Mencioné el otro día un artículo de cierto blog católico que quería comentar. Se trata de “
Lo cuantitativo y lo cualitativo. O cuando el mono desciende del hombre”, de Pedro González, que es ingeniero y que advierte, sobre sus afanes de bloguero católico: “no prometo mucho”. Tal sinceridad es destacable. En efecto, Pedro se pone a discutir a la vez sobre varios temas complicados que desconoce y, como era de esperarse, hace un desastre con ellos. (De más está decir que yo tampoco puedo prometer mucho, pero incluso quien no tiene puntería puede discernir sin problemas cuándo otro ha errado groseramente el blanco.)
A Pedro le preocupa el “prejuicio materialista”, que hace que “nos cuest[e] discernir en qué se diferencian realmente el hombre y el animal”, llegando al absurdo de que “la antropología nos sobra… con la zoología nos vale”.
Para el materialista lo cualitativo no existe salvo, quizás, como compendio de factores numéricamente parametrizables de lo cuantitativo. Es decir, si no se puede, o no lo sé medir, no existe.
Un desastre, como dije al principio. Aquí yacen manoseados en el mismo lodo el rechazo al esencialismo, al positivismo y al empirismo (o algo así; en cuestión de terminología, no prometo mucho). Para Pedro y sus correligionarios, el Hombre debe ser cualitativamente diferente de los animales; debe haber una esencia del Hombre, algo que lo distinga sin ambigüedades posibles de los otros seres vivos que son biológicamente —y de esto no hay duda alguna— sus parientes. El problema, claro está, es que no hay tal esencia, o mejor dicho, no hay otra manera aparte de la intuición o de la fe religiosa o de la obstinación filosófico-ideológica de reconocer esta esencia.
Pedro estaría de acuerdo en esto último, creo, pero sin ventaja para mí. Pedro me acusaría, creo, de excluir de la experiencia humana válida esa fe que le permite a él reconocer la esencia, lo cualitativamente distinto del Hombre con respecto a los animales: es decir, de ser un materialista o empirista dogmático. Que no son la misma cosa: se puede ser
materialista (creer que sólo existe una sustancia, la materia/energía, fundamentalmente igual aunque aparezca en múltiples formas) sin ser
empirista (creer que la única manera válida de adquirir conocimiento es a través de la experiencia, es decir, de la percepción de los sentidos, de la medición de magnitudes físicas de la materia). En cualquier caso la acusación sería de deshonestidad por tautología: si yo defino “conocimiento” como aquello que puedo obtener por medios materiales, obviamente ganaré cualquier discusión con quien pretenda que hay algo más allá de lo material. Ocurre que si no reducimos los términos de la discusión a lo que todos tenemos en común —que es lo que podemos observar y medir— la alternativa es que no haya discusión.
Pero nada es tan fácil para Pedro, porque él quiere, como dicen los angloparlantes, comerse la torta y guardársela: usar la ciencia para socavar la ciencia (en vez de simplemente renunciar a la ciencia). Pedro quiere argumentar que “El hombre parece ser algo más que su biología, trasciende la biología y la sola zoología no nos vale para saber qué es un ser humano.” Esto es, según me parece, totalmente cierto, pero de manera trivial (una
deepity, en palabras de Daniel Dennett). Es como decir “la Novena Sinfonía de Beethoven es algo más que notas y acordes”, o “los libros trascienden la gramática, la sintaxis y la ortografía”. Quizá a Pedro le molesten, como a mí, los artículos que cada día vemos aparecer en medios populares donde se divulgan los hallazgos de la parte menos respetable de la psicología evolutiva o se nos dice que la ciencia ha descubierto el gen de la promiscuidad sexual o el neurotransmisor que hace que nos guste más Bach que el reguetón. Sin embargo, Pedro no entiende dónde está el problema y mete la pata como sigue:
Curiosamente, a la luz de la evolución se suele interpretar, para resolver nuestros conflictos de identidad como especie, que el hombre se encuentra en la cima de la evolución. (…) Pero esto es más que discutible si todo es zoología como mal dice el materialista. (…) Y es que a nivel biológico el cuerpo humano tiene una serie de rasgos físicos inexplicables a la luz de las meras zoología y evolución y es: la inadaptación morfológica del cuerpo humano en comparación con otros animales. El del hombre es un cuerpo que aparece y permanece como un cuerpo “abierto”, carente de especialización y por ello más vulnerable físicamente (sobre todo si comparamos a los seres humanos recién nacidos con los de otras especies).
Una charla corta con cualquier biólogo sacaría de dudas a Pedro, con el único costo (menor) de hacer que dicho biólogo se agarrara la cabeza un par de veces. La idea del hombre como cima de la evolución es una transposición decimonónica de las ideas clásicas de la
Cadena de los Seres, que está tan desacreditada hoy como la idea de “eslabón perdido”. No existe tal “cima” de la evolución porque la evolución no es una montaña a la que hay que trepar. O más bien, la montaña es distinta para cada especie, para cada lugar y para cada ambiente, y cambia constantemente de forma y altura. El ser humano ha trepado a su montaña particular precisamente porque su falta de especialización le permitió adaptarse a los distintos tramos de su “ascenso”. No somos únicos en esto: el perro vive hoy en casi todas partes del planeta, felizmente adaptado a comer casi cualquier cosa y vivir en cualquier clima, de los trópicos hasta los círculos polares. Cierto es que nosotros lo llevamos allí, como también es cierto que no nos habría ido tan bien con otros animales más especializados.
La idea de que no necesitamos la antropología (o la psicología o la sociología) porque “con la zoología nos basta” es algo que sólo el más idiota de los zoólogos podría sostener. La zoología nos basta, sí, para entender por qué la falta de especialización de los seres humanos fue clave para nuestro triunfo como especie.
¿Y por qué le preocupa tanto a Pedro que el hombre esté hecho de materia y nada más?
¿Dónde queda la libertad del ser humano? Pues no queda. Porque si el materialismo fuera verdad, el hombre no sería una criatura libre.
Bien, entonces, Pedro, qué lástima. Las cosas no dejan de ser porque te disguste cómo son. Entiendo que, para quien cree que el materialismo es falso, es normal querer convencer a los demás de que lo es (y si uno es católico, además, obligatorio). Pero con argumentos tan burdos, tan desinformados, el intento resulta contraproducente.