y donde los autonombrados dueños de la verdad puedan ser criticados.

jueves, 6 de enero de 2011

Día de Reyes

Hoy es Día de Reyes en Latinoamérica y España (especialmente) y, como todo el mundo se dedicó a desmitificar la Navidad esta temporada, pensé que era mejor dejarla en paz y contarles sobre esta festividad menos popular.

Para empezar, y aunque casi está de más decirlo, nadie sabe si el día “correcto” para celebrar es el 6 de enero. En el cristianismo armenio se celebra la Navidad este día; las iglesias ortodoxas festejan el bautismo de Jesús por parte de Juan el Bautista. Como la Navidad misma, el día de la visita de los Reyes Magos es una fecha convencional.

Lo más interesante de todo el asunto es que, salvo aquellos que han prestado atención al asunto, todos los que crecemos en la cultura judeocristiana occidental recibimos de nuestros padres o nuestro entorno un ciclo mítico muy burdo que proviene de fuentes distintas y contradictorias.

En el evangelio de Marcos no hay referencia alguna al nacimiento o la infancia de Jesús. Sólo se dice que vino a Jerusalén a predicar (como adulto) desde Nazaret, en Galilea. Esto no nos debe sorprender porque el de Marcos es el primer evangelio que se escribió, y la historia de la venida de Jesús al mundo todavía no había sido inventada por los cristianos. Tampoco hay nada en el de Juan, que es el último en escribirse y tiene un tono completamente distinto (en particular, la humildad de Jesús ha desaparecido).

La visita de los “magos de Oriente” a Jesús recién nacido aparece sólo en el evangelio de Mateo. Los magos, que posiblemente eran sacerdotes persas, siguen una “estrella” (algún signo celestial astrológico) hasta la casa de José y María, y allí le rinden homenaje al niño. Aquí no hay pesebre ni animalitos en torno a Jesús. Este evangelio es también el único donde luego aparece la matanza de los inocentes. En esta versión, para evitar la masacre, José huye con su familia a Egipto y vuelve luego de la muerte del rey Herodes, aunque prefiere establecerse en Nazaret y no en su pueblo de origen, Belén.

En el evangelio de Lucas no hay mención de los magos de Oriente, pero a cambio tenemos la historia inverosímil pero más romántica de una orden del gobernador romano que obliga a las familias a ir a censarse al lugar de origen de su familia. Según esta historia, José vivía en Galilea, pero como era de la casa de David, tuvo que viajar a lomo de mula más de cien kilómetros por el desierto palestino con su mujer embarazada casi a término para empadronarse en Belén. La pertenencia de José al linaje davídico era necesaria porque los judíos sólo creerían en un mesías que fuera de esa ascendencia, según estaba profetizado. Pero el censo en cuestión no ocurrió en esa fecha, ni de esa manera; ya era bastante resistido cualquier censo, que servía generalmente para fines impositivos (calcular los tributos que podrían exigirse al pueblo), como para complicarlo usando un mecanismo tan ridículo. Como resultado de esta ficción, José y María se encuentran con un país alborotado, con viajeros ocupando todas las posadas, y María se ve obligada a parir en un pesebre, es decir, un comedero de animales. Allí los fueron a buscar, según Lucas, unos pastores que dormían al aire libre con sus ovejas (cosa que nunca sucedería en el invierno palestino). Entendemos que luego la familia se volvió a Nazaret sin apuro, ya que en esta versión no hay problemas con Herodes ni masacre de niños ni nada parecido.

Así, la historia infantil (que tantos adultos creen y repiten) de los Reyes Magos, los pastorcitos, el pesebre y la persecución de Herodes es una invención, un pastiche de dos relatos irreconciliables: uno (el de Mateo) lleno de sueños premonitorios y citas bíblicas mal atribuidas y orientado a convencer a los judíos ortodoxos, y otro (el de Lucas) de mayor nivel de detalle y calidad literaria pero con una trama inverosímil, pensado para una audiencia más sofisticada de judíos y gentiles helenizados. De todo eso lo que ha quedado es, mayormente, un cuadro sentimental que año tras año rinde frutos comerciales envidiables.